lunes, 19 de diciembre de 2022

DE COMO MARCELA PONE LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES EN LA MUERTE DE GRISÓSTOMO Y FIN DE LA SEGUNDA PARTE

En el capítulo XIII, don Quijote, Sancho y los cabreros emprenden camino hacia el entierro de Grisóstomo. Se encuentran con un grupo de pastores, dos hombres elegantes a caballo y tres mozos que también van al entierro, por lo que deciden acompañarse en el viaje.

Uno de los hombres a caballo que se llama Vivaldo le pregunta a don Quijote por qué anda tan armado en esas tierras tan pacíficas, a lo que nuestro protagonista le contesta que es caballero andante. Vivaldo comienza a sospechar que ha perdido el juicio e indaga un poco más, preguntándole qué es un caballero andante.

En respuesta, don Quijote le cuenta del rey Arturo de Inglaterra y de la Mesa Redonda, así como de Amadís de Gaula y de otros caballeros legendarios. En lo que podría interpretarse como anticlericalismo, don Quijote compara los soldados y caballeros andantes con los sacerdotes

Vivaldo le dice que le parece mal que los caballeros andantes se encomienden a una dama antes de entrar en combate en vez de a Dios. Es la costumbre, le responde don Quijote, pero que hay tiempo para encomendarse a Dios también. Vivaldo insiste en que es preferible encomendarse a Dios como buen cristiano, y que además no todos los caballeros tienen una dama. Don Quijote no está de acuerdo y dice que un caballero sin dama es como un cielo sin estrellas. Entonces Vivaldo le pregunta quién es su dama y cuál es su linaje. Don Quijote le responde que es de los Toboso de la Mancha, un linaje moderno. A Vivaldo, quién es de los Cachopines de Laredo, no le suena este apellido.

Escuchar esta conversación les convence a todos en el grupo de que don Quijote ha perdido el juicio, salvo Sancho. Él sí cree que don Quijote es caballero andante pero duda un poco de la existencia de Dulcinea ya que el nombre no le suena y él vivía muy cerca de Toboso.

Llegan al pie de la montaña y allí están otros pastores con el cuerpo de Grisóstomo. Su amigo Ambrosio comienza a elogiar al difunto y menciona unos escritos en los que Grisóstomo habló de su amor por Marcela. El enamorado quiso que se quemaran, pero Vivaldo quiere rescatarlos como prueba de la crueldad y desdén de Marcela, y para que sirvan de ejemplo a los demás. Ambrosio asiente y le entrega algunos de estos papeles. Entre ellos está "Canción desesperada", lo último que escribió Grisóstomo antes de morir, y Vivaldo decide leerlo en voz alta.


CAPÍTULO XIIII.
Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos

CANCIÓN DE GRISÓSTOMO

Ya que quieres, crüel, que se publique
de lengua en lengua y de una en otra gente
del áspero rigor tuyo la fuerza,
haré que el mesmo infierno comunique
al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par de mi deseo, que se esfuerza
a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezcladas, por mayor tormento,
pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído,
no al concertado son, sino al ruïdo
que de lo hondo de mi amargo pecho,
llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.

El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable
baladro de algún monstruo, el agorero
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar instable;
del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sentible arrullar; el triste canto
del envidiado búho, con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,
salgan con la doliente ánima fuera,
mezclados en un son, de tal manera,
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para cantalla pide nuevos modos.

De tanta confusión no las arenas
del padre Tajo oirán los tristes ecos,
ni del famoso Betis las olivas,
que allí se esparcirán mis duras penas
en altos riscos y en profundos huecos,
con muerta lengua y con palabras vivas,
o ya en escuros valles o en esquivas
playas, desnudas de contrato humano,
o adonde el sol jamás mostró su lumbre,
o entre la venenosa muchedumbre
de fieras que alimenta el libio llano.
Que puesto que en los páramos desiertos
los ecos roncos de mi mal inciertos
suenen con tu rigor tan sin segundo,
por privilegio de mis cortos hados,
serán llevados por el ancho mundo.

Mata un desdén, atierra la paciencia,
o verdadera o falsa, una sospecha;
matan los celos con rigor más fuerte;
desconcierta la vida larga ausencia;
contra un temor de olvido no aprovecha
firme esperanza de dichosa suerte...
En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto,
y en el olvido en quien mi fuego avivo,
y, entre tantos tormentos, nunca alcanza
mi vista a ver en sombra a la esperanza,
ni yo, desesperado, la procuro,
antes, por estremarme en mi querella,
estar sin ella eternamente juro.

¿Puédese, por ventura, en un instante
esperar y temer, o es bien hacello
siendo las causas del temor más ciertas?
¿Tengo, si el duro celo está delante,
de cerrar estos ojos, si he de vello
por mil heridas en el alma abiertas?
¿Quién no abrirá de par en par las puertas
a la desconfianza, cuando mira
descubierto el desdén, y las sospechas,
¡oh amarga conversión!, verdades hechas,
y la limpia verdad vuelta en mentira?
¡Oh en el reino de amor fieros tiranos
celos!, ponedme un hierro en estas manos.
Dame, desdén, una torcida soga.
Mas, ¡ay de mí!, que con crüel vitoria
vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

Yo muero, en fin, y porque nunca espere
buen suceso en la muerte ni en la vida,
pertinaz estaré en mi fantasía.
Diré que va acertado el que bien quiere,
y que es más libre el alma más rendida
a la de amor antigua tiranía.
Diré que la enemiga siempre mía
hermosa el alma como el cuerpo tiene,
y que su olvido de mi culpa nace,
y que, en fe de los males que nos hace,
amor su imperio en justa paz mantiene.
Y con esta opinión y un duro lazo,
acelerando el miserable plazo
a que me han conducido sus desdenes,
ofreceré a los vientos cuerpo y alma,
sin lauro o palma de futuros bienes.

Tú, que con tantas sinrazones muestras
la razón que me fuerza a que la haga
a la cansada vida que aborrezco,
pues ya ves que te da notorias muestras
esta del corazón profunda llaga
de cómo alegre a tu rigor me ofrezco,
si por dicha conoces que merezco
que el cielo claro de tus bellos ojos
en mi muerte se turbe, no lo hagas:
que no quiero que en nada satisfagas
al darte de mi alma los despojos;
antes con risa en la ocasión funesta
descubre que el fin mío fue tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte desto,
pues sé que está tu gloria conocida
en que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo
Tántalo con su sed; Sísifo venga
con el peso terrible de su canto;
Ticio traiga su buitre, y ansimismo
con su rueda Egïón no se detenga,
ni las hermanas que trabajan tanto,
y todos juntos su mortal quebranto
trasladen en mi pecho, y en voz baja
—si ya a un desesperado son debidas—
canten obsequias tristes, doloridas,
al cuerpo, a quien se niegue aun la mortaja;
y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil monstros,
lleven el doloroso contrapunto,
que otra pompa mejor no me parece
que la merece un amador difunto.

Canción desesperada, no te quejes
cuando mi triste compañía dejes;
antes, pues que la causa do naciste
con mi desdicha aumenta su ventura,
aun en la sepultura no estés triste.

Bien les pareció a los que escuchado habían la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:

—Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela, la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

—Así es la verdad —respondió Vivaldo.

Y queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión —que tal parecía ella— que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que por cima de la peña donde se cavaba la sepultura pareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado le dijo:

—¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición? ¿O a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma? ¿O a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes o qué es aquello de que más gustas, que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

—No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho —respondió Marcela— sino a volver por mí misma y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y, así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir «Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo». Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran: que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar, porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa, que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados tanto de su discreción como de su hermosura a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces dijo:

—Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer con un epitafio que había de decir desta manera:

Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.

Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despejado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio; mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.

lunes, 12 de diciembre de 2022

Cartero

Resaca postal

Su estructura y su argumento son un desastre, y su prosa tiene altibajos brutales. Más que una novela se puede considerar un libro de relatos con una cierta unidad que se limita a un protagonista compartido y a algún elemento recurrente puntual. A menudo las partes están desconectadas del todo.


Cartero (1971) nos cuenta doce años de la vida de Henry Chinaski, álter ego de Bukowski., quien, desempeñó el trabajo de oficinista en una de las estafetas de correos de la ciudad donde vivía: Los Ángeles. Esta es, pues, una historia muy autobiográfica. Una historia que parece hablar de sueños frustrados y conformismo, pero que realmente no focaliza en nada.

La prosa de Bukowski pasa de reflexiones geniales a metáforas manidas. Compagina interesantes recursos estilísticos, una almazuela de piezas, con otros menos afortunados, enfatizar conceptos obvios mediante mayúsculas o cursivas. Además de soportar pasajes tediosos que se le cuelan al escritor de tanto en tanto; pasajes que hablan largo y tendido de temas tan fascinantes como el código de ética de la oficina de correos, las carreras de caballos o la morfología urbana de Los Ángeles.
Entonces, ¿qué tiene de bueno Cartero?

Esta auto-ficción es muy honesta. Además, hay que admitir que la voz de Bukowski, guste o no, es bastante personal. Su humor, ácido, es absolutamente hilarante. A destacar también el ejercicio de intertextualidad que hay en el final de la obra. Chinaski (y, por ende, Bukowski) abandona la miserable seguridad de su empleo con cuarenta y nueve años para dedicarse exclusivamente a escribir. Y escribe, precisamente, Cartero.

Con este texto irrumpió Bukowski en el mundo de las letras, en el que destacó con estilo propio. Henry Chinaski es un eterno aspirante a trabajos ocasionales y un bebedor empedernido, lo mismo que su novia, Betty, la mujer con la que convive. A través de un borracho amigo suyo, se entera de forma casual de que todos los años la oficina de correos contrata personal temporal para atender la sobrecarga de trabajo de la campaña de Navidad.

Tras esa primera toma de contacto y creyendo que se trata de un oficio cómodo y fácil, que además le permite desahogar sus impulsos sexuales con algunas de las mujeres con que topa, decide presentarse a las pruebas de admisión a cartero suplente. Aprobados los exámenes, comienza a trabajar en un oficio que, poco después, considera obsesivo y duro, pero que mantiene durante algo más de tres años.

La realidad es que en ese tiempo apenas descansa por las noches, y parte del día la dedica casi por completo a dos de sus pasiones favoritas: la bebida y la actividad sexual, sobre todo la primera. No es extraño que la constante resaca y el cansancio hagan mella en él y que, por otra parte, su rebeldía atraiga la ira de sus jefes, a quienes provoca con sus sarcásticas respuestas. Pero una defensa empecinada e irracional de su punto de vista le conduce medio año más tarde a presentar su dimisión.

Se abre entonces un paréntesis en el que Chinaski se dedica a descansar y a apostar con suerte a las carreras de caballos. Betty se muestra incómoda ante esta nueva situación. se separan, él alquila un nuevo piso y entonces conoce a una texana ninfómana, Joyce, con la que se casa en Las Vegas.

Aunque la familia de Joyce es extraordinariamente rica, Chinasky empieza a trabajar como mozo de carga en un almacén. Poco después solicita el ingreso como oficinista en Correos. De nuevo supera los exámenes de ingreso, pero resurge el obsesivo fantasma de la monotonía.
"-Tenemos que conseguir los dos trabajo --decía- para probarles que no vas detrás de su dinero, Para probarles que somos autosuficientes."
La relación con Joyce se va a pique y Chinasky vuelve a encontrar a Betty y de nuevo sienten una gran satisfacción charlando y gozando juntos los efluvios del alcohol, pero algo ha cambiado entre ellos. Han envejecido por separado y nada es como antes. Se separan, y mientras Betty se hunde cada vez más hasta fallecer de un coma etílico, Henry, sin abandonar la adicción a la bebida, supera las pruebas técnicas que le dan acceso a la categoría de empleado regular.

Y llega la intelectual Fay, con la que tuvo a una niña llamada Marina Louise. Aquí deja entrever su lado más humano en su faceta paternal, ya visto antes cuando se preocupa por Betty que agonizaba en el hospital.

"Pobre cosa, pensé, pobre y condenada cosita. No sabía entonces que algún día llegaría a ser una hermosa muchacha con la misma jeta que yo, jajaja." 
A pesar de todos sus defectos, de su asumido alcoholismo y su dejadez absoluta, Henry Chinaski se nos muestra como un tipo honesto a su manera, alguien que no pretende aparentar lo que no es. Enfrentado a todo y a todos, a sus superiores y compañeros. Así Chinaski deambula de una ocupación a otra, de una mujer a la siguiente, arrastrando una eterna resaca.

¿Cuál es el futuro para Chinaski? ¿Podrá llegar algún día a pasar el tiempo haciendo lo que más le gusta, escribir y apostar en las carreras? Cartero parece marcar el inicio de un tortuoso camino en busca de la libertad.

viernes, 9 de diciembre de 2022

Charles Bukowski

El arte de lo sucio



En su lápida del Green Hills Memorial Park de California, se lee: "Don't try" ("No lo intentes") . Sobre las fechas de nacimiento y muerte de Charles Bukowski (1920-1994) y a modo de guion entre ambas, el símbolo de un boxeador.

“El 75% de lo que escribo es bueno, el 40% muy bueno, y el 20% sublime. El otro 10% es mierda. ¿Encajan las cuentas? No”, decía el autor en un registro documental de 1981, en que se le ve tomando alcohol en casi todas las escenas.

Nacido en Andermach, Alemania y criado en Los Ángeles, era autor de novelas, poemas y cuentos, en total unos 45 libros, que lo convirtieron en un autor de culto, y dueño de una vida de disipaciones y excesos. Encuadrado en el llamado "realismo sucio", fue uno de los autores más influyentes en la literatura americana del siglo XX gracias a su estilo personal, transgresor y cargado de sentimientos en estado puro. Bukowski fue el último escritor maldito de la literatura estadounidense.

Estudió la carrera de Periodismo sin llegar a terminarla. Tras esta etapa comenzó a escribir al tiempo que viajaba por los Estados Unidos realizando todo tipo de trabajos. Se había ganado la vida como lavaplatos, supervisor de ascensores y conductor de camiones. También había bebido cantidades industriales de alcohol y se había acostado con incontables mujeres: “El sexo está sobrevalorado no es tan importante para mí”, aseguraba, sin embargo.

Bukowski consideraba que su padre, que le propinaba palizas feroces en su niñez, había funcionado como uno de sus maestros ineludibles, en eso del arte de escribir: “Esa faja me enseñó algo: a mecanografiar. Cuando te golpean tanto durante tanto tiempo desarrollas la tendencia a decir lo que en realidad quieres decir”, juzgaba, sin resignar ironía.

Fue después de sufrir un colapso debido a una úlcera cuando comenzó a escribir poesía. Poeta “de culto” en el ambiente del underground, y dueño de un estilo inclasificable, empezó a volverse conocido y ganar dinero siendo sus prioridades su hija Marina (fruto de su relación con una admiradora), la escritura, el alcohol, las mujeres y las carreras.

Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City o Los Ángeles Free Press.

En 1969 decidió dedicarse en exclusiva a la escritura gracias a la confianza mostrada por su editor John Martin, que le propuso 100 dólares semanales de por vida a cambio de que publicara toda su obra en su editorial, Black Sparrow. Su primera obra,
Cartero, fue publicada en 1971. A esta novela seguirían otras tan famosas como Hollywood, Pulp o La senda del perdedor.

También destacan en su haber numerosos libros de relatos como
Escritos de un viejo indecente, Erecciones,eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar, Se busca una mujer, Música de cañerías e Hijo de Satanás, además de las recopilaciones de sus artículos en prensa como Lo que más me gusta es rascarme los sobacos. La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos que su vida inspiró la película Ordinaria locura y también Barfly, cuyo guion fue escrito por el propio autor.

Cartero,
Factótum y Mujeres se nutren de un descarnado material autobiográfico, de las andanzas, desventuras y reflexiones de este poeta en su juventud, de la desolación, la carnalidad y los excesos. “Así es como se hacen los amigos y se crean los problemas”, pensaba en relación al alcoholismo.
Se trata de los tres primeros títulos protagonizados por Henry Chinaski, su alter ego literario, y publicados entre 1971 y 1978. En ellos, seguimos su vida entre prostitutas, borrachos y otras criaturas del submundo de la ciudad de Los Angeles, mientras sueña con ser escritor.
En Cartero, los lectores comparten sus andanzas en una sórdida oficina de Correos que dejará para dedicarse en exclusiva a la literatura, a sus 49 años. la novela anticipa un talento genuino.
En Factótum (1975), la trama sigue de nuevo a Henry Chinaski que ha sido rechazado en la llamada a filas de la Segunda Guerra Mundial y hace su camino desde un trabajo de baja categoría a otro.
Y en Mujeres (1978), Bukoswki exalta el erotismo y se inspira en las relaciones que mantuvo con las mujeres que se cruzó tras una abstinencia de cuatro años, producto de la adicción al alcohol, que casi lo mata por aquellos años.



Sus libros autobiográficos
Shakespeare nunca lo hizo y Peleando a la contra; los diarios de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco; los textos reunidos en Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990) y Ausencia del héroe. Relatos y ensayos inéditos (1946-1992), así como su biografía Hank conforman el universo Bukowski, un autor que terminaría siendo adorado por sus lectores.

Se dice que Jean-Paul Sartre, el padre del existencialismo, quiso conocerlo, en París.
“Eso me dijeron pero no lo creo, de todos modos dije que no: demasiado sofisticado para mi culo -juzgaba Bukowski-. No me gusta conversar con otros escritores. Es como tomar agua en la bañera. No hay nada que decir, sólo cosas por hacer. Los escritores son abominables”.
Y agregaba: “No me gusta como visten ni su modo de voz. Sólo hablan de sonetos y de que darán un taller en Nueva York. Les sacas su máquina de escribir y no son nada. Céline, Dostoievski, D.H. Lawrence y John Fante es todo lo que se necesita.”

lunes, 7 de noviembre de 2022

Los asquerosos

¿Cómo sobrevivir en Zarzahuriel?

Adaptación teatral de Los asquerosos por Jordi Galceran y Jaume Buixó
 con Secun de la Rosa y Miguel Rellán

Manuel agrede con un destornillador a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive con libros de la colección Austral, vegetales de los alrededores y con una compra en el Lidl que le envía su tío. Okupa una casa, sin luz, sin agua, sin supermercado, sin prácticamente cobertura, sin calefacción, sin nada. Manuel practica una austeridad brutal, “con su pobreza autosurtida compararía tiempo, porque pasaba ratos mucho mejores en el mercado de horas que en el de frutas y verduras. Aquel le ofrecía mejor producto”. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Un Robinson Crusoe ambientado en la España vacía, una redefinición del concepto de «austeridad».

Manuel disfruta con esto y cada vez va a más, “no necesitaba apenas nada de lo adquirible en una tienda. La carencia era su gran saciante patrimonio. Se estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria”. Escondido del mundo halló una libertad plena y antihigiénica. Metido en una casa abandonada se encontró a sí mismo y toda la carga filosófica que este modo de vida conlleva.

Un tratado sobre economía; una defensa por deshacernos de todo lo superfluo que acompaña nuestras vidas: un viaje a la esencia misma de las cosas.

Los asquerosos (Blackie Books, 2018) supone una interesante reflexión sobre la soledad, la bien entendida, la deseada, la buscada. Aunque en el caso de Manuel ese disfrute fue obligado.

Pero aparecen los Mochufas. Una familia bulliciosa, urbanita, tecnológica, con niños, con ruido, con amigos, con fiestas que decide comprar y rehabilitar una casa en Zarzahueriel. Una familia que además pretende montar un negocio de multiaventura rural en el pueblo y repoblarlo. Manuel enloquece con esta invasión a su austera intimidad rural y empieza a tomar algunas decisiones equivocadas.

Las obras de Santiago Lorenzo están habitadas por seres singulares que arrastran sus vergüenzas. Dan pena ellos y damos pena nosotros con nuestra misericordiosa superioridad.

En resumen, una novela que cuenta la historia de un tipo al que le va todo mal ; un tipo que se va solo a un pueblo de la España vaciada para darse cuenta de que, en realidad, los vacíos son los otros. O tal vez él. O todos. Los mochufas. La historia de un personaje y un autor que se imitan. Santiago Lorenzo nos deja un final feliz o melancólico, o ambas cosas, o quizás un final sin catalogación. 

La novela se publicó en 2018 y habla de encontrar la felicidad a través de las cosas más simples, de la soledad, de la "parquedad gozosa", de la "austeridad fiera", como Manuel la definía. Ahora estamos en 2022, ¿hemos aprendido a valorar lo que tenemos y a disfrutar con lo mínimo después de haber visto peligrar nuestro sistema de vida a causa de un virus o de una guerra?

viernes, 28 de octubre de 2022

Santiago Lorenzo

Esas catilinarias


El mayor temor de Santiago Lorenzo es caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, lugar donde nació en 1964. Hijo de profesores, estudió imagen y guion en la Universidad Complutense y dirección escénica en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. En 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru, Es asunto mío o el aplaudido Manualidades. Porque además de eso, a este artesano siempre le gustó construir maquetas imposibles y montar trenes portátiles.

En 1995, produjo Caracol, col, col, que le valió pisar alfombra roja de los Premios Goya, que ganó en la categoría a Mejor Corto de Animación.

Lorenzo estudió en Bilbao y luego en Valladolid, ciudad a la que siempre ha seguido vinculado. Allí rodó alguno de sus cortos, y parte de sus largos como Mamá es boba (1997). La historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce y podría servir como mito fundacional del post-humor que busca la risa incómoda. Con ella fue nominado al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres.

También rodó en Valladolid, Un buen día lo tiene cualquiera (2007), donde vuelve a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo o un piso en la ciudad.

En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados.

Pero a Santiago Lorenzo, el mundo del cine empezó a hastiarle y decidió cederle sus ideas a la literatura, por lo que en 2010 publicó la novela Los millones (Mondo Brutto), uno de los libros del año con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la lotería primitiva y no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Desde entonces, ha escrito Los huerfanitos (Blakie Books, 2012) en donde ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, "el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción". Fue llevada al teatro por la compañía Traspasos Kultur

La paradoja es que Santiago Lorenzo pasó de cineasta de culto a escritor superventas con Los asquerosos (Blackie Books, 2018), un humorístico alegato del aislamiento, aunque para él su libro preferido es el tercero, Las ganas (Blackie Books, 2014), una novela tierna que el sexo es realmente importante cuando no lo practicas pero lo es más aún el amor.

En la actualidad, Lorenzo vive en una pedanía de Segovia con menos de veinte habitantes. Le gusta la tranquilidad, la austeridad sin tontería y no ser molestado. Es perfeccionista seguramente debido a su afición a las maquetas y no tiene redes sociales, pero sí usa Internet ("es perfecto para estar solo o para estar acompañado").

Mientras busca leña, se hace cafés o come churros escribe libros como Tostonazo (Blackie Books, 2022), que presenta estos días en ciudades que quizá rebosen de mochufa, urbanitas que exportan barullo, un concepto que consiguió introducir en el vocabulario gracias a Los asquerosos. Ahora a esa categoría le sucede otra, los Sixtos, esas personas que lo estropean todo, son los que mandan y encima están ahí por enchufe. Tostonazo, desde su experiencia en el mundo del cine, habla del respeto al que sabe y la del miedo al que manda. La primera es un vínculo de admiración, la segunda lleva a veces al desprecio.
El protagonista es un joven sin oficio ni beneficio que se ve, de repente, trabajando como becario en un film de cierto empaque. El rodaje va a estar mangoneado por un ignorante que manda sobre todos. Después de la experiencia, para olvidarse de la capital, el chico acepta un trabajo en un lugar de provincias. Y justo allí, cerca de la España vaciada , el joven descubre la amistad, la alegría de ser y la vida vivible. ¿Os suena?

Con todo, Santiago Lorenzo a veces echa de menos estar detrás de la cámara. «Sí. Era un oficio maravilloso. En realidad este libro es una declaración de amor al cine, pero como actividad humana y recreativa, no como negocio.»

viernes, 21 de octubre de 2022

DON QUIJOTE VA AL ENTIERRO DE GRISÓSTOMO

En el capítulo XII, mientras le curan la herida a don Quijote, llega otro mozo y les trae la noticia de que un famoso estudiante llamado Grisóstomo ha muerto de amores por culpa de una moza llamada Marcela. Dejó en su testamento que desea ser enterrado en un lugar en el campo donde vio por primera vez a Marcela. Pedro, uno de los cabreros, comienza a contarle la historia de Grisóstomo a don Quijote, mientras nuestro protagonista le corrige sus errores de habla.

Grisóstomo era un hidalgo rico que había estudiado en Salamanca y sabía mucho de la astrología. Un día comenzó a vestirse de pastor y nadie en el pueblo entendió el motivo. Resulta que estaba enamorado de una pastora llamada Marcela. A Marcela se le habían muerto los padres, por lo que la crió su tío sacerdote. Era tan hermosa que todos los hombres el el pueblo querían casarse con ella. Su tío le proponía los que consideraba buenos candidatos, pero ella no se sentía lista para casarse con ninguno. Un día, Marcela decidió vestirse de pastora e irse al campo con las otras zagalas. Por ende, todos los hombres que querían enamorarla también se vistieron de pastores para ir al campo e intentar cortejarla. Ella les trataba amablemente, pero cuando descubría sus intenciones, aunque fueran matrimonio, ella los rechazaba. Por tantos rechazos, los hombres comenzaron a llamarla cruel e ingrata.



Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

Mas apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis pastores vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos asimesmo dos gentileshombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar se saludaron cortésmente y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro y, así, comenzaron a caminar todos juntos.

Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo:

—Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas ansí del muerto pastor como de la pastora homicida.

—Así me lo parece a mí —respondió Vivaldo—, y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.

Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.

Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió don Quijote:

—La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas solo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.

Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo que qué quería decir caballeros andantes.

—¿No han vuestras mercedes leído —respondió don Quijote— los anales e historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos «el rey Artús», de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que por arte de encantamento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro, a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo deste buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,

con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces de mano en mano fue aquella orden de caballería estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo, y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y, así, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos.

Por estas razones que dijo acabaron de enterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio y del género de locura que lo señoreaba, de lo cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino que decían que les faltaba, al llegar a la sierra del entierro quiso darle ocasión a que pasase más adelante con sus disparates, y, así, le dijo:

—Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha.

—Tan estrecha bien podía ser —respondió nuestro don Quijote—, pero tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas, no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados yelos del invierno. Así que somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y como las cosas de la guerra y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando, síguese que aquellos que la profesan tienen sin duda mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso: solo quiero inferir, por lo que yo padezco, que sin duda es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha mala ventura en el discurso de su vida; y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor, y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.

—De ese parecer estoy yo —replicó el caminante—, pero una cosa entre otras muchas me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes, antes se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece que huele algo a gentilidad.

—Señor —respondió don Quijote—, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese, que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que al acometer algún gran hecho de armas tuviese su señora delante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende, y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra.

—Con todo eso —replicó el caminante—, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también, que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. Y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

—Eso no puede ser —respondió don Quijote—: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón.

—Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.

A lo cual respondió nuestro don Quijote:

—Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.

—Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado —dijo el caminante—, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.

Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo:

—Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.

—El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber —replicó Vivaldo.

A lo cual respondió don Quijote:

—No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia, Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón, Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:


Nadie las mueva
que estar no pueda con Roldán a prueba.

—Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo —respondió el caminante—, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos.

—¡Como eso no habrá llegado! —replicó don Quijote.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Solo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos.

Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo:

—Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.

Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura, a un lado de una dura peña.

Recibiéronse los unos y los otros cortésmente, y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio. Hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro:

—Mirá bien, Ambrosio, si es este el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento.

—Este es —respondió Ambrosio—, que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido.

Y volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo:

—Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.

—De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos —dijo Vivaldo— que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido, que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto; antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida, de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo y que en este lugar había de ser enterrado, y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio!, a lo menos, yo te lo suplico de mi parte, que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.

Y sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo:

—Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pensamiento vano.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título Canción desesperada. Oyólo Ambrosio, y dijo:

—Ese es el último papel que escribió el desdichado; y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído, que bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura.

—Eso haré yo de muy buena gana —dijo Vivaldo.

Y como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda, y él, leyendo en voz clara, vio que así decía:

lunes, 3 de octubre de 2022

La Novena

Una herida siempre abierta




Miguel Flores se está preparando cuidadosamente para asistir a un funeral. ¿De quién ese funeral? ¿Por qué tanto esmero? ¿Tanto cuidado?

Un comienzo que poco nos va a anticipar de lo que encontraremos después, ya que enseguida vamos a retroceder unos cuantos años para encontrarnos con un Miguel que es detenido durante una protesta contra la dictadura de Pinochet y cuyo castigo será la relegación.

La relegación fue uno de los métodos de represalia más crueles que se utilizaron durante la dictadura y que consistía en enviar al detenido «con lo puesto» y sin dinero, a sitios inhóspitos, de difícil acceso y lejos de su lugar de origen en el que sólo disponían para vivir de un chamizo con un camastro, una bombilla de pequeño voltaje y poco más, teniendo que buscarse la vida en el más amplio sentido de la palabra.

En un ambiente casi siempre hostil y con pocos recursos, en el que los habitantes más próximos les mostraban su rechazo y desconfianza; y además teniendo que desplazarse varios kilómetros todos los días, en ocasiones varias veces, para firmar ante los "pacos" (que parece venir del quechua p'aku (castaño claro) y hace referencia a los ponchos castaños con los que se abrigaban los antiguos policías de Santiago) en el libro de firmas, sin importar cómo ni de qué manera, hiciera un sol abrasador o cayera una lluvia torrencial.

Cerca del lugar donde Miguel es relegado se encuentra el fundo de La Novena, propiedad de Amelia, una viuda de edad madura, que suele vivir allí la mayor parte de su tiempo huyendo de todo lo que envuelve la vida de la ciudad. En su fundo es donde Amelia está cómoda, vive como desea, con sus libros, sus recuerdos, con las cosas que ama y con un atardecer que disfruta mientras toma una copa de vino y da las gracias.

Miguel y Amelia pronto se conocerán y, aunque en un principio Miguel no tiene muy buena opinión de ella ésta irá cambiando poco a poco y se establecerá entre ellos una relación en la que se irán conociendo despacio mientras Amelia le contagiará su amor por la literatura, la novela Mary Barton, de Elizabeth Gaskell, una escritora inglesa del siglo XIX, victoriana, que retrata Manchester, en plena Revolución industria marcará todo el devenir del protagonista. También le ilustrará, le mostrará el camino para que vaya abriendo su mente con sus charlas, a la vez que le irá contando su vida que no siempre ha sido fácil.

Poco a poco la relación entre ellos hace que él cuestione sus prejuicios, en tanto que sus sentimientos pasan del profundo deseo de odiarla a una atracción y un vínculo permanente. Pero el azar y la actividad política de Miguel provocarán un giro en extremo, doloroso e irreparable para ambos.

La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos exigiendo el fin de la impunidad.
Fuente: Kena Lorenzini

Aunque en un primer momento parece que el protagonista de la novela es Miguel, pronto nos daremos cuenta que no va a ser así, o por lo menos que no va a ser el único, ya que las mujeres Sybil y Mel, prima e hija de Amelia, y sobre todo esta última son las verdaderas protagonistas. Amelia, Mel y Sybil construyen una tríada de mujeres que ha sido marcada por las vicisitudes políticas del país, el amor, el dolor, el desengaño y la compasión. También aquí, con las tres protagonistas enérgicas, centrales, mater familias y arquetipo de la liberalidad femenina, Serrano plantea los dilemas de la libertad de la mujer, la sumisión, la infidelidad, el matrimonio, el trabajo y el sexo.

La Novena se divide en cuatro partes, un prólogo y un epílogo. Esta estructura permite marcar diferentes planos temporales y alternar entre un narrador omnisciente y uno autobiográfico. Las voces de Miguel, Amelia y Mel, la hija de la primera, se suceden en la historia, que salta de 1985 a 2005, en Chile e Inglaterra, y finaliza treinta años después del primer episodio.
Esa primera parte se desarrollará prácticamente entre conversaciones íntimas e intelectuales, donde lentamente se dará lugar a lo predecible: una tensión poco inocente empieza a surgir entre los protagonistas. Pero de improviso se cortará, dando lugar a la oscuridad real y palpable: la historia da un giro impredecible cuando los militares interrumpen las reflexiones y los atardeceres.

Lo cierto es que los saltos que va dando la narración, breves interrupciones que dan a entender la historia como contada por un tercer testigo y que giran a una voz en primera persona, para volver a la tercera, confunden y entretienen al mismo tiempo.

Sin duda, lo que sucede en La Novena está marcado por la dictadura de Pinochet, haciéndonos recapacitar sobre las formas de privación de la libertad que puedan no parecerlo, de esas crueldades que a simple vista no lo aparentan, pero también llevará a una reflexión sobre la traición, el amor, la redención o el perdón, pero no sólo hacia los demás, sino también hacia nosotros mismos.

martes, 27 de septiembre de 2022

Marcela Serrano

Compromiso con las mujeres y con Latinoamerica


Marcela Serrano comenzó a escribir en 1985, a raíz de una crisis personal. Figura destacada de la nueva narrativa de América Latina, su nombre se asocia al llamado “boom” de las narradoras latinoamericanas, entre las que se encuentran la también chilena Isabel Allende, la cubana Zoé Valdés y la mexicana Ángeles Mastretta.

Nacida en Santiago de Chile (1951) es hija de la novelista Elisa Pérez Walker y del autor de libros sobre las culturas griega e hindú y ensayista, Horacio Serrano.

A finales de la década de los años sesenta estudió lengua francesa en París, donde permaneció un año. Regresó a Chile y volvió a salir del país tras el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973. Marcela se exilió en Roma, donde estuvo cuatro años hasta regresar -con temor- a su país. En esa época se unió a grupos artísticos y montó una exposición de artes plásticas a comienzos de los ochenta.

En 1983 se licenció en grabado por la Universidad Católica de Chile; siguió trabajando en diversos ámbitos de las artes visuales y fue directora de la Escuela de Diseño de Santiago. Sin embargo, al poco tiempo abandonó por completo sus actividades artísticas.​

La obra de Marcela Serrano tiene como eje temático y preocupación central la condición femenina, reflejando tanto su naturaleza como su insatisfacción y las dificultades con que se topa para llegar a su realización en un mundo patriarcal. Los antecedentes de su narrativa en su país pueden encontrarse en María Luisa Bombal, autora de La amortajada y La última niebla, dos grandes títulos de la literatura chilena.

En 1991, con 38 años, publicó su primera novela, Nosotras que nos queremos tanto, obra con la que en 1994 obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que sirvió para consolidar su carrera literaria. Esta es la historia de cuatro chilenas que mantienen una charla sobre sus experiencias vitales. Su segunda novela, Para que no me olvides (1993), alcanzó los primeros puestos de las listas de los libros más leídos en Latinoamérica.

En 1995 salió a la venta Antigua vida mía, novela ambientada en la ciudad de Antigua (Guatemala) que fue llevada al cine por el director argentino Héctor Olivera e interpretada por Cecilia Roth y Ana Belén. Por esta obra recibió en el año 2000 la condecoración Rafael Landívar, máxima distinción que otorga el municipio de Antigua a sus hijos ilustres.

Serrano prosigue su actividad literaria con El albergue de las mujeres tristes (1998), ambientada en una residencia para mujeres con problemas en el sur de Chile y con Nuestra Señora de la Soledad (1999), una intriga policial protagonizada por una detective que investiga la desaparición de una célebre escritora; el desarrollo del relato, sin embargo, excede el género negro para convertirse en una verdadera novela de aprendizaje.

En el año 2000 publicó un libro de relatos cortos titulado Mundo raro, en los que abordó temas como el aborto, la soledad y las miserias de la condición humana. Un año después quedó finalista del Premio Planeta, el mejor dotado económicamente en lengua española, con Lo que está en mi corazón (2001), novela ambientada en el estado mexicano de Chiapas (en el que se produjo la revuelta zapatista) y protagonizada por una traductora que conoce el amor y toma conciencia de la necesidad de la lucha política.

Marcela Serrano, como novelista, sabe sobre lo que está escribiendo y no sólo lo hace bien, sino que convoca, con claridad y falta de afectación, algunos temas que hoy rodean al acosado mundo de la mujer contemporánea. Siempre comprometida con la realidad política de su país es defensora de las reivindicaciones de su sexo, sosteniendo que "definirse feminista es definirse ser humano".

Durante la gira de promoción de Hasta siempre, mujercitas, estando en un hotel de Lima en 2004 le diagnosticaron "estrés severo", y a raíz de él Marcela Serrano abandonó la vida pública durante años, reapareciendo 2011 para promocionar su novela Diez mujeres. aunque publicó en 2008, otra obra suya, La Llorona.

Marcela Serrano es también la autora del libro de cuentos Dulce enemiga mía (2013) y de La Novena (2016), la historia de un estudiante universitario, Miguel Flores y de su relación con Amelia, una mujer de mediana edad, viuda y dueña del fundo La Novena.

En su obra les ha dado voz a las mujeres y en su cotidianeidad estuvo y está rodeada por sus hermanas. Eran cinco, muy unidas y bulliciosas, según recuerda. En 2017 murió Margarita Serrano, quien era periodista. Marcela le dedicó El manto (2019), su novela más personal. La escribió viviendo en Parque Forestal en Santiago, donde todavía sigue instalada. En su infancia la rodearon, además de sus hermanas, su madre, tías maternas y dos abuelas. Sus hijas, Elisa y Margarita, continuaron esta maravillosa historia de mujeres.

Está enamorada de sus días tranquilos, alejados del trajín social. Disfruta de cocinar, de comer, de la música. Es una gran lectora y ha dicho que no puede imaginarse una vida sin la lectura: “La lectura es como mi mejor amiga, una compañera imbatible”.

sábado, 24 de septiembre de 2022

LA HISTORIA DE GRISÓSTOMO Y MARCELA CONTADA POR UN CABRERO

En el Capítulo XI los cabreros tienden unas pieles de oveja por el suelo e invitan a Sancho y a don Quijote a comer con ellos. Don Quijote está sentado y Sancho está de pie, por lo que don Quijote le dice a Sancho: "...quiero que aquí a mi lado y en mi compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala".
Sancho le agradece la invitación a sentarse, pero dice que se siente más cómodo comiendo solo en un rincón porque si se uniese a los otros comensales, tendría que masticar despacio, beber poco, limpiarse a menudo y no estornudar ni toser. Aun así, don Quijote insiste en que se sienta.
Después de comer, don Quijote comienza a hablar de la edad de oro (la primera de cinco edades que delineó Hesíodo) en la que "ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío" y todo se compartía. Fue una época de paz y amistad. Pero en estos siglos actuales, dice don Quijote, hay tanta malicia que fue necesario crear la orden de los caballeros andantes para socorrer a las doncellas, viudas, huérfanos y menesterosos. Entonces les dice a los cabreros que él es un caballero andante de esa orden y que agradece su hospitalidad. Los cabreros se quedan maravillados y sin saber qué decir.
Entonces llega un músico llamado Antonio y los cabreros le piden que cante para sus invitados especiales. Antonio les canta un romance rústico. Don Quijote le pide que cante otra canción, pero Sancho tiene sueño y dice que seguramente los cabreros también. Antes de irse a dormir, los cabreros ven la herida que tiene don Quijote en la oreja y le ponen un remedio de romero para que se cure.

De lo que contó un cabrero a los que estaban con
don Quijote

Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento (provisiones), y dijo:

—¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?

—¿Cómo lo podemos saber? —respondió uno dellos.

—Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales.

—Por Marcela, dirás,—dijo uno.

—Por esa digo —respondió el cabrero—; y es lo bueno que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque, según es fama y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar.

—Todos haremos lo mesmo —respondieron los cabreros—, y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos.

—Bien dices, Pedro —dijo uno—, aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos; y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie.

—Con todo eso, te lo agradecemos —respondió Pedro.

Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora aquella; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído.

—Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.

—Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores —dijo don Quijote.

Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

—Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.

—Estéril queréis decir, amigo —dijo don Quijote.

—Estéril o estil —respondió Pedro—, todo se sale allá. Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: «Sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla (cosecha copiosa) de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota».

—Esa ciencia se llama astrología —dijo don Quijote.

—No sé yo cómo se llama —replicó Pedro—, mas sé que todo esto sabía, y aun más. Finalmente, no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas: tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor de soluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza: quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.

—Decid Sarra —replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.

—Harto vive la sarna —respondió Pedro—; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.

—Perdonad, amigo —dijo don Quijote—, que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

—Digo pues, señor mío de mi alma —dijo el cabrero—, que en nuestra aldea hubo un labrador aun más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer, murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a quince años nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote; que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura, y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.

—Así es la verdad —dijo don Quijote—, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia.

—La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en lo demás sabréis que aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer, justas escusas, dejaba el tío de importunarla y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores, han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos; uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato: antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado ni con verdad se podrá alabar que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse y, así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. Y deste y de aquel, y de aquellos y de estos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela, y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada. Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquel donde manda enterrarse media legua.

—En cuidado me lo tengo —dijo don Quijote—, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

—¡Oh! —replicó el cabrero—, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y por ahora bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida; puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente.

Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.