martes, 31 de enero de 2023

Erri de Luca

Construir una vida y contarla



Este napolitano, nacido en 1950, participó en el movimiento del 68 a los 18 años y posteriormente fue dirigente del grupo Lotta Continua, una organización de extrema izquierda fundada en otoño de 1969 en Italia por una escisión del movimiento obrero-estudiantil de Turín.
“Fue el momento en que los obreros conseguimos el mayor poder, la mayor orientación de la vida social, cambiar las condiciones laborales de las fábricas… El cine se ocupaba de los obreros, la literatura también. Esas luchas han generado una energía y una conciencia tan fuertes que toda esa masa obrera llegada del sur en condiciones de opresión y miseria se unió y obtuvo resultados. Hicimos lo necesario, lo que había que hacer, y por ello fuimos la generación más encarcelada por motivos políticos de la historia de Italia”.
Erri (Enrico) De Luca fue albañil durante 20 años, camionero para trasladar ayuda humanitaria a Bosnia, cooperante en Tanzania, traductor de la Biblia, políglota autodidacta, alpinista y lector, Facetas que definen a este tipo de mirada noble que se resiste a ser catalogado como escritor, aunque sea la que la dado la fama.
“Ahí me siento un intruso. Para mí escribir es una fiesta, no un trabajo”.

Autor de más de cincuenta obras, entre las que destacan: Aquí no, ahora no (1989), El peso de la mariposa (2009), Los peces no cierran los ojos (2012) o Imposible (2020), De Luca es considerado uno de los autores italianos más importantes de todos los tiempos y sus libros se han traducido a treinta idiomas. Ha sido galardonado con varios premios, entre los que destacan el Premio Leteo, el Premio Petrarca, el Premio France Culture, el Femina Étranger y el Premio Europeo de Literatura. 

Las guerras, revoluciones y generaciones son temas constantes en su conversación y en su obra, y si se enganchó a los libros de historia fue precisamente porque para él no se trataba de eso, sino de una educación sentimental, una transmisión de aquello que su progenitor había vivido sin comprender.

Erri De Luca es un apasionado de El Quijote que no se declara cervantino sino “rocinantino”. “Yo soy de Rocinante, mi identificación es con Rocinante porque, como un caballo, también yo he sido cabalgado por distintas causas que me han saltado a la grupa y no he podido hacer otra cosa que galopar en esa dirección. Entiendo la fatiga de Rocinante al ser espoleado por unas razones de fuerza mayor a las que no puedes renunciar”. Y todo junto a un personaje, el Quijote, invencible no porque no le venzan, dice, sino porque nunca duda en volver a ponerse en pie para luchar. “Quijote jamás será derrotado aunque le ganen y esa es la historia del siglo XX: las revoluciones han sido por necesidad, invencibles por esos mismo”.

En 2013 fue acusado de incitación a la violencia por defender el sabotaje de la línea de alta velocidad Lyon-Turín, un mastodóntico proyecto que durante más de dos décadas ha generado protestas contra la perforación de unas montañas del Valle de Susa que albergan amianto y pechblenda. Esta fue la frase que le llevó al banquillo: “Las mesas de negociación con el Gobierno han fracasado. El sabotaje es la única alternativa”. Y este el debate que se desató: ¿libertad de expresión o incitación a la violencia?

El Tribunal de Turín le absolvió en 2015 y el pulso judicial entre ambas miradas de la misma cuestión se convirtió en altavoz de unos ideales que plasmó en el libro La palabra contraria. “Si mi opinión es un delito, no voy a dejar de cometerlo”, reza la cubierta de la obra.

Su último libro A tamaño natural (2022) es una fascinante reflexión sobre los vínculos extremos que unen a padres e hijos. Desde la filosofía, el arte, la religión, la historia o la mitología, Erri De Luca atraviesa, con su mirada personal y su experta sensibilidad, los nudos que unen de por vida a padres e hijos, a veces desde el rechazo del afecto o la ingratitud, otras desde el aprendizaje, el reconocimiento y la aceptación. Es el libro más personal del autor.

Las  historias de Erri De Luca son sobre todo una voz que está hablando, con frases no muy largas para que la respiración pueda leerlas.

lunes, 23 de enero de 2023

DON QUIJOTE Y SANCHO TERMINAN A PALOS POR UN DESLIZ DE ROCINANTE

En el capítulo anterior (XIV) Vivaldo lee una canción de Grisóstomo titulada “Canción desesperada”. E con ferviente determinación, la cual logra cautivar el interés de toda la presente audiencia. Esta canción desesperada trata sobre la infortunada vida que Grisóstomo tuvo al tener la suerte de encontrarse con Marcela y enamorarse de ella. De esta manera la canción siempre gira en torno a la idea del suicidio. “¡Oh en el reino del amor fieros tiranos celos!, ponedme un hierro en estas manos. Dame, desdén, una torcida soga.”.
Continuando con la historia, aparece finalmente la mujer que es acusada injustamente con la muerte de Grisóstomo, la cual demuestra ser una mujer de principios y de fuertes valores a través de un discurso majestuoso que deja perplejo hasta a la última alma presente. Marcela es una mujer decidida la cual como buena seguidora de sus convicciones habla sin cesar y argumente su inocencia en la muerte de este hombre. Esta se sustenta con la teoría de que la vida otorga ciertas cualidades a las cosas y que ella fue bendecida con la belleza. Por lo tanto esta belleza no es producto de sí misma y no tiene ninguna responsabilidad por la muerte de este hombre el cual se atrajo a ella por esta cualidad. “Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escojella.” Se da así por finalizada la historia de Grisóstomo y Marcela.


Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses 

Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela, y, habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes, sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco: tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar.

Apeáronse don Quijote y Sancho y, dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que allí había, dieron saco a las alforjas y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron.

No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo (que no todas veces duerme), que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas de unos arrieros yangüeses, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua, y aquel donde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los yangüeses.

Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que pareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla, en pelota. Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron malparado en el suelo.

Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando, y dijo don Quijote a Sancho:

—A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.

—¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si estos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?

—Yo valgo por ciento —replicó don Quijote.

Y sin hacer más discursos echó mano a su espada y arremetió a los yangüeses, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo; y a las primeras dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.

Los yangüeses que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo, y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado: donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas.

Viendo, pues, los yangüeses el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante.

El primero que se resintió fue Sancho Panza; y hallándose junto a su señor, con voz enferma y lastimada dijo:

—¿Señor don Quijote? ¡Ah, señor don Quijote!

—¿Qué quieres, Sancho hermano? —respondió don Quijote, con el mesmo tono afeminado y doliente que Sancho.

—Querría, si fuese posible —respondió Sancho Panza—, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahí a mano: quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos, como lo es para las feridas.

—Pues a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? —respondió don Quijote—. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de andar las manos.

—Pues ¿en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? —replicó Sancho Panza.

—De mí sé decir —dijo el molido caballero don Quijote— que no sabré poner término a esos días. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera: sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender, y ofendellos con todo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se estiende el valor de este mi fuerte brazo.

Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcaíno. Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder diciendo:

—Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Así que séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero, y que desde aquí para delante de Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho o haga o haya de hacer persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición alguna.

Lo cual oído por su amo, le respondió:

—Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte a entender, Panza, en el error en que estás. Ven acá, pecador: si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llevándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué sería de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della? Pues lo vendrás a imposibilitar, por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intención de vengar tus injurias y defender tu señorío. Porque has de saber que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de sus naturales ni tan de parte del nuevo señor, que no se tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas y volver, como dicen, a probar ventura; y, así, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar y valor para ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento.

—En este que ahora nos ha acontecido —respondió Sancho— quisiera yo tener ese entendimiento y ese valor que vuestra merced dice; mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que más estoy para bizmas (emplastos) que para pláticas. Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de Rocinante, que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida. ¿Quién dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado caballero andante había de venir por la posta y en seguimiento suyo esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?

—Aun las tuyas, Sancho —replicó don Quijote—, deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas y holandas (tipos de telas), claro está que sentirán más el dolor desta desgracia. Y si no fuese porque imagino..., ¿qué digo imagino?, sé muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí me dejaría morir de puro enojo.

A esto replicó el escudero:

—Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios por su infinita misericordia no nos socorre.

—Sábete, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que la vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras, y ni más ni menos está en potencia propincua de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diversos caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudiérate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que solo por el valor de su brazo han subido a los altos grados que he contado, y estos mesmos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias. Porque el valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcalaús el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa, que se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. Ansí que bien puedo yo pasar entre tanta buena gente, que mayores afrentas son las que estos pasaron que no las que ahora nosotros pasamos. Porque quiero hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos, y esto está en la ley del duelo, escrito por palabras expresas; que si el zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque no pienses que, puesto que quedamos desta pendencia molidos, quedamos afrentados, porque las armas que aquellos hombres traían, con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, a lo que se me acuerda, tenía estoque, espada ni puñal.

—No me dieron a mí lugar —respondió Sancho— a que mirase en tanto; porque apenas puse mano a mi tizona, cuando me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar si fue afrenta o no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas.

—Con todo eso, te hago saber, hermano Panza —replicó don Quijote—, que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma

—Pues ¿qué mayor desdicha puede ser —replicó Panza— de aquella que aguarda al tiempo que la consuma y a la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera.

—Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho —respondió don Quijote—, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante, que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.

—No hay de qué maravillarse deso —respondió Sancho—, siendo él tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas.

—Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas —dijo don Quijote—. Dígolo porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mí desde aquí a algún castillo donde sea curado de mis feridas. Y más, que no tendré a deshonra la tal caballería, porque me acuerdo haber leído que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entró en la ciudad de las cien puertas iba muy a su placer caballero sobre un muy hermoso asno.

—Verdad será que él debía de ir caballero como vuestra merced dice —respondió Sancho—, pero hay grande diferencia del ir caballero al ir atravesado como costal de basura.

A lo cual respondió don Quijote:

—Las feridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan; así que, Panza amigo, no me repliques más, sino, como ya te he dicho, levántate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que más te agradare encima de tu jumento, y vamos de aquí, antes que la noche venga y nos saltee en este despoblado.

—Pues yo he oído decir a vuestra merced —dijo Panza— que es muy de caballeros andantes el dormir en los páramos y desiertos lo más del año, y que lo tienen a mucha ventura.

—Eso es —dijo don Quijote— cuando no pueden más o cuando están enamorados; y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una peña, al sol y a la sombra y a las inclemencias del cielo, dos años, sin que lo supiese su señora. Y uno destos fue Amadís, cuando, llamándose Beltenebros, se alojó en la Peña Pobre, ni sé si ocho años o ocho meses, que no estoy muy bien en la cuenta: basta que él estuvo allí haciendo penitencia, por no sé qué sinsabor que le hizo la señora Oriana. Pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba antes que suceda otra desgracia al jumento como a Rocinante.

—Aun ahí sería el diablo —dijo Sancho.

Y despidiendo treinta ayes y sesenta sospiros y ciento y veinte pésetes y reniegos de quien allí le había traído, se levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y, con todo este trabajo, aparejó su asno, que también había andado algo destraído con la demasiada libertad de aquel día. Levantó luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga.

En resolución, Sancho acomodó a don Quijote sobre el asno y puso de reata (fila hecha con una cuerda) a Rocinante, y, llevando al asno de cabestro, se encaminó poco más a menos hacia donde le pareció que podía estar el camino real. Y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, aún no hubo andado una pequeña legua cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta, que a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua (conjunto de animales)

lunes, 9 de enero de 2023

Estaciones de paso

Pasar a la edad adulta


Jóvenes, aturdidos y desorientados, pero empeñados en salir adelante, retratados a partir de pretextos tan dispares como el fútbol, los toros, la política, la cocina o la música. Grandes dilemas: la vida, la muerte, el amor, la enfermedad y, el mayor de todos, la familia.

Estaciones de paso (2005) recoge cinco historias de adolescentes abocados a vivir circunstancias que les sobrepasan, pero que, sin sospecharlo, acabarán forjándoles como adultos. Son historias de determinación y coraje, de conflicto con el entorno familiar, pero también de amor, de educación sentimental y de formación de la conciencia. Experiencias que por mucho que duelan son necesarias vivir y atravesarlas, como esas estaciones de paso que debemos recorrer para llegar a nuestro destino.

Demostración de la existencia de Dios

Mediante el relato ingenuo de un partido de fútbol, un adolescente narra su tragedia, ha perdido a su hermano mayor y aún no ha superado su muerte. Rafa se dirige a Dios, una y otra vez, pero este lo ignora “Bueno, Dios, es que… Esto es cojonudo, vamos. Es que no se pueden hacer tratos contigo, tío”. El recuerdo de su hermano Ramón se entrecruza con sus emociones deportivas. La dureza de la experiencia para la familia y para él mismo, pone sobre el papel el modo en que les ha cambiado la vida. 

Tabaco y negro

Una joven se siente heredera de un don y de un oficio legendarios. Trata de la relación de una niña con su abuelo, un conocido sastre de toreros. Un mundo lleno de tradición. En la historia nos cuenta el despertar de la niña al mundo y cómo se hace adolescente con los recuerdos de su abuelo y las carencias de su propio padre con una profesión que necesita de amor y tradición. El hilo conductor de la historia son los toros y los trajes de luces, aunque después el relato vaya por otros derroteros.
Paloma, al final, les demostrará a todos que la juventud no está reñida con la experiencia, con la sabiduría y, por encima de todo, les enseñará que ver no es lo mismo que mirar, y al mirar no todas las personas ven lo mismo. Y que escuchar no es lo mismo que entender. Porque hay quien no sabe escuchar y quien, aun sabiendo, no entiende ni una palabra de lo que escucha.

El capitán de la fila india

Carlos es un adulto que evoca en este relato las vacaciones que vieron nacer su compromiso político. La tercera historia nos cuenta como un hombre casado perteneciente a una enorme familia recuerda sus momentos de infancia a la hora de distribuir una herencia familiar. Las relaciones entre los miembros de la familia marcan la trama y el desenlace.

Receta de verano

Maite cocina su confusión interior mientras cuida de un padre inválido. Una chica tiene que afrontar la enfermedad de su padre y sus tareas familiares a cargo de la cocina. Entre recetas vivimos sus recuerdos y su forma de despertar al amor y a la vida. Es una historia que narra el paso de la adolescencia a la madurez con sus despertar a la sexualidad y su incomprensión del mundo adulto. La chica, una y otra vez, intenta hacer ese pastel con patatas y atún que a él tanto le gustaba pero fracasa y fracasa y fracasa. A la basura se van el pastel y el ánimo y la toda la vida toda. Y mientras cocina: “Las calles, las clases, mi barrio, mi casa, seguían siendo los mismos, y sin embargo hablaban con voces distintas. Espera, me parecía escuchar a cada paso, tienes que esperar, no seas tonta, estate quieta, espera”.

Mozart, y Brahms, y Corelli

Tomás consigue seducir a una mujer tan bella que era pura música. La quinta y última historia nos habla de un niño, que si bien no tiene un aspecto muy agraciado, dispone de la música como forma de expresión. Esa música le permitirá destacar en un mundo más bien extraño como puede ser el de la prostitución. Un relato sobre la belleza interior de las personas a través del amor inocente, casi infantil, de Tomás hacia una de las prostitutas de la Casa de Campo, Fernanda. La belleza de la música consigue imponerse en un contexto donde predominan el sexo vacío, la resignación ante la evidencia o los anhelos insatisfechos de otras vidas posibles. Un relato sobre los marginados por la sociedad que consiguen sobrevivir a la hipocresía moral en el anonimato, permaneciendo aislados.

"Necesitaba tratar con personajes que no fuesen adultos, hacer un recorrido con ellos para descubrir sus emociones, su fragilidad y vulnerabilidad en un momento muy concreto de su existencia. Creo que éste es un libro triste, pero optimista, de afirmación de la vida”, comentaba la escritora.

Almudena Grandes describe con gran acierto y sensibilidad la disyuntiva que representa la adolescencia para sus cinco personajes, y para el propio lector, relatando el permanente conflicto con el entorno familiar, el sentimiento de impotencia y rechazo ante los cambios advenidos, el descubrimiento del amor y el sexo, la nostalgia por la inocencia pérdida, entre otros. La antología de la escritora madrileña se caracteriza por una prosa contemporánea y urbana en la que predominan las reflexiones personales de los protagonistas en contraposición con la escasez de diálogos.

Tal vez las verdaderas experiencias emocionales, las que nunca se olvidan, sean las que se producen en la adolescencia, ese territorio quebradizo en el que uno se asoma por primera vez a la vida adulta.

Almudena Grandes

Todo va a mejorar



Almudena Grandes (Madrid, 1960-2021) se dio a conocer en 1989 con Las edades de Lulú, XI Premio La Sonrisa Vertical de novela erótica. Sus novelas Te llamaré Viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002) y Castillos de cartón (2004) , junto con sus libros de cuentos Modelos de mujer (1996) y Estaciones de paso (2005), la han convertido en una autora imprescindible. En 2007 publica El corazón helado, con el que gana el Premio José Manuel Lara y el del Gremio de Libreros de Madrid, y en el que traza un panorama emocionante de la historia reciente de nuestro país, y también del conflicto con la memoria de las nuevas generaciones.

Estudió Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid y trabajó en el sector editorial como redactora y correctora y coordinando una colección de guías turístico-culturales. Colaboraba habitualmente en prensa, principalmente en El País, y participaba como tertuliana en algunos programas de la Cadena SER.

Interesada por la Guerra Civil Española y sus consecuencias, llega a la culminación de su carrera con las cinco novelas que forman sus Episodios de una Guerra Interminable. Esta mirada al pasado se sistematiza a partir de Inés y la Alegría (2010), que da comienzo a una serie centrada en el conflicto bélico, continuada con El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2013) y Los pacientes del doctor García (2017). La quinta entrega de la serie, La madre de Frankenstein (2020), está ubicada en la década de los 50.

Interviene en varios libros colectivos, como Libro negro de Madrid (1994), Madres e hijas (1996) y Érase una vez la paz (1996), estando muy comprometida con diferentes colectivos: desde 1998 fue miembro del Comité Asesor del Legado Andalusí y, en numerosas ocasiones, había manifestado su apoyo a Izquierda Unida.

Su obra es adaptada ampliamente al cine y al teatro, mereciendo, entre otros, el Premio Rapallo Carige, el Prix Méditerranée, el Jean Monet, el Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Elena Poniatowska, el Sor Juana Inés de la Cruz, y el Premio Nacional de Narrativa en 2018.  Es la primera mujer en recibir en 1987 el premio Rossone d’Oro, que antes habían obtenido escritores como Alberto Moravia o Ernesto Sábato.

Vivió a caballo entre Granada y Madrid, participando en diversos encuentros literarios en donde se reivindicaba como heredera de la gran novelística del siglo XIX, especialmente del realismo francés y de la narrativa de Benito Pérez Galdós. Gran parte de su novelística está ambientada en los años finales del siglo XX, y muestra la vida cotidiana de la España de cambio de siglo.

En marzo de 2015 tuvimos la suerte de contar con ella en Molina de Segura ya que participó en el ciclo de encuentros literarios Escritores en su tinta.

Su fallecimiento en noviembre de 2021 causó un hondo impacto y provocó una emocionante respuesta colectiva, de homenaje y reconocimiento, por parte de sus miles de lectores.

Almudena trabajaba muy concienzudamente sus textos y planificaba hasta el último detalle de sus libros. No tuvo tiempo de escribir el último libro de la serie Episodios de una Guerra Interminable anteriormente citada pero sí Todo va a mejorar (Tusquets, 2022) una novela póstuma que supone un cambio bastante radical en su narrativa. La autora se aleja del pasado histórico para situarse en un futuro muy próximo en el que un grupo empresarial se apodera del país, instaura un régimen dictatorial al que califican de “periodo excepcional” basado en un simulacro de la realidad en el que se coartan las libertades más básicas bajo la apariencia de un estado del bienestar.

Esto no impide que las preocupaciones de la autora sigan siendo las mismas. Nos encontramos en esta novela la lucha de clases, la corrupción política y empresarial, la degradación moral de los que ejercen la autoridad, los abusos de poder, la falta de libertad y la solidaridad de los oprimidos. Todas estas cuestiones son fácilmente rastreables a lo largo de la producción novelística de Almudena Grandes.

Los verdaderos protagonistas de sus novelas son seres anónimos a los que ella siempre trata con ternura y a los les otorga el rango de héroes y el poder de cambiar el mundo. Después de una carrera literaria memorable y de años de intenso activismo político, Almudena se despide de sus lectores con una novela que nos hace mirar el futuro con cautela, pero con optimismo. Los libros de Almudena continuarán siendo la savia que nos ayudará a crecer como personas, a interpretar cabalmente nuestra historia y a comprender que a través de la palabra y el compromiso ético todo puede mejorar.