viernes, 28 de marzo de 2014

El enredo de la bolsa y la vida

"Y yo qué sé"     

      El escritor catalán comenta que es un retrato instantáneo de lo que sucede en la actualidad. Por eso, define su obra como una "novela polaroid". En este caso, aparece el detective loco que ha protagonizado otros libros suyos. Esta vez, el protagonista recurre a una tropa de personajes, que como él, viven al margen de la sociedad. Los únicos con iniciativa: unos chinos que regentan un bazar.
   Cuarta entrega de su famosa y divertida serie literaria que arrancó en 1979 con El misterio de la cripta embrujada,
iniciando la serie "más desastrosa de la historia", pues ha regresado a este protagonista tres veces más en 40 años, con El laberinto de las aceitunas (1982) y La aventura del tocador de señoras (2001).
    En esta ocasión las andanzas de su personaje principal y sin nombre, ex interno de un manicomio, adicto a la Pepsi, ex delincuente reciclado a peluquero de señoras y detective ocasional, se centran en investigar la desaparición de un amigo que se ve envuelto en una trama de terrorismo internacional.
    La crisis planea en El enredo de la bolsa y la vida
   “Empezaba a escribir otra cosa y me salió esto. La idea me vino cuando pasaba por una callecita de Barcelona. Había un local con dos letreros. El primero decía: Centro de Yoga Jardín de la Perfecta Felicidad; en el segundo: Se traspasa. Eso es lo que está pasando”. Y lo que está pasando es: “Con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que este es un país pobre y cutre”.
   Esperpento, sátira, parodia, humor. “Yo diría que está entre la picaresca y el esperpento, dos géneros literarios exclusivamente nuestros”. “El humor es una apuesta arriesgada. El humor para distraerse no es sustitutivo de análisis serios ni de acciones radicales. Como ya me he reído, no hace falta que vaya a votar ni que me manifieste. No, no es eso”. “Lo que intento hacer es un retrato de un minuto que el realismo no me permite. La no reflexión es parte del juego”.
   El detective sin nombre es peluquero de señoras pero no tiene clientela. Junto a su local, hay un enorme bazar chino que regenta la familia Siau.
   La aventura se inicia cuando el detective busca a Rómulo el Guapo, compañero de manicomio, que ha desaparecido. Pero algo ha cambiado en la vida del loco. “Es el más marginal de los marginales, pero antes cuando salía del manicomio quería integrarse y ser aceptado, ahora no, lo da por perdido, por eso crea su propia sociedad. Sufre cierto desencanto que también puede ser el mío. Ahora ya no trabaja solo, se colectiviza”

   El detective  contrata a una tropa maravillosa: el Pollo Morgan, un antiguo timador que ahora trabaja de estatua viviente ; el Juli, un africano albino; la Moski, que perteneció a las juventudes estalinistas y que se gana la vida tocando el acordeón en los chiringuitos de la playa; Mahnelik, un repartidor de pizzas subcontratado por Moski; Armengol, el propietario del restaurante Se Vende Perro, donde se reúnen, y Quesito, una niña de 13 años, la única que tiene móvil, que sabe conducir y abrir puertas con una horquilla. Son entrañables y dan buen rollo.
    “El buen rollo es un concepto literario que no suele aparecer en la literatura, pero en El Quijote hay muy buen rollo y también en Dickens, que tiene esos personajes tan malos malísimos y esas mujeres tan perversas. El buen rollo es un valor literario”.
   Que nadie piense que esto puede ir en serio, porque es una patochada. “Si esta novela tuviera moraleja sería: "Y yo qué sé". "No hay ni un muerto en esta historia".“Llegas a una edad en que te das cuenta de que no hay que matar a nadie”.
   A Eduardo Mendoza no le molesta que sus novelas del detective sin nombre sean consideradas menores. “Son más fáciles de escribir y dan más dinero. La última novela que escribí con intención y ambición fue Mauricio o las elecciones primarias y está olvidada y marginada. Entonces pensé que me dedicaría a historias como las del loco”. Pero añadió la muy notable Riña de gatos. Madrid, 1936.
   Más de una vez ha pensado en dejar de escribir y dedicarse a otras cosas, dice Mendoza. “Pero mañana puedo pensar lo contrario. Pasé verdadero terror con El enredo de la bolsa y la vida. Tenía miedo de que saliera mal, de que le vieran las costuras y si esto sucedía con esta lo mismo les pasaría a las otras”.

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