jueves, 30 de septiembre de 2021

Nicole Krauss

 El poder de la memoria


Interesada en indagar entre las rendijas de la autobiografía y la ficción, esta neoyorkina de 47 años habla de la memoria y la soledad, prestándole una gran importancia a la cultura judía. Nicole Krauss es autora de cuentos que han sido publicados en The New Yorker. Su primera novela, Llega un hombre y dice (2002) trata los efectos de la pérdida de la memoria y el intento artificial por recuperarla. Esta obra, influida por el escritor norteamericano posmodernista Don DeLillo, fue un gran cambio para Krauss en su trayectoria tras haberse dedicado durante años a la poesía, pero la gran aceptación por parte de crítica y público hace que se decante más por la ficción. 

Sobre su abandono de la poesía dice que no fue una decisión consciente. Lo que ocurrió fue "como un enamoramiento con la novela que me tomó completamente por sorpresa. No tenía idea de que podía escribir una novela y no tenía idea de que me iba gustar. A mí siempre me encantaba la poesía, quise ser poeta y ser parte de ese mundo. Nunca se me ocurrió escribir ficción. Entonces fue casi como un experimento en búsqueda de una nueva libertad, un nuevo aliento. porque mi poesía se había puesto algo moribunda, por varios motivos"

El reconocimiento a escala internacional le llega con La historia del amor (2005), un contrajuego de espejos narrativos con imitaciones a lo Paul Auster, en el que varias historias personales se entrelazan alrededor de un manuscrito que se creía perdido.

Las preocupaciones de Krauss sobre las posibilidades y los límites de la ficción se perpetúan en La gran casa (2012), historia de cuatro personajes "unidos por el destino de un enorme escritorio con una insólita cantidad de cajones". Comienza el libro con el dueño del escritorio, un joven poeta chileno exiliado en Nueva York de la dictadura de Pinochet y quien asegura que, alguna vez, ese escritorio perteneció a Federico García Lorca.

En 2017 publica En una selva oscura, novela en la que sigue de manera alternativa los pasos de dos personajes emblemáticos de la alta sociedad judía neoyorquina que gozan de gran éxito, pero que se encuentran perdidos y buscan una salida a su situación huyendo a Israel.

Entre ambas obras, se produjo también su sonada separación del escritor Jonathan Safran Foer; pareja muy relevante en el mundo literario neoyorquino.

Gran lectora de autores hispanoamericanos, es admiradora de Roberto Bolaño: “Casi todos mis autores favoritos escriben en castellano: Vila-Matas, Gabriela Mistral, Donoso, Parra... Estaba predispuesta tras haber adorado a Borges durante años, porque es el autor que les dio a los demás la libertad de escribir en sus ficciones acerca de otros escritores y sobre la literatura en sí misma. Él inoculó esa obsesión en Bolaño, que es mi héroe. Los detectives salvajes o 2666 me confirmaron que todo es posible en la novela, al tiempo que me hicieron pensar que la literatura sajona está muerta. Es lo que llamó el efecto Bolaño: escritores involucrados en política. Nosotros tuvimos aquella tradición pero la perdimos, porque en EE UU la política está mucho más codificada. Por no hablar del conflicto que existe en mi generación entre las obras de sentimientos y las intelectuales. Bolaño es la solución: logró unir ambas cosas sin fisuras”.

Nicole Krauss vive en Brooklyn y colabora habitualmente en medios de prensa como las revistas The New Yorker, Esquire o Harper’s.

viernes, 24 de septiembre de 2021

COMIENZA UNA AVENTURA

Tras la dedicatoria al Duque de Béjar y todos los elogios recibidos en los poemas dedicados a su obra y sus personajes. Miguel de Cervantes se enfrenta al temido comienzo de cualquier novela y sale victorioso. Esto es el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605). 
A disfrutar.




Que trata de la condición y ejercicio del famoso
 y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año-, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Cigüenza- sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque - según se decía él a sí mesmo- no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí procuraba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar

«Quijada» , y no «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:

-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

viernes, 17 de septiembre de 2021

PRÓLOGO Y POESÍAS DEDICADAS

En el prólogo, Cervantes se dirige en primera persona a un "desocupado lector" y confiesa que no es el "padre" sino el "padrastro" de la obra. Al prólogo le siguen los versos preliminares que consisten en su mayoría en sonetos y décimas con versos de cabo roto.



Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato », todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

-Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del abecé, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes, bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo:

-Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra.

¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

-Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que venga a pelo algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cuesten poco trabajo el buscalle, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: «Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros». Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: «De corde exeunt cogitationes malae ». Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos.

Tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con solo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes...», en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro», etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras estrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro. Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón, ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología, ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica, ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Solo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide. Vale.
AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA
URGANDA LA DESCONOCIDA

Si de llegarte a los bue-
libro, fueres con letu-
no te dirá el boquirru-
que no pones bien los de-

Mas si el pan no te se cue-
por ir a manos de idio-
verás de manos a bo-
aun no dar una en el cla-
si bien se comen las ma-
por mostrar que son curio-

Y pues la experiencia ense-
que el que a buen árbol se arri-
buena sombra le cobi-
en Béjar tu buena estre-

Un árbol real te ofre-
que da príncipes por fru-
en el cual florece un du-
que es un nuevo Alejandro Ma-
llega a su sombra, que a osa-
favorece la fortu-

De un noble hidalgo manche-
contarás las aventu-
a quien ociosas letu-
trastornaron el cere-

Damas, armas, caballe-
le provocaron de mo-
que cual Orlando furio-
templado a lo enamora-
alcanzó a fuerza de bra-
a Dulcinea del Tobo-

No indiscretos hierogli-
estampes en el escu-
que, cuando es todo figu-
con ruines puntos se envi-

Si en la dirección te humi-
no dirá mofante algu-
que don Alvaro de Lu-
que Aníbal el de Carta-
que el rey Francisco en Espa-
se queja de la Fortu-

Pues al cielo no le plu-
que salieses tan ladi-
como el negro Juan Lati-
hablar latines rehu-

No me despuntes de agu-
ni me alegues con filo-
porque torciendo la bo-
dirá el que entiende la le-
no un palmo de las ore-
¿para qué conmigo flo-

No temetas en dibu-
ni en saber vidas aje-
que en lo que va ni vie-
pasar de largo es cordu-

Que suelen en caperu-
darles a los que grace-
mas tú quémate las ce-
sólo en cobrar buena fa-
que el que imprime neceda-
dalas a censo perpé-

Advierte que es desati-
siendo de vidrio el teja-
tomar piedras en la ma-
para tirar al veci-

Deja que el hombre de jui-
en las obras que compo-
se vaya con pies de plo-
que el que saca a luz pape-
para entretener donce-
escribe a tontas y a lo-

AMADIS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

          Soneto

Tú que imitaste la lorosa vida,
Que tuve ausente y desdeñado sobre
El gran ribazo de la Peña Pobre,
De alegre a penitencia reducida:

Tú, a quien los ojos dieron la bebida
De abundante licor, aunque salobre,
Y alzándote la plata, estaño y cobre,
Te dió la tierra en tierra la comida:

Vive seguro de que eternamente,
En tanto al menos que en la cuarta esfera
Sus caballos aguije el rubio Apolo.

Tendrás claro renombre de valiente,
Tu patria será en todas la primera.
Tu sabio autor al mundo único y solo.

D. BELIANIS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto

Rompí, corté, abollé, y dije, e hice.
Más que en el orbe caballero andante;
Fui diestro, fui valiente, fui arrogante,
Mil agravios vengué, cien mil deshice.

Hazañas di a la fama que eternice,
Fuí comedido y regalado amante,
Fue enano para mí todo gigante,
Y al duelo en cualquier punto satisfice.

Tuve a mis pies postrada la fortuna,
Y trajo del copete mi cordura
A la calva ocasión al estricote.

Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
Siempre se vió encumbrada mi ventura,
Tus proezas envidio, oh gran Quijote.

LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO

Soneto

¡Oh, quien tuviera, hermosa Dulcinea,
Por más comodidad y más reposo,
A Miraflores puesto en el Toboso,
Y trocara su Londres con tu aldea!

¡Oh, quien de tus deseos y librea
Alma y cuerpo adornara, y del famoso
Caballero, que hiciste venturoso,
Mirara alguna desigual pelea!

¡Oh, quién tan castamente se escapara
Del señor Amadis, como tú hiciste
Del comedido hidalgo Don Quijote!

Que así envidiada fuera, y no envidiara,
Y fuera alegre el tiempo que fue triste,
Y gozara los gustos sin escote.

GANDALIN, ESCUDERO DE AMADIS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE

Soneto

Salve, varón famoso, a quien fortuna,
Cuando en el trato escuderil te puso,
Tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
Que lo pasaste sin desgracia alguna.

Ya a la azada o la hoz poco repuna
Al andante ejercicio, ya está en uso
La llaneza escudera con que acuso
Al soberbio que intenta hollar la luna.

Envido a tu jumento y a tu nombre,
Y a tus alforjas igualmente envidio,
Que mostraron tu cuerda providencia.

Salve otra vez, oh Sancho tan buen hombre
Que a solo ti nuestro español Ovidio
Con buz corona y hace reverencia.

DEL DONOSO POETA ENTREVERADO

A SANCHO PANZA Y ROCINANTE.

Soy Sancho panza escude-
del manchego don Quijo-
puse pies en polvoro-
por vivir a lo discre-

Que el tácito Villadie-
toda su razón de esta-
cifró en una retira-
según siente Celesti-
libro en mi opinión divi-
si encubriera más lo huma-

 A ROCINANTE

Soy Rocinante el famo-
biznieto del gran Babie-
por pecados de flaque-
fui a poder de un don Quijo-

Parejas corrí a lo flo-
mas por uña de caba-
no se me escapó ceba-
que esto saqué a Lazari-
cuando para hurtar el vi-
al ciego le di la pa-

ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Si no eres Par, tampoco le has tenido,
Que par pudieras ser entre mil Pares,
Ni puede haberle donde tú te hallares,
Invicto vencedor, jamás vencido.

Orlando soy, Quijote, que perdido
Por Angélica, vi remotos mares,
Ofreciendo a la fama en sus altares
Aquel valor que respetó el olvido.

No puedo ser tu igual, que este decoro
Se debe a tus proezas y a tu fama,
Puesto que como yo perdiste el seso.

Mas serlo has mío, si al soberbio moro
Y escita fiero domas, que hoy nos llama
Iguales en amor con mal suceso.

EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano;
Ni a la alta gloria de valor mi mano,
Que rayo fue do nace y muere el día.

Imperios desprecié, y la monarquía,
Que me ofreció el oriente rojo en vano,
Dejé por ver el rostro soberano
De Claridiana, aurora hermosa mía.

Améla por milagro único y raro,
Y ausente en su desgracia, el propio infierno
Temió mi brazo, que domó su rabia.

Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
Por Dulcinea sois al mundo eterno,
Y ella por vos famosa, honesta y sabia.

DEL SOLISDAN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Magüer, señor Quijote, que sandeces
Vos tengan el cerbelo derrumbado,
Nunca seréis de alguno reprochado,
Por hombre de obras viles y soeces.

Serán vuesas fazañas los joeces,
Pues tuertos desfaciendo habéis andado,
Siendo vegadas mil apaleado
Por follones cautivos y raheces.

Y si la vuesa linda Dulcinea
Desaguisado contra vos comete,
Ni a vuesas cuitas muestra buen talante.

En tal desaman vueso conforte sea,
Que Sancho Panza fue mal alcahuete,
Necio él, dura ella, y vos no amante.

DIALOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

Soneto

B. ¿Cómo estáis, Rocinante tan delgado?
R. Porque nunca se come y se trabaja.
B. ¿Pues qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.

B. Andad, señor, que estáis muy mal criado.
Pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.

B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B. Quejáos del escudero. R. No es bastante.

¿Cómo me he de dejar en mi dolencia,
Si el amo y escudero, o mayordomo,
Son tan rocines como Rocinante?


lunes, 13 de septiembre de 2021

LA DEDICATORIA DE CERVANTES



lonso Diego López de Zúñiga Sotomayor y Guzmán (Béjar, 1578 - Sevilla, 14 de diciembre de 1619)​ fue un noble español de la Casa de Zúñiga, VI duque de Béjar y de Plasencia y mecenas de los conocidos escritores Miguel de Cervantes Saavedra, Luis de Góngora y Argote y otros.

Al cobijo del duque de Béjar consagró Miguel de Cervantes en 1605 la primera parte de su Quijote según consta en la dedicatoria que le dirigió no tanto para financiar la tasa e impresión del libro, sino más bien para vincularlo al prestigio y así protegerlo de difamaciones que cambiaran de orientación el favor del público.

Años después de implorar la merced del duque de Béjar, Cervantes impetró el favor del conde de Lemos al ponerle en suerte la dedicatoria de la segunda parte del Quijote (1615), "porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote que con nombre de segunda parte se ha corrido y disfrazado por el orbe". Se refería al de Avellaneda.






 

lunes, 6 de septiembre de 2021

El olvido que seremos

Homenaje a la tolerancia


El 25 de agosto de 1987 Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro de los derechos humanos, fue asesinado en Medellín. El día en que dispararon a Abad, mataron también a un padre y a un marido, a una persona muy conocida en Colombia. Su cuerpo se quedó en la calle, velado durante horas por su hijo, Héctor Abad Faciolince, que tiempo después, en 2006, publicó El olvido que seremos, una crónica de su relación paternofilial. El director de cine Fernando Trueba, que ha llevado a la gran pantalla esta obra en 2020 y que ha sido galardonada con el Goya a la mejor película iberoamericana. define al personaje “como eso que dicen los estadounidenses: bigger than life”.
El olvido que seremos cuenta la vida de Héctor Abad Faciolince desde su niñez hasta, aproximadamente, sus cincuenta años, cuando decide sentarse a escribir los recuerdos y memorias con su padre.

El libro hace un recuento lineal, en primera persona, de la historia de la familia Abad Faciolince, recorriendo sus momentos más felices, como las anécdotas del campo o la playa, del colegio y sus prosperidades económicas, hasta los más oscuros, como la muerte de Marta Cecilia, hermana del escritor, a los 16 años por un cáncer. La vida de la familia se muestra en un principio llena de alegría, pero poco a poco, en palabras del autor, “se va tiñendo de tragedia con la muerte de mi hermana Marta y luego con la dedicación de mi papá a los derechos humanos, hasta que lo matan”.

En medio de reflexiones sobre su crianza, Abad Faciolince recorre las virtudes, los vicios, las contradicciones y la complejidad de su vida familiar, pero también de la vida social y política de Colombia, sobre la que va tomando más conciencia a medida que crece. Nos lleva por sucesos históricos muy importantes de la segunda mitad del siglo XX en Colombia. La guerra partidista entre liberales y conservadores llena de prejuicios, señalamientos y atentados por varias generaciones, la modernización de Medellín o los terrores del narcotráfico. Un país que arrastra los mismos problemas durante décadas. El escritor se pregunta: "Colombia. ¿Se puede sentir nostalgia del infierno?"

Héctor Abad Gómez estudió medicina en la Universidad de Antioquia y se especializó en Salud Pública en la Universidad de Minnesota. Fundó la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia en la que se desempeñó durante toda su vida como profesor. Convencido de que la prevención en salud debía ser una prioridad para las sociedades, invitaba a sus estudiantes a acercarse a las realidades de los barrios más vulnerables de Medellín para entender que la génesis de la salud eran el agua potable y el acceso a los derechos fundamentales. Entonces, la lucha y el compromiso de personas como él se basaba en algo tan sencillo como salvar vidas contra ciertas bacterias como el tifus o el cólera, todo ello en un contexto de violencia sistemática. Un genio volcado en hacer algo tan complejo y tan sencillo como lo correcto. Coherente con su pensamiento, el Doctor Abad, como era ampliamente conocido en Medellín, dedicó los últimos años de su vida a la defensa de los Derechos Humanos.

Según recuerda Héctor Abad Faciolince una de las pasiones de su padre era escribir. A lo largo de su carrera escribió columnas de opinión para diversos medios de comunicación de Colombia y su trabajo científico y social se condensaría en libros como Nociones de salud pública (1969), Manual de poliatría (1971), Cartas desde Asia (1973), entre otros. Dos semanas después de su muerte al recoger las pertenencias de su padre en la oficina que este tenía, su hijo encontró un cúmulo de escritos que recopilaría bajo el nombre Manual de tolerancia, y es que en este concepto, la tolerancia, se enmarca la obra de Héctor Abad Gómez.


Pero El Dr. Abad también era el padre de Mariluz, Clara Inés, Eva Victoria, Marta Cecilia, Beatriz, Sol Beatriz y Héctor y el marido de Cecilia. Para el actor Javier Cámara, que encarna al personaje en la película de Trueba, hay algo curioso "con cada uno que hablabas se sentía el más querido por Héctor. Cada hija te contaba que era su favorita de su papá, porque él lograba crear esa emoción. Uf, era un personaje casi inaprensible".

El olvido que seremos es un libro íntimo, de gran sencillez, que despliega toda una reflexión sobre la relación entre padres e hijos, entre los libros y la religión, entre la vida social y la vida privada, la vida y la muerte, la memoria y el olvido.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Héctor Abad Faciolince

"Hay que acordarse de olvidar"



El 25 de agosto de 1987, un joven Héctor de 27 años presencia con horror el asesinato de su padre. Este hecho marcó la vida del escritor, traductor y periodista colombiano.

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, y de Medicina en la Universidad Javeriana de Bogotá. En 1978 viajó a México y estudió en talleres de poesía y narrativa en La Casa del Lago, el primer campus cultural de la Universidad Autónoma de México. En 1979 regresó a Medellín y comenzó a estudiar Periodismo en la UPB. De esta carrera fue expulsado en 1981 por escribir un artículo irreverente contra del Papa. En 1982 realiza estudios de inglés en Nueva York y más tarde se va a Italia en donde estudia Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín. Regresa a Colombia en 1987, después de graduarse “cum laude” en Turín. Ese año, su padre es asesinado por paramilitares y debido a las amenazas que recibe se exilia primero en España y luego en Italia, en donde trabaja como “lector de español” de la Universidad de Verona hasta 1992.

Regresó a Colombia en 1992 y desempeñó distintos oficios. Dirigió durante tres años la Revista de la Universidad de Antioquia y fue también director del Fondo Editorial de la Universidad EAFIT. Trabajó también como periodista y columnista para distintos medios colombianos: El Espectador, Cromos, El Colombiano, y las revistas Cambio y Semana.

En 1998 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría columna de opinión; en el año 2006 volvió a recibir ese mismo premio. En 1999 fue corresponsal de la revista Cambio en Estados Unidos, con sede en Boston. Además de numerosos ensayos, traducciones y críticas literarias, ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Asuntos de un hidalgo disoluto (Alfaguara, 1994); Tratado de culinaria para mujeres tristes (Alfaguara, 1997); Fragmentos de amor furtivo (Alfaguara, 1998); Basura (2000), que obtuvo en España el I Premio Casa de América de Narrativa Innovadora. En 2004, su novela Angosta fue premiada en China como la Mejor Novela Extranjera del Año.

En noviembre del año 2006, publicó su libro más celebrado, El olvido que seremos, en donde revive la historia de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, un destacado médico, profesor universitario y defensor de los Derechos Humanos, quien además fue el fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública, y las circunstancias de su asesinato. En 2017 Alfaguara reeditó El olvido que seremos, junto al documental Carta a una sombra (2015), inspirado en este libro, el cual presenta la violencia política que azotó Colombia desde la intimidad del duelo de la familia Abad.

Tras su obra más íntima aparecieron títulos como Traiciones de la memoria (2009), Testamento involuntario (2011), y La Oculta (2015), Premio Cálamo al mejor libro del año.

En 2020 Alfaguara publica Lo que fue presente, el conmovedor itinerario creativo de un escritora través de sus diarios que recorren desde 1985 hasta la publicación de El olvido que seremos, Aquí el escritor colombiano desata la polémica por sus menciones a personajes del mundo literario de ese país, aunque con los nombres cambiados, sus historias de sexo, infidelidades y fracasos editoriales. Un desnudo integral, sin máscaras, sin artificios donde el autor habla de historias de sexo, infidelidades y fracasos editoriales

Actualmente Héctor Abad Faciolince es columnista y asesor editorial del diario El Espectador. Colabora también con El País de Madrid, el NZZ de Zurich y otras publicaciones nacionales e internacionales.

Temporada 2021-2022

En una época donde la salud es primordial, todos los que nos reunimos un vez al mes para hablar de libros tenemos una gran responsabilidad, cumplimos una misión fundamental.

La salud de los libros depende de nosotros. El libro resiste, es fuerte. El físico convive alerta y respeto con las pantallas luminosas, pero siempre ajeno a la obsolescencia programada. No podemos descuidar algo que nos sana. Hay que cuidar a los que leen, y para que podamos mimarlos hay que apoyar a los creadores, a los editores que le dan vida, al vivero que los acogen, las librerías y las bibliotecas, para llegar así a cerrar el circuito. 

Todo esto teje las rutas del futuro de la lectura. A partir de aquí ya podemos hablar de LEER y de lo que va a ser la temporada 2021-2022 del Club de Lectura de la Biblioteca Salvador García Aguilar