martes, 14 de marzo de 2017

La dieta de la memoria


Nueva entrega de la dieta de la memoria. Esta vez el amor correspondido, el amor doloroso y el amor perdido.

Soneto XXIX de William Shakespeare por Carmen Rubio

Cuando caído en desgracia ante la Fortuna y los hombres
y en soledad lloro mi condición de proscrito,
y perturbo los indiferentes cielos con mis lamentos;
cuando me contemplo a mí mismo y maldigo mi destino,
deseando parecerme a otros más ricos en esperanza;
ser tan hermoso como ellos, y como ellos disfrutar de muchos amigos;
cuando envidio el arte de aquél, y el poder de este otro,
descontento de lo que más placer me da.
Y cuando hundido en estos pensamiento casi me desprecio,
de pronto, felizmente pienso en ti, y toda mi alma,
como la alondra que asciende al surgir del día,
se eleva desde la sombría tierra y canta ante las puertas del cielo.
Porque el recuerdo de tu dulce amor me llena de riquezas,
y en esos momentos no cambiaría mi destino por el de un rey.


 Qué doloroso es amar... de Leonor de Aquitanía por Matías


¡Qué doloroso es amar...
y no poderlo decir!
Si es doloroso saber
que va marchando la vida
como una mujer querida
que jamás ha de volver.
Si es doloroso ignorar
dónde vamos a morir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Triste es ver que la mirada
hacia el sol levanta el ciego;
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada.
Ver su mirada tranquila,
a la luz indiferente
y saber que eternamente
la noche va en su pupila
bajo el dosel de su frente.

Pero si es triste mirar
y la luz no percibir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Conocer que caminamos,
bajo la fuerza del sino;
recorrer nuestro camino
y no saber donde vamos.
Ser un triste peregrino
de la vida en los senderos,
no podernos detener
por ir siempre prisioneros
del amor o del deber.
Mas si es triste caminar
y no poder descansar
más que al tiempo de morir;
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Vivir como yo soñando
con cosas que nunca vi
y seguir, seguir andando
sin saber por qué motivo
ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo
que pongan al cielo escalas
y ver que nos faltan alas
que nos remonten al cielo.
Pero si es triste no gozar,
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir
prisionera de un amor
y no poderlo decir.
       Se cree que Leonor de Aquitania es la autora de este poema. Una mujer única en el siglo XII. Nace un 19 de noviembre de 1122, fruto de la unión entre Guillermo X, duque de Aquitania, y Leonor de Chatellerault. Su padre la instruye como a un niño, no como a una niña, enseñándole a leer y escribir, a dominar el latín, la práctica militar e incluso la caza.   De este modo, Leonor crece como una niña singular, para convertirse en una mujer que quedará en la historia para siempre.

    Reina de Francia y de Inglaterra. Luis VII de Francia, su primer marido, llegando a su separación. Leonor de Aquitania es una mujer, libre con un extraordinario patrimonio, pero en la sociedad en la que vive es mucho mejor tener un hombre al lado. En la primavera del año 1152 se casa con Enrique II de Plantagenet. En una época donde la esperanza de vida es de alrededor de 40 años, Leonor vive 82 años sobreviviendo a todos sus hijos. Ya cansada se retira a la abadia de Fontevraud, donde fallece el 2 de abril de 1204. Allí es enterrada, acompañando a Enrique II y a su querido hijo Ricardo Corazón de León.


Se desconoce la autoría del poema que nos trae Joaquina.



Fue una gota de lluvia
Y menos que un gemido,
Fue el botón que se corta
sin llegar a ser flor,
y esa hoja que cae
Y al caer no hace ruido
pero deja en el árbol
Un secreto dolor.
No supimos que luz
pudo tener su frente,
Ni qué nombre de amor
decir en su canción.
No fue nada,
pero algo se murió de repente y una ola de niebla
Rodó en el corazón.
Y hoy, que los niños juegan
En un parque cercano,
nos oprime una angustia
como una espina cruel,
Y sin decir decimos
al tomarnos la mano:
"Pudo ser como aquella...
Pudo ser como aquel..."

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