martes, 10 de abril de 2012

                     El viaje de Urien y Gide
  

   André Gide es uno de los autores de fin de siècle, con su ligera influencia simbolista, su interés por salvaguardar y propugnar la liberación de las convenciones morales y su defensa de los valores paganos. Dentro de su vastísima creación literaria y de su interés por trenzar ficción y textos autobiográficos donde intercala psicología de la dualidad, filosofía y cierto existencialismo (por eso que gustase tanto a Sartre y Camus), del autor hay todavía algunos textos no tan conocidos. Este espléndido viaje iniciático que supone El viaje de Urien es fundamentalmente simbólico (es de sus primeros textos), magnético y seductor desde la erudición y el trabajo personalísimo de Gide y hasta el entramado onírico, de huida y de renuncia, que sería una absoluta exquisitez para cualquier psicoanalista.
   El viaje de Urien tiene una dimensión alegórica cuya clave va cambiando. Los elementos de la naturaleza se presentan con proporciones descomunales. Todo conduce a la ficción, empezando por la nomenclatura de los viajeros: Urien, Agloval, Odinel, Calibor.
   Uno de ellos, Nathanaël, nos lleva a la prosa mayor de Gide. Todo viaje surge del agotamiento de la realidad cotidiana, que para Gide representaba hartazgo de las teologías y de las sutilezas intelectuales. "Hemos dejado nuestros libros porque nos aburrían". La cabeza está "agotada de pensar en Dios".

   El viaje aporta contraste: sensualidad, playas, colores, temperaturas extremadas. Lingotes de hielo puro y mármol que quema las sandalias. Los viajeros padecen peripecias de cuento en su peregrinar por ciudades fabulosas. Contemplan un mundo oriental con ojos occidentales. Ven cómo los indígenas se bañan desnudos "en un agua triste y azul" y sienten vergüenza, "pues parecían muy hermosos y más felices que hombres". La felicidad, como casi siempre, es la clave. La expedición alcanza el polo, con un hermoso capítulo sobre los esquimales, y se cierra con varias sorpresas.
   En esta época simplicísima resulta gratificante acompañar los ricos itinerarios espirituales de un gran escritor. Gide lo es porque se sirve del mejor instrumento literario de la lengua francesa: una prosa para desvelar honradamente (sin dogmas de ningún tipo) las contradicciones propias y ajenas.

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