martes, 17 de abril de 2012

REUNIÓN MARTES 17 DE ABRIL (18.00 HORAS). BIBLIOTECA SALVADOR GARCÍA AGUILAR

El viaje de Urien de André Gide

   Es una obra de 1893 que anticipa muchos de los grandes temas de André Gide. Es el relato de un viaje iniciatico, al mismo tiempo de huida, de renuncia y de búsqueda, lleno de contenido simbólico. Su lectura resulta absorbente. Los lugares recorridos son asombrosos y tan pronto hipnotizan al viajero y lo invitan a quedarse en ellos para siempre, como horrorizan a Urien y a sus compañeros, que deben escapar. Un libro singular, que encantará a los seguidores de Gide y puede ayudar a descubrirlo a quienes aún no lo conozcan.

jueves, 12 de abril de 2012


Gide, creador de citas

   Para muchos, Gide fue la figura más grande de las letras francesas y también una de las más discutidas y probablemente el escritor que más profunda influencia ejerció sobre la juventud francesa que vivió entre las dos guerras mundiales. Os hago una recopilación de citas de entre la gran cantidad de frases célebres de este autor francés.

  • El secreto de mi felicidad está en no esforzarse por el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo.
  • Hay que haber vivido un poco para comprender que todo lo que se persigue en esta vida sólo se consigue arriesgando a veces lo que más se ama.
  • La satisfacción es la única señal de la sinceridad del placer.
  • Todas la cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo.
  • Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran.
  • Sabio es aquel que constantemente se maravilla.
  • Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado.
  • Una mujer no comienza a mostrar su edad hasta que empieza a ocultarla.
  • La edad también tiene ventajas muy saludables, se derrama mucho del alcohol que nos gustaría beber.
  • El porvenir pertenece a los innovadores.
  • Cuando deje de indignarme, habrá comenzado mi vejez.  
  • La gente no puede descubrir nuevas tierras hasta que tenga el valor de perder de vista la orilla.
  • Hay muy pocos monstruos que garanticen los miedos que les tenemos.
  • Muchas veces las palabras que teníamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde.
  • Nuestros actos están unidos a nosotros como al fósforo su luz. Nos consumen, verdad es, pero producen nuestro esplendor.
  • No se descubren nuevos continentes si no se tiene el valor de perder de vista las viejas orillas.
  • La posesión completa sólo se demuestra dando. Todo cuanto no podemos dar nos posee.
  • Es mejor ser odiado por lo que uno es, que amado por algo que no es realmente.
  • Que mi libro te enseñe a interesarte más en ti mismo que en él, luego, en todo el mundo más que en ti mismo.
  • La sabiduría no viene de la razón sino del amor.
  • No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos.
                    André Gide y su "mise en abyme"

Las Meninas de Diego Velázquez
  "Mise en abyme" es una expresión francesa que se usa en literatura para hacer referencia a narración imbricada, es decir superpuestas, como si de unas matrioskas se trataran, una dentro de otra y así hasta el infinito. El binomio "mise en abyme" e imagen da como resultado imágenes que hablan de imágenes.
   André Gide acuñó el término "mise en abyme" en 1893. Es una expresión que el escritor francés tomó de la heráldica. Abyme significa abismo, pero en el arte de los blasones, esta palabra designa la inclusión de un escudo en la parte central de otro. Gide quería dar valor a este concepto en la literatura y en las artes en general. Encontrar en una obra el tema del que se habla.
   Gide menciona algunos ejemplos en el campo de la imagen, pero esta idea, cuando toma mayor conciencia, es cuando entramos en el siglo XX y se produce un cambio en el estatuto de la imagen. Esta variación se produce cuando la imagen sale a la calle, en forma de anuncios, carteles y gracias a la reproducción de los medios de comunicación.
  Sin embargo, la "mise en abyme" no constituye un género, sino que es una idea sobre la cual articular una reflexión.

martes, 10 de abril de 2012

                     El viaje de Urien y Gide
  

   André Gide es uno de los autores de fin de siècle, con su ligera influencia simbolista, su interés por salvaguardar y propugnar la liberación de las convenciones morales y su defensa de los valores paganos. Dentro de su vastísima creación literaria y de su interés por trenzar ficción y textos autobiográficos donde intercala psicología de la dualidad, filosofía y cierto existencialismo (por eso que gustase tanto a Sartre y Camus), del autor hay todavía algunos textos no tan conocidos. Este espléndido viaje iniciático que supone El viaje de Urien es fundamentalmente simbólico (es de sus primeros textos), magnético y seductor desde la erudición y el trabajo personalísimo de Gide y hasta el entramado onírico, de huida y de renuncia, que sería una absoluta exquisitez para cualquier psicoanalista.
   El viaje de Urien tiene una dimensión alegórica cuya clave va cambiando. Los elementos de la naturaleza se presentan con proporciones descomunales. Todo conduce a la ficción, empezando por la nomenclatura de los viajeros: Urien, Agloval, Odinel, Calibor.
   Uno de ellos, Nathanaël, nos lleva a la prosa mayor de Gide. Todo viaje surge del agotamiento de la realidad cotidiana, que para Gide representaba hartazgo de las teologías y de las sutilezas intelectuales. "Hemos dejado nuestros libros porque nos aburrían". La cabeza está "agotada de pensar en Dios".

   El viaje aporta contraste: sensualidad, playas, colores, temperaturas extremadas. Lingotes de hielo puro y mármol que quema las sandalias. Los viajeros padecen peripecias de cuento en su peregrinar por ciudades fabulosas. Contemplan un mundo oriental con ojos occidentales. Ven cómo los indígenas se bañan desnudos "en un agua triste y azul" y sienten vergüenza, "pues parecían muy hermosos y más felices que hombres". La felicidad, como casi siempre, es la clave. La expedición alcanza el polo, con un hermoso capítulo sobre los esquimales, y se cierra con varias sorpresas.
   En esta época simplicísima resulta gratificante acompañar los ricos itinerarios espirituales de un gran escritor. Gide lo es porque se sirve del mejor instrumento literario de la lengua francesa: una prosa para desvelar honradamente (sin dogmas de ningún tipo) las contradicciones propias y ajenas.
    
André Gide (París, 1869-id., 1951)

     Gide, entre el cielo y el infierno

      Los efectos de una educación rígida y puritana condicionaron el principio de su carrera literaria, que se inició con Los cuadernos de André Walter (1891), prosa poética de orientación simbolista y cierto tono decadente. Se ganó el favor de la crítica con Los alimentos terrestres (1897), que constituía una crítica indirecta a toda disciplina moral, en la cual afirmaba el triunfo de los instintos y la superación de antiguos prejuicios y temores.
   En 1893, año de la publicación de El viaje de Urien, y 1894, Gide viajó al norte de África, en donde entabló amistad con Oscar Wilde en Argelia y posteriormente comenzó a reconocer sus diferentes convenciones morales y sexuales. En Biskra, Gide cayó enfermo pero escapó de la muerte. Estas experiencias dieron forma a sus novelas psicológicas El inmoralista (1902), acerca de la fuerza destructiva del hedonismo y el hambre de nuevas experiencias, y Estrecha es la puerta (1909), el contrapunto de la obra anterior, o el "gemelo", como Gide lo llamó.

   Esta exigencia de libertad adquirió posteriormente expresión narrativa en Isabelle (1912) y la Symphonie pastorale (1919). Después del éxito de Los alimentos terrestres, publicó Prometeo mal encadenado (1899), reflexión sobre la libertad individual, obstaculizada por los remordimientos de conciencia. Idéntica preocupación por lo moral y la gratuidad reflejan Los sótanos del Vaticano (1914) y Corydon (1924), esta última un diálogo en defensa de la homosexualidad, que supuso un auténtico escándalo. Participó en la fundación de La Nouvelle Révue Française (1908) y publicó ensayos sobre viajes, literatura y política. Los monederos falsos (1925) es una de las novelas más reveladoras del período de entreguerras y gira en torno a su propia construcción y a la condición de escritor, aunque su obra más representativa tal vez sea su Journal (1889-1942), que constituye una especie de Bildungsroman (aprendizaje de novelista). 
   Como novelista, y aún más como un intelectual en busca de una manera moral, Gide ha hecho un llamamiento a las distintas audiencias: una novelista tradicional y psicológico para algunos, un tabú para romper a los demás, era un crítico de las principales obras literarias, cruzado social y el portavoz por los derechos homosexuales. André Gide emerge como la figura emblemática del pensador comprometido. En el año 1947 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.   
   Su padre, Paul Gide, un profesor de derecho en la Universidad de París, murió en 1880, dejándolo huérfano con 11 años y así fue criado por tres mujeres, su tía Claire, la solterona Ana Shackleton, y su madre, calvinista, Juliette Rondeaux, que dedicó su vida a él. A la edad de 13 años, Gide se enamoró de su prima Madeleine Rondeaux, con la  que se casó 12 años más tarde, pero en 1923, después de veintisiete años de matrimonio no consumado, Gide tuvo una hija, Catherine, con otra mujer. La madre de Catherine, Maria Van Rysselberghe, escribió sobre la vida doméstica de Gide en Cahiers de la Petite Dam. Madeleine murió en 1938, su no consumado "el matrimonio del Cielo y el Infierno" Gide lo trata de la Et nunc manet et te (1951). 
  André Paul Guillaume Gide se vió a sí mismo expirando con la pluma sobre el papel, fiel al oficio que abrazó desde muy joven. Murió efectivamente en plena relación con la escritura, rodeado de los suyos, sin sufrir y sin ningun tipo de asistencia religiosa. Al parecer, sus últimas palabras fueron una muestra de puntillosidad expresiva: “Tengo miedo de que mis frases se vuelvan gramaticalmente incorrectas. Es siempre la misma lucha entre lo razonable y lo que no lo es”. Se enterró en Cuverville, al lado de la prima Madeleine. Y al año siguiente, el Vaticano incluyó su corpus literario en el Index librorum prohibitorum.
   Ningun documento refleja mejor los nuevos tiempos laicos que se abrían tras su desaparición como la anotación escrita por el otro gran diarista francés del XX, Julien Green, el 28 de febrero de 1951: “Ha habido muchas risas a propósito de un telegrama que Mauriac ha recibido pocos días después de la muerte de Gide, y redactado así: ‘No hay infierno. Puedes pecar a destajo. Díselo a Claudel. Firmado: André Gide’”.