jueves, 29 de mayo de 2014

Alejandro Casona

O el teatro poético del ensueño


“El teatro empezó a tentarme como actor. Entonces no pensé en escribir para el teatro, aunque escribía algunas cosas; pero cosas muy pequeñas, cosas que actualmente he olvidado y he roto.”
   Alejandro Rodríguez Álvarez, nació en 1903 en una vieja casa solariega de Besullo (Cangas de Narcea, Asturias), que por ser la más grande de la aldea, es llamada por todos “la casona”. Es frecuente en las aldeas (donde por ser casi todos parientes, los apellidos se repiten mucho) distinguir a las familias por el lugar que habitan: así se dice “los de la Fuente”, “los del Valle”, y en su caso, “los de la Casona”. 
   Heredó de sus padres la profesión de maestro de aldea, y llegó a ser Inspector de escuelas. Pero su verdadera vocación era el teatro por el que se sintió atraído desde muy joven. En 1933 su comedia La sirena varada, logra el premio Lope de Vega y es aclamada por la critica de su país, siendo estrenada en teatro por la compañía de Margarita Xirgu. En la ciudad de Murcia, debido al traslado profesional de sus padres, ambos maestros, estudió arte escénico en el Conservatorio. A partir de allí inicia una exitosa carrera como dramaturgo.
   En el sureste es donde empieza a relacionarse con gente de teatro y a escribir sus primeras fantasías literarias, al tiempo que ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras.     

   Tres años dura la estancia en Murcia, hasta que en 1922 entra en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid. En la capital española cursa sus estudios durante cuatro años. En 1928 es destinado por el Ministerio de Instrucción Pública a Lés, un pueblecito del Valle de Arán (Lérida), como inspector de Enseñanza Primaria. Casona encontrará allí la piedra angular de la pedagogía aplicada al teatro, sobre todo al infantil:
"Allí fundé, con los chicos de la escuela, el teatro infantil “El Pájaro Pinto”, realizado a base de repertorio primitivo, comedia de arte y escenificaciones de tradiciones en dialecto aranés. Tuvimos éxito. Se entretuvieron los más chicos y quedó prendida en la mente de los mayores una lección, una enseñanza, un aletazo a la imaginación"
   Algo constante en su carácter va a ser su inagotable altruismo, fuente de energía para dedicar su atención y su poder moral, oficial y económico a trabajar por acciones de solidaridad.
   En 1928 también tiene lugar, en San Sebastián, su boda con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios de Madrid, y su nombramiento como finalista en un concurso de ABC por la pieza Otra vez el diablo.    
   La situación profesional en el valle pirenaico le proporciona una excelente oportunidad para ir escribiendo otras obras como El crimen de Lord Arturo -adaptación del relato original de Oscar Wilde, estrenada en Zaragoza en 1929- , traducir piezas breves de August Strindberg y publicar su segundo libro de poemas, La flauta del sapo (1930).
   Corre el año 1931 oposita con éxito por una plaza en la Inspección Provincial de Madrid. Se proclama la II República Española, y el recién creado Patronato de Misiones Pedagógicas le asigna el cargo de director del «Teatro del Pueblo».    

   Esta temporada de nomadismo teatral comprende una gran actividad artística y pedagógica que se ve premiada, por fin, en los años siguientes. Se le concede en 1932 el Premio Nacional de Literatura por Flor de Leyendas.    
   Era un autor poco afamado en los medios literarios, sin embargo, de la noche a la mañana va a convertirse en la última de las tres promesas -junto a García Lorca y Jardiel Poncela- que encabezarán el espíritu de renovación del teatro anquilosado anterior a la guerra civil.
   Hasta el estallido de la guerra, Casona conoce una etapa de éxito y reconocimiento de todo el esfuerzo anterior: en 1935 estrena en Valencia El misterio de María Celeste, en Madrid Otra vez el diablo, y en Barcelona Nuestra Natacha, una obra cuyos protagonistas son estudiantes universitarios, guiados por la fuerza utópica de su compañera, Natacha, hacia la realización de un proyecto para reeducar a un buen número de jóvenes, a quien la vida les ha maltratado.
   España entra en guerra, y con este acontecimiento llega el exilio de muchos autores, incluyendo a Casona; fue algo evidente, pues él, como tantos otros, era un artista abanderado de la República.
   Ya en 1936, el improvisado itinerario de huida le lleva a Francia, donde contacta con la compañía de comedias de Josefina Díaz de Artigas y Manuel Collado, una de las más célebres de la España de preguerra.
   Con esta compañía, en la que trabaja como director artístico, inicia una gira por América que durará desde 1937 hasta 1939. Recorren México, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y Argentina. Se dedica a dar numerosas conferencias en multitud de congresos e instituciones; es galardonado por distintas entidades; pronuncia lecturas y realiza toda clase de actividades dramáticas, hasta que se instala definitivamente en Buenos Aires, donde continúa divulgando su pasión por la literatura y el teatro en diversos artículos y estudios, donde colabora a menudo con revistas y periódicos europeos y americanos, donde se atreve a producir películas, donde adapta muchos guiones -propios y ajenos- para la industria cinematográfica y teatral hispanoamericana. Casona tiene tiempo para viajar, con cierta frecuencia, por los países americanos vecinos, incluyendo grandes escapadas a la vieja Europa, donde es recibido con expectación por el estreno de sus comedias.   

   Pero lo más importante para su carrera como dramaturgo es que va a ser aquí, en América, tras años de incansable trabajo, donde comience a publicar el grueso de sus mejores obras y, por supuesto, a estrenarse con un éxito arrollador: Las tres perfectas casadas se estrena en Buenos Aires (1941), al igual que La barca sin pescador (1945), La molinera de Arcos (1947), Los árboles mueren de pie (1949), La llave en el desván (1951), Siete gritos en el mar (1952), La tercera palabra (1953), Corona de amor y muerte (1955) , La casa de los siete balcones (1957) y Tres diamantes y una mujer (1961); en México se estrena Prohibido suicidarse en primavera (1937); Romance en tres noches (1938) en Caracas; Sinfonía inacabada (1940) en Montevideo, La dama del alba (1944) y Carta de una desconocida (1957) -adaptación teatral de una novela del austríaco Stefan Zweig- en Porto Alegre.
   Casona va a ser motivo de un proceso de mitificación por parte de un sector del público joven, de ideas republicanas, que crece durante la dictadura franquista, y que necesita identificar, por encima de todo, a un escritor con el tesoro de la moral izquierdista. 

   Regresa oficialmente a España en 1962. Presenciará el estreno en Madrid de La dama del alba, y a partir de este éxito comenzará lo que se conoce como el Festival Casona, un arma de doble filo para el asturiano. Todas las obras escritas en América van a estrenarse en España, extendiéndose, triunfales, a todas las provincias, gozando del aplauso mayoritario. 
   Aquí se inicia el pequeño calvario que hubo de sufrir el autor con los jóvenes críticos procedentes de la revista de tema teatral Primer Acto.
    El éxito en las salas importantes hizo que sus representaciones fuesen identificadas con ese otro teatro aburguesado que imperaba en estos escenarios oficiales. Casona fue incluido en el mismo grupo de dramaturgos que habían consolidado su carrera bajo las pautas del período más duro del régimen franquista: Joaquín Calvo Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte, López Rubio, Álvaro de La Iglesia, más tarde Alfonso Paso.
   La única pieza que escribe el autor establecido ya en España es El caballero de las espuelas de oro, un drama histórico estrenado en el teatro Bellas Artes, de Madrid, la noche del 1 de octubre de 1964, por la compañía de José Tamayo.
   Un año más tarde, el 17 de septiembre de 1965, muere en Madrid, cumplido su sueño de volver a España y habiendo alcanzado el reconocimiento universal que le coloca entre los primeros autores de teatro de nuestras letras contemporáneas

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