viernes, 29 de octubre de 2021

El sueño eterno

El debut de Marlowe


El sueño eterno
(1939) puede parecer a simple vista una obra corta, pero su trama es tan compleja que se hace necesario leerla lentamente. Las escenas se recrean en los ambientes más turbios: oficinas de gánsteres, clubes nocturnos, librerías pornográficas. Y la acción va deslizándose entre asesinatos, chantajes y desapariciones. Pese a todo, debajo de todo ese cinismo, pueden rescatarse una serie de valores ocultos. La lealtad, el respeto por uno mismo, la capacidad de sacrificio e incluso la preferencia por la propia muerte antes que vender a un ser querido.

Seguramente estemos ante la novela fundacional del género negro. La única forma de afrontar esta historia es renunciar a entender o resolver su trama. Y esta historia arranca con una situación sencilla. El investigador privado Philip Marlowe visita la mansión del viejo general Sternwood, paralítico y extremadamente rico, ha recibido una nota de chantaje que concierne a su hija menor, la intensa Carmen. El general Sternwood contrata a Marlowe para que le libre de Geiger, un chantajista que pretende extorsionarle a cuenta de las deudas de juego de su hija Carmen. Pero a Vivien, la hija mayor del general, lo que en verdad le preocupa es averiguar por qué le interesa al detective su exmarido, Rusty Regan, que se ha fugado con la esposa de un hampón local. Pero a partir de aquí… la trama de El sueño eterno se abre y se abre incorporando a más y más personajes. Recorriendo la ciudad desde su despacho en Hollywood Boulevard hasta las mansiones de los barrios residenciales, Marlowe deberá adentrarse en un laberinto de perversidad cada vez más oscuro.

Que una novela alcance la gloria solo se explica por unos personajes vivos, unos diálogos chispeantes y unas descripciones de personajes de lo más ingeniosas. Chandler ofrece una lección magistral de la conversación y el manejo de personajes, de lo que Philip Marlowe es el gran emblema. Ante toda una orgía de individuos procedentes de familias acaudaladas, bajos fondos, policía y crimen organizado, Marlowe siempre tiene la respuesta más ingeniosa y la capacidad para descolocar a su acompañante.

La construcción del personaje Philip Marlowe responde a una mezcla reconocible, aunque a veces arbitraria, de dureza, compasión y agilidad mental. “Si no fuera duro, no podría vivir; si no fuera comprensivo, no merecería la pena vivir”. El carácter referencial de Marlowe para una generación que vivía sumergida en la Guerra Fría, en las decepciones del socialismo real, en la cruda realidad de Estados Unidos como un imperio agobiado por compromisos que no sabía mantener, se explica por la identificación con un personaje que tiene el impulso de buscar la verdad, que sabe que es difícil encontrarla, que entiende que la verdad no es unívoca y que, casi con seguridad, descubrirá que es decepcionante.

Marlowe llegaría a la gran pantalla en 1946 con la cara de Humphrey Bogart. Bajo la dirección de Howard Hawks y guion de William Faulkner, el rodaje de esta historia estuvo lleno de una atmosfera creada por la química entre Bogart y Lauren Bacall, a la que había conocido en Tener y no tener y ya estaban casados. Todo esto ayudó a sentar las bases de un género en el imaginario colectivo.

En su libro El simple arte de matar, Chandler explica que Dashiell Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo llevó al callejón. Hammett eliminó los irreales juegos deductivos y se centró en la vida delictiva callejera. Chandler siguió su camino pero introdujo más lirismo en su prosa. Si sus detectives explican sus estilos: Sam Spade es seco y duro, Marlowe es irónico y cínico. Pero como ya nos enseñó Bogart, no hay que elegir, hay que disfrutar de los dos.

Las secuelas

La serie iniciada con El sueño eterno en 1939 se cierra con Playback en 1958. Siete novelas que, con sus fallos, crean un código, una forma de ver la novela negra y la vida. Su historia a partir de ahí empieza mal porque los herederos encargan tres décadas después a Robert B. Parker que siga con la trama que dejó a medias Chandler antes de morir en 1959. Pero el creador del detective Spenser no acierta ni en Poodle Springs (1989) ni en Perchance to Dream (1991) ya con material propio. El asunto se queda en barbecho hasta que los herederos vuelven a la carga y esta vez eligen mejor: John Banville, alias Benjamin Black, es el encargado de devolver a Marlowe a la vida en La rubia de ojos negros (Alfaguara, 2014) en la que sí da con el tono y con una trama mejor armada que las originales.

El escritor inglés Lawrence Osborne maneja con acierto los resortes de la saga de Philip Marlowe en Solo para soñar (Navona Ficciones, 2020), una nueva continuación del personaje creado por Raymond Chandler con un tono sobrio y toques nostálgicos de fin de fiesta con un anciano Marlowe. Buen conocedor de la obra de Chandler, Osborne, educado en letras clásicas, viajero impenitente, rellena huecos de la biografía del personaje, se inventa casos, proyecta en retrospectiva la vida de nuestro héroe más allá de las novelas de su creador. Sin embargo, los diálogos no tienen la frescura del original, ni tampoco el sarcasmo ni la ironía con que el escritor estadounidense dotó a su detective.

Reinterpretar personajes clásicos es una misión de riesgo. Se haga bien o no, siempre va a haber aficionados irredentos que no quieran que sus personajes vayan más allá de lo escrito por el autor original.

martes, 26 de octubre de 2021

Raymond Chandler

Marlowe



Raymond Thornton Chandler (1888-1959) fue un escritor estadounidense de novela negra. Su padre, un ingeniero civil estadounidense alcohólico y maltratador, abandonó a su familia y se divorció de su mujer. La madre de Chandler llevó a su hijo a Inglaterra para que recibiese una sólida formación literaria. El autor se nacionalizó británico en 1907. 
Tras un breve trabajo en el Almirantazgo, fue reportero para el London Daily Express y para la Bristol Western Gazette (1908-1912). Participó en la Primera Guerra Mundial como soldado de los Gordon Highlander de Canadá en las trincheras del frente francés y estaba preparándose como piloto de guerra de la RAF cuando la guerra terminó y regresó a California, donde viviría ya el resto de su vida, trabajando como empleado de banca. 
Se casó con Cissy Pascal, dieciocho años mayor que él, una mujer con la que ya había entablado relaciones cuando estaba casada, y una vez divorciada y celebrado el matrimonio, este duró casi treinta años, hasta el fallecimiento de ella en 1954. La pareja no tuvo hijos.

En 1932, Chandler había logrado ser nombrado vicepresidente del Dabney Oil Syndicate en Signal Hill (California), pero perdió este lucrativo trabajo a causa de su alcoholismo, su absentismo y sus numerosas aventuras con las secretarias. 
En 1933, a los 45 años y en medio de la Gran Depresión, se dedicó por entero a escribir en pulps, populares revistas de ficción criminal impresas en papel barato. Su prosa no carece de cualidades estéticas: su estilo supera el impresionismo de Dashiell Hammet y es característicamente irónico y frecuente en rasgos de ingenio cáustico, sobre todo, en los diálogos. Gracias a él, la novela negra ganó una dignidad literaria desconocida hasta entonces. 
Chandler reconoce que empezó a escribir imitando a Hammett, pero su estilo es muy diferente: Hammett es seco e impresionista, y Chandler irónico y cínico. Entre 1933 y 1939, produjo 19 relatos, en los que empezó a definir su propio estilo y donde sus personajes empezaron a mostrar algunos de los rasgos que después definirían a Marlowe: ingenio, mordacidad, idealismo y honradez. 
De Dashiell Hammett toma la denuncia de la sociedad americana de la época, donde el dinero y la búsqueda del poder son los motores verdaderos de las relaciones humanas, con sus consecuentes secuelas de crímenes, marginación e injusticia. 

A los 51 años aparece su primera novela, El sueño eterno (1939), donde Philip Marlowe aparece por primera vez, aunque se considera su mejor novela El largo adiós (1953), una obra en la que reflexiona sobre la lealtad, la amistad y el amor en el contexto de varios crímenes en la alta sociedad californiana. En 1943 se le propuso trabajar en Hollywood adaptando el guion de Perdición, sobre la novela de James Cain, dirigida por Billy Wilder.  Otros guiones fueron La dalia azul (1946), dirigida por George Marshall o Extraños en un tren (1951), dirigida por Alfred Hitchcock y basada en la novela de Patricia Highsmith. 
Tras la muerte de su esposa en 1954, el escritor sufrió fuertes depresiones, aumentó su alcoholismo e intentó suicidarse en dos ocasiones. 



Chandler se permite licencias. Juega más con el lenguaje. Su aportación es destacada en la historia de la literatura renovando la novela policíaca clásica y elevándola a otro nivel. Perfila el arquetipo del detective duro, del "strong silent man", y de la mujer fatal. 

Chandler vivió su profesión literaria desgarrado entre un amor más grande que la vida a lo que él llamaba novela policial, necesitada en su opinión de una recomposición de sus patrones estructurales, y la querencia hacia lo que se entendía en su tiempo como literatura seria; distinción que hoy no está tan clara gracias en parte al propio Chandler. Este desgarro se aprecia en sus continuas lamentaciones literarias en sus cartas y textos privados, en sus persistentes quejas sobre las novelas de misterio y, como no podía ser de otra forma, en la construcción de sus personajes. Tenía perfectamente clara cuál era la mutación que Dashiell Hammett había causado en la novela policiaca 

jueves, 7 de octubre de 2021

LA VENTA

En el capítulo anterior, Cervantes nos describe a su personaje como un hombre de unos 50 años de complexión recia, madrugador y gran aficionado a la caza hasta que cae en el embrujo de los libros de caballería- "Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera" Enamorado de las obras de Feliciano de Silva, en esta parte hace referencia al cura del lugar, Pedro Pérez, y al barbero Maese Nicolás, dos personajes que serán claves en la trama. La perdida de juicio empieza a producirse.

Para poder convertirse en un buen caballero necesitaba:

Un nombre para él mismo: Don Quijote de la Mancha.
Un nombre para su caballo: Rocinante “tantum pellis et ossa fuit”
Una mujer a la cual dedicarle todos sus triunfos y gloria: Dulcinea del Toboso
«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»


Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquél que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: «¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: 'Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel». Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: «Dichosa edad, y siglo dichoso aquél adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras». Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: «¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece».

Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y, con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.

Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos distraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que, sin perdón, así se llaman) tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida, y así, con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo:

-Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.

Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles:

-Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez, además, la risa que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros.

El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo:

-Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y la venta, respondió:

-Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.

Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiante o paje, y así le respondió:

-Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche.

Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquél que en todo aquel día no se había desayunado.

Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:

-Nunca fuera caballero
De damas tan bien servido
Como fuera don Quijote
Cuando de su aldea vino:
Doncellas curaban dél;
Princesas, del su rocino.

O Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa.

-Cualquiera yantaría yo -respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.

A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela; que no había otro pescado que dalle a comer.

-Como haya muchas truchuelas -respondió don Quijote-, podrán servir de una trucha; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego; que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.

Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos; y, así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas; el pan candeal, y las rameras, damas, y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.

lunes, 4 de octubre de 2021

La historia del amor

Perdonarse a uno mismo


Los abuelos maternos de Nicole Krauss son originarios de Alemania y Ucrania y emigraron a Londres, mientras que los paternos provenían de Hungría y de Slonim (Bielorrusia). Ella dedicó su segunda novela, La historia del amor (2005), a sus abuelos, donde algunos de esos lugares tendrán un lugar central en la obra.

La escritora estadounidense ha escrito una novela con una estructura muy particular que hace que sintamos muchas cosas al introducirnos en su trama. Todo gira alrededor de un libro con una protagonista central, Alma o todas las Almas.

Leo Gursky, cerrajero polaco jubilado en Nueva York, cuya obsesión es «no morirme un día en que nadie me haya visto», vivirá una serie de acontecimientos que le proporcionará una última luz a su vida en soledad. Instalado en el ocaso de su vida, esta sorpresa lo lleva a bucear en los recuerdos de su lejana juventud, recuperando emociones que suponía enterradas. No muy lejos de allí, la quinceañera Alma Singer padece los dilemas y conflictos de su edad. Hace ya ocho años que su padre murió de cáncer y ella ha decidido que es hora de que su madre deje de estar triste, o sea, se dispone a encontrarle un nuevo marido. Cuando en su camino aparece La historia del amor, una novela rara, escrita en yidis, publicada en español y comprada por su padre en una librería de Buenos Aires, los interrogantes se suceden.

¿Por qué su padre se la regaló a su madre muy poco después de conocerla? ¿Quién era su autor? ¿Y quién es el misterioso hombre que ha encargado a su madre que traduzca el libro al inglés? Como en una ópera clásica, la intensidad de la historia va aumentando progresivamente hasta que el anciano, que busca reconciliarse con su pasado, y la adolescente que quiere que su madre no esté triste y sola, se entrecruzan tras desenredar la maraña de hilos que genera la historia llegando a un final inolvidable.

Con un tono intimista y envolvente, la autora ha logrado lo más difícil, contar una verdadera historia de amor en el sentido más amplio y profundo de la palabra. Todos en la obra tienen sentimientos. Incluso Litvinoff, el amigo que traiciona a Gursky, los tiene.

La historia del amor no es una novela fácil. Requiere una especial concentración. Es una obra narrada a varias voces y con diferentes prosas. Un rompecabezas que tiene que encajar diferentes planos de tiempo y de espacio. Una obra imposible de estructurar y que brota de las manos de Nicole Krauss con absoluta delicadeza y sinceridad. Leo, Alma, Bruno, Zvi, Rosa, Isaac, Bird, David, Charlotte, Misha y Alma Singer y hasta el ficticio Jacob Marcus son personajes que ya forman parte de lo más profundo de nuestro ser.

La historia del amor es a la vez una historia personal con personajes y circunstancias concretos y una historia de amor universal, donde se reconoce un ingrediente común de esperanza. Krauss construye una telaraña compleja de personajes bien trazados, donde se mezclan el humor, la ternura y la tristeza que da como resultado una entretenida novela que viaja más allá del romanticismo y que no solo habla sobre el poder de la Literatura, sino también de un padre ausente (y de un dios ausente), del dolor de la memoria, de la diáspora forzada, de las preguntas sobre ser parte del pueblo de Israel y de la búsqueda de identidad en un mundo lleno de cambios y horrores.

“El mejor tipo de novelas nos enseña cómo vivir con los enigmas sin tener que aplastarlos y convertirlos en certezas", expresa la autora.

Con un tono intimista y envolvente, Krauss ha logrado lo más difícil, contar una verdadera historia de amor en el sentido más amplio y profundo de la palabra y que, tras el misterio de las coincidencias que ubica a ambos personajes en una misma escena, acaba trazando el sentido de todo, hasta de los conceptos más dificultosos que se narran en ella.