lunes, 19 de diciembre de 2022

DE COMO MARCELA PONE LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES EN LA MUERTE DE GRISÓSTOMO Y FIN DE LA SEGUNDA PARTE

En el capítulo XIII, don Quijote, Sancho y los cabreros emprenden camino hacia el entierro de Grisóstomo. Se encuentran con un grupo de pastores, dos hombres elegantes a caballo y tres mozos que también van al entierro, por lo que deciden acompañarse en el viaje.

Uno de los hombres a caballo que se llama Vivaldo le pregunta a don Quijote por qué anda tan armado en esas tierras tan pacíficas, a lo que nuestro protagonista le contesta que es caballero andante. Vivaldo comienza a sospechar que ha perdido el juicio e indaga un poco más, preguntándole qué es un caballero andante.

En respuesta, don Quijote le cuenta del rey Arturo de Inglaterra y de la Mesa Redonda, así como de Amadís de Gaula y de otros caballeros legendarios. En lo que podría interpretarse como anticlericalismo, don Quijote compara los soldados y caballeros andantes con los sacerdotes

Vivaldo le dice que le parece mal que los caballeros andantes se encomienden a una dama antes de entrar en combate en vez de a Dios. Es la costumbre, le responde don Quijote, pero que hay tiempo para encomendarse a Dios también. Vivaldo insiste en que es preferible encomendarse a Dios como buen cristiano, y que además no todos los caballeros tienen una dama. Don Quijote no está de acuerdo y dice que un caballero sin dama es como un cielo sin estrellas. Entonces Vivaldo le pregunta quién es su dama y cuál es su linaje. Don Quijote le responde que es de los Toboso de la Mancha, un linaje moderno. A Vivaldo, quién es de los Cachopines de Laredo, no le suena este apellido.

Escuchar esta conversación les convence a todos en el grupo de que don Quijote ha perdido el juicio, salvo Sancho. Él sí cree que don Quijote es caballero andante pero duda un poco de la existencia de Dulcinea ya que el nombre no le suena y él vivía muy cerca de Toboso.

Llegan al pie de la montaña y allí están otros pastores con el cuerpo de Grisóstomo. Su amigo Ambrosio comienza a elogiar al difunto y menciona unos escritos en los que Grisóstomo habló de su amor por Marcela. El enamorado quiso que se quemaran, pero Vivaldo quiere rescatarlos como prueba de la crueldad y desdén de Marcela, y para que sirvan de ejemplo a los demás. Ambrosio asiente y le entrega algunos de estos papeles. Entre ellos está "Canción desesperada", lo último que escribió Grisóstomo antes de morir, y Vivaldo decide leerlo en voz alta.


CAPÍTULO XIIII.
Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos

CANCIÓN DE GRISÓSTOMO

Ya que quieres, crüel, que se publique
de lengua en lengua y de una en otra gente
del áspero rigor tuyo la fuerza,
haré que el mesmo infierno comunique
al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par de mi deseo, que se esfuerza
a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezcladas, por mayor tormento,
pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído,
no al concertado son, sino al ruïdo
que de lo hondo de mi amargo pecho,
llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.

El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable
baladro de algún monstruo, el agorero
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar instable;
del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sentible arrullar; el triste canto
del envidiado búho, con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,
salgan con la doliente ánima fuera,
mezclados en un son, de tal manera,
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para cantalla pide nuevos modos.

De tanta confusión no las arenas
del padre Tajo oirán los tristes ecos,
ni del famoso Betis las olivas,
que allí se esparcirán mis duras penas
en altos riscos y en profundos huecos,
con muerta lengua y con palabras vivas,
o ya en escuros valles o en esquivas
playas, desnudas de contrato humano,
o adonde el sol jamás mostró su lumbre,
o entre la venenosa muchedumbre
de fieras que alimenta el libio llano.
Que puesto que en los páramos desiertos
los ecos roncos de mi mal inciertos
suenen con tu rigor tan sin segundo,
por privilegio de mis cortos hados,
serán llevados por el ancho mundo.

Mata un desdén, atierra la paciencia,
o verdadera o falsa, una sospecha;
matan los celos con rigor más fuerte;
desconcierta la vida larga ausencia;
contra un temor de olvido no aprovecha
firme esperanza de dichosa suerte...
En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto,
y en el olvido en quien mi fuego avivo,
y, entre tantos tormentos, nunca alcanza
mi vista a ver en sombra a la esperanza,
ni yo, desesperado, la procuro,
antes, por estremarme en mi querella,
estar sin ella eternamente juro.

¿Puédese, por ventura, en un instante
esperar y temer, o es bien hacello
siendo las causas del temor más ciertas?
¿Tengo, si el duro celo está delante,
de cerrar estos ojos, si he de vello
por mil heridas en el alma abiertas?
¿Quién no abrirá de par en par las puertas
a la desconfianza, cuando mira
descubierto el desdén, y las sospechas,
¡oh amarga conversión!, verdades hechas,
y la limpia verdad vuelta en mentira?
¡Oh en el reino de amor fieros tiranos
celos!, ponedme un hierro en estas manos.
Dame, desdén, una torcida soga.
Mas, ¡ay de mí!, que con crüel vitoria
vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

Yo muero, en fin, y porque nunca espere
buen suceso en la muerte ni en la vida,
pertinaz estaré en mi fantasía.
Diré que va acertado el que bien quiere,
y que es más libre el alma más rendida
a la de amor antigua tiranía.
Diré que la enemiga siempre mía
hermosa el alma como el cuerpo tiene,
y que su olvido de mi culpa nace,
y que, en fe de los males que nos hace,
amor su imperio en justa paz mantiene.
Y con esta opinión y un duro lazo,
acelerando el miserable plazo
a que me han conducido sus desdenes,
ofreceré a los vientos cuerpo y alma,
sin lauro o palma de futuros bienes.

Tú, que con tantas sinrazones muestras
la razón que me fuerza a que la haga
a la cansada vida que aborrezco,
pues ya ves que te da notorias muestras
esta del corazón profunda llaga
de cómo alegre a tu rigor me ofrezco,
si por dicha conoces que merezco
que el cielo claro de tus bellos ojos
en mi muerte se turbe, no lo hagas:
que no quiero que en nada satisfagas
al darte de mi alma los despojos;
antes con risa en la ocasión funesta
descubre que el fin mío fue tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte desto,
pues sé que está tu gloria conocida
en que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo
Tántalo con su sed; Sísifo venga
con el peso terrible de su canto;
Ticio traiga su buitre, y ansimismo
con su rueda Egïón no se detenga,
ni las hermanas que trabajan tanto,
y todos juntos su mortal quebranto
trasladen en mi pecho, y en voz baja
—si ya a un desesperado son debidas—
canten obsequias tristes, doloridas,
al cuerpo, a quien se niegue aun la mortaja;
y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil monstros,
lleven el doloroso contrapunto,
que otra pompa mejor no me parece
que la merece un amador difunto.

Canción desesperada, no te quejes
cuando mi triste compañía dejes;
antes, pues que la causa do naciste
con mi desdicha aumenta su ventura,
aun en la sepultura no estés triste.

Bien les pareció a los que escuchado habían la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:

—Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela, la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

—Así es la verdad —respondió Vivaldo.

Y queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión —que tal parecía ella— que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que por cima de la peña donde se cavaba la sepultura pareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado le dijo:

—¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición? ¿O a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma? ¿O a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes o qué es aquello de que más gustas, que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

—No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho —respondió Marcela— sino a volver por mí misma y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y, así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir «Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo». Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran: que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar, porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa, que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados tanto de su discreción como de su hermosura a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces dijo:

—Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer con un epitafio que había de decir desta manera:

Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.

Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despejado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio; mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.

lunes, 12 de diciembre de 2022

Cartero

Resaca postal

Su estructura y su argumento son un desastre, y su prosa tiene altibajos brutales. Más que una novela se puede considerar un libro de relatos con una cierta unidad que se limita a un protagonista compartido y a algún elemento recurrente puntual. A menudo las partes están desconectadas del todo.


Cartero (1971) nos cuenta doce años de la vida de Henry Chinaski, álter ego de Bukowski., quien, desempeñó el trabajo de oficinista en una de las estafetas de correos de la ciudad donde vivía: Los Ángeles. Esta es, pues, una historia muy autobiográfica. Una historia que parece hablar de sueños frustrados y conformismo, pero que realmente no focaliza en nada.

La prosa de Bukowski pasa de reflexiones geniales a metáforas manidas. Compagina interesantes recursos estilísticos, una almazuela de piezas, con otros menos afortunados, enfatizar conceptos obvios mediante mayúsculas o cursivas. Además de soportar pasajes tediosos que se le cuelan al escritor de tanto en tanto; pasajes que hablan largo y tendido de temas tan fascinantes como el código de ética de la oficina de correos, las carreras de caballos o la morfología urbana de Los Ángeles.
Entonces, ¿qué tiene de bueno Cartero?

Esta auto-ficción es muy honesta. Además, hay que admitir que la voz de Bukowski, guste o no, es bastante personal. Su humor, ácido, es absolutamente hilarante. A destacar también el ejercicio de intertextualidad que hay en el final de la obra. Chinaski (y, por ende, Bukowski) abandona la miserable seguridad de su empleo con cuarenta y nueve años para dedicarse exclusivamente a escribir. Y escribe, precisamente, Cartero.

Con este texto irrumpió Bukowski en el mundo de las letras, en el que destacó con estilo propio. Henry Chinaski es un eterno aspirante a trabajos ocasionales y un bebedor empedernido, lo mismo que su novia, Betty, la mujer con la que convive. A través de un borracho amigo suyo, se entera de forma casual de que todos los años la oficina de correos contrata personal temporal para atender la sobrecarga de trabajo de la campaña de Navidad.

Tras esa primera toma de contacto y creyendo que se trata de un oficio cómodo y fácil, que además le permite desahogar sus impulsos sexuales con algunas de las mujeres con que topa, decide presentarse a las pruebas de admisión a cartero suplente. Aprobados los exámenes, comienza a trabajar en un oficio que, poco después, considera obsesivo y duro, pero que mantiene durante algo más de tres años.

La realidad es que en ese tiempo apenas descansa por las noches, y parte del día la dedica casi por completo a dos de sus pasiones favoritas: la bebida y la actividad sexual, sobre todo la primera. No es extraño que la constante resaca y el cansancio hagan mella en él y que, por otra parte, su rebeldía atraiga la ira de sus jefes, a quienes provoca con sus sarcásticas respuestas. Pero una defensa empecinada e irracional de su punto de vista le conduce medio año más tarde a presentar su dimisión.

Se abre entonces un paréntesis en el que Chinaski se dedica a descansar y a apostar con suerte a las carreras de caballos. Betty se muestra incómoda ante esta nueva situación. se separan, él alquila un nuevo piso y entonces conoce a una texana ninfómana, Joyce, con la que se casa en Las Vegas.

Aunque la familia de Joyce es extraordinariamente rica, Chinasky empieza a trabajar como mozo de carga en un almacén. Poco después solicita el ingreso como oficinista en Correos. De nuevo supera los exámenes de ingreso, pero resurge el obsesivo fantasma de la monotonía.
"-Tenemos que conseguir los dos trabajo --decía- para probarles que no vas detrás de su dinero, Para probarles que somos autosuficientes."
La relación con Joyce se va a pique y Chinasky vuelve a encontrar a Betty y de nuevo sienten una gran satisfacción charlando y gozando juntos los efluvios del alcohol, pero algo ha cambiado entre ellos. Han envejecido por separado y nada es como antes. Se separan, y mientras Betty se hunde cada vez más hasta fallecer de un coma etílico, Henry, sin abandonar la adicción a la bebida, supera las pruebas técnicas que le dan acceso a la categoría de empleado regular.

Y llega la intelectual Fay, con la que tuvo a una niña llamada Marina Louise. Aquí deja entrever su lado más humano en su faceta paternal, ya visto antes cuando se preocupa por Betty que agonizaba en el hospital.

"Pobre cosa, pensé, pobre y condenada cosita. No sabía entonces que algún día llegaría a ser una hermosa muchacha con la misma jeta que yo, jajaja." 
A pesar de todos sus defectos, de su asumido alcoholismo y su dejadez absoluta, Henry Chinaski se nos muestra como un tipo honesto a su manera, alguien que no pretende aparentar lo que no es. Enfrentado a todo y a todos, a sus superiores y compañeros. Así Chinaski deambula de una ocupación a otra, de una mujer a la siguiente, arrastrando una eterna resaca.

¿Cuál es el futuro para Chinaski? ¿Podrá llegar algún día a pasar el tiempo haciendo lo que más le gusta, escribir y apostar en las carreras? Cartero parece marcar el inicio de un tortuoso camino en busca de la libertad.

viernes, 9 de diciembre de 2022

Charles Bukowski

El arte de lo sucio



En su lápida del Green Hills Memorial Park de California, se lee: "Don't try" ("No lo intentes") . Sobre las fechas de nacimiento y muerte de Charles Bukowski (1920-1994) y a modo de guion entre ambas, el símbolo de un boxeador.

“El 75% de lo que escribo es bueno, el 40% muy bueno, y el 20% sublime. El otro 10% es mierda. ¿Encajan las cuentas? No”, decía el autor en un registro documental de 1981, en que se le ve tomando alcohol en casi todas las escenas.

Nacido en Andermach, Alemania y criado en Los Ángeles, era autor de novelas, poemas y cuentos, en total unos 45 libros, que lo convirtieron en un autor de culto, y dueño de una vida de disipaciones y excesos. Encuadrado en el llamado "realismo sucio", fue uno de los autores más influyentes en la literatura americana del siglo XX gracias a su estilo personal, transgresor y cargado de sentimientos en estado puro. Bukowski fue el último escritor maldito de la literatura estadounidense.

Estudió la carrera de Periodismo sin llegar a terminarla. Tras esta etapa comenzó a escribir al tiempo que viajaba por los Estados Unidos realizando todo tipo de trabajos. Se había ganado la vida como lavaplatos, supervisor de ascensores y conductor de camiones. También había bebido cantidades industriales de alcohol y se había acostado con incontables mujeres: “El sexo está sobrevalorado no es tan importante para mí”, aseguraba, sin embargo.

Bukowski consideraba que su padre, que le propinaba palizas feroces en su niñez, había funcionado como uno de sus maestros ineludibles, en eso del arte de escribir: “Esa faja me enseñó algo: a mecanografiar. Cuando te golpean tanto durante tanto tiempo desarrollas la tendencia a decir lo que en realidad quieres decir”, juzgaba, sin resignar ironía.

Fue después de sufrir un colapso debido a una úlcera cuando comenzó a escribir poesía. Poeta “de culto” en el ambiente del underground, y dueño de un estilo inclasificable, empezó a volverse conocido y ganar dinero siendo sus prioridades su hija Marina (fruto de su relación con una admiradora), la escritura, el alcohol, las mujeres y las carreras.

Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City o Los Ángeles Free Press.

En 1969 decidió dedicarse en exclusiva a la escritura gracias a la confianza mostrada por su editor John Martin, que le propuso 100 dólares semanales de por vida a cambio de que publicara toda su obra en su editorial, Black Sparrow. Su primera obra,
Cartero, fue publicada en 1971. A esta novela seguirían otras tan famosas como Hollywood, Pulp o La senda del perdedor.

También destacan en su haber numerosos libros de relatos como
Escritos de un viejo indecente, Erecciones,eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar, Se busca una mujer, Música de cañerías e Hijo de Satanás, además de las recopilaciones de sus artículos en prensa como Lo que más me gusta es rascarme los sobacos. La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos que su vida inspiró la película Ordinaria locura y también Barfly, cuyo guion fue escrito por el propio autor.

Cartero,
Factótum y Mujeres se nutren de un descarnado material autobiográfico, de las andanzas, desventuras y reflexiones de este poeta en su juventud, de la desolación, la carnalidad y los excesos. “Así es como se hacen los amigos y se crean los problemas”, pensaba en relación al alcoholismo.
Se trata de los tres primeros títulos protagonizados por Henry Chinaski, su alter ego literario, y publicados entre 1971 y 1978. En ellos, seguimos su vida entre prostitutas, borrachos y otras criaturas del submundo de la ciudad de Los Angeles, mientras sueña con ser escritor.
En Cartero, los lectores comparten sus andanzas en una sórdida oficina de Correos que dejará para dedicarse en exclusiva a la literatura, a sus 49 años. la novela anticipa un talento genuino.
En Factótum (1975), la trama sigue de nuevo a Henry Chinaski que ha sido rechazado en la llamada a filas de la Segunda Guerra Mundial y hace su camino desde un trabajo de baja categoría a otro.
Y en Mujeres (1978), Bukoswki exalta el erotismo y se inspira en las relaciones que mantuvo con las mujeres que se cruzó tras una abstinencia de cuatro años, producto de la adicción al alcohol, que casi lo mata por aquellos años.



Sus libros autobiográficos
Shakespeare nunca lo hizo y Peleando a la contra; los diarios de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco; los textos reunidos en Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990) y Ausencia del héroe. Relatos y ensayos inéditos (1946-1992), así como su biografía Hank conforman el universo Bukowski, un autor que terminaría siendo adorado por sus lectores.

Se dice que Jean-Paul Sartre, el padre del existencialismo, quiso conocerlo, en París.
“Eso me dijeron pero no lo creo, de todos modos dije que no: demasiado sofisticado para mi culo -juzgaba Bukowski-. No me gusta conversar con otros escritores. Es como tomar agua en la bañera. No hay nada que decir, sólo cosas por hacer. Los escritores son abominables”.
Y agregaba: “No me gusta como visten ni su modo de voz. Sólo hablan de sonetos y de que darán un taller en Nueva York. Les sacas su máquina de escribir y no son nada. Céline, Dostoievski, D.H. Lawrence y John Fante es todo lo que se necesita.”