viernes, 10 de junio de 2016

El callejón de los milagros

Zuqāq al-Midaq


"Se anunciaba la puesta de sol, envolviendo el callejón de Midaq en un velo de sombras, más oscuro aún porque estaba encerrado entre tres paredes, como una ratonera. Se entraba a él por la calle Sanadiqiya, y luego el camino subía en desorden, flanqueado por una tienda, un horno y un café a un lado, por otra tienda y un bazar al otro, para acabar de pronto, igual que acabó su pasado glorioso, ante dos inmuebles contiguos, compuestos de tres pisos cada uno.
Los ruidos del día se habían apagado y comenzaban a oírse los del atardecer, susurros dispersos, jaculatorias, "Buenas noches a todos", "Pasad, es la hora de la tertulia". "¡Sé bueno, tío Kamil, y cierra la tienda!", "¡Cambia el agua del naruile, Sanker!", !¡Apaga el horno, Yaada!", "Este hachís me oprime el pecho", "Cinco años de apagones y bombardeos es el precio que hemos de pagar por nuestros pecados".

   Es el ocaso de un día donde se abre la puerta y nos invita a entrar Naguib Mahfuz (El Cairo, 1911-2006) en su novela El callejón de los milagros. Una obra de 1947 en la que el autor egipcio confirma su maestría para describir y analizar un rincón de la sociedad egipcia contemporánea que afronta tantos cambios. Y aquí lo hace a través de una narración con resonancias de las mil y una noches, en la medida en que hay muchas historias que tienen un punto en común, en que son personales o privadas pero que se van trenzando poco a poco como en una alfombra donde resalta cada detalle individual que a su vez da rostro a lo colectivo.
    Una crónica viviente del barrio, del discurrir de la existencia con su estela de emociones, aventuras, ilusiones, frustraciones, alegría, venganzas, amores, despechos y secretos y sueños mucho más grandes que las posibilidades de cumplirlos. La humanidad.
   Tras esa magnífica presentación, Naguib Mahfuz empieza a desplegar sus historias: la de Kirsha, dueño del café, y su debilidad por los jovencitos; la de la trágica relación de la bella y ambiciosa Hamida y el barbero Abbas; o la de la viuda Afifi en busca de alguien que le recuerde mejores tiempos. Pero en este caso con un protagonista excepcional: el lugar, el
callejón cairota, el callejón de Midaq, que se alza como un personaje clave. Porque nosotros con nuestras glorias y dolores pasamos y los lugares quedan, viene a recordarnos Naguib Mahfuz.

  Novela coral, centrándose en uno de los diferentes personajes en cada capítulo, para después entremezclarse y conocer las relaciones que unen sus vidas y sus desgracias.
   La maestría de Mahfuz hace que todo el relato sea lineal, entretenido y a la vez sorprendente. Cuadros protagonizados por los distintos personajes que van componiendo un mosaico del callejón. La complejidad viene de la exquisita exposición de sentimientos y relaciones entre los personajes.
   La egipcia era una sociedad que en ese momento se debatía entre el cansancio por el sometimiento al largo protectorado británico y una fe ciega en la fe musulmana, entre un mundo que avanza tecnológicamente y unas costumbres que todavía no se modernizan. Los aires de occidente van llegando, la clase comerciante se adecua, pero es un momento de crisis económica y no hay mucho donde rascar.
   Mahfuz ideológicamente era pro-occidental, pero antibritánico, se enmarcaba dentro de lo que en los años 30 se llamaban los modernistas, que proponían una apertura hacia los avances de occidente. Sin embargo luego evolucionó a un cierto eclecticismo, que preservaba la tradición egipcia.
  Especialmente sorprendentes son la cantidad de descripciones que aparecen en el libro, la mayoría de la veces breves, con unos trazos deja el escenario preparado para la acción:
“A nosotros nos basta con constatar que el callejón es una preciosa reliquia del pasado. ¿Cómo podría ser de otra manera con el hermoso empedrado que lleva directamente a la histórica calle Sanadiya? Además tiene el café que todos conocen como el Café de Kirsha, con muros adornados de abigarrados arabescos...”   Ironía y un poco de maldad al describir a los personajes. Desde luego el cuadro costumbrista que nos presenta la novela va desgranando un mundo de pasiones, de deseos, de recuerdos y de ilusiones de un barrio de clase media, humilde. Nada deja fuera el narrador, ni la religiosidad de la mayoría de los personajes, el afán de ascenso social y económico, la preocupación por el matrimonio y el futuro, la familia como elemento estructurador de la sociedad que al mismo tiempo te oprime y te protege. Las mujeres apañando casamientos, los hombres con falso machismo, las mujeres jurídicamente inferiores son jefas absolutas en sus casas, en un raro equilibrio entre las fuerzas de hombre y la mujer, los jóvenes ilusionados con el matrimonio y sus hijos y así hasta el más mínimo detalle. Hamida, el único personaje que se atreve a cruzar la frontera entre esos dos mundos representa un poco la búsqueda de la felicidad, pero esa felicidad no reside en el dinero, sino en otros valores no materiales exactamente. Sin embargo el destino tiene mucho de azar, como vemos en la novela, el azar cambia vidas o es el destino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario