jueves, 2 de mayo de 2013

Luces de bohemia

El esperpento en la España del siglo XXI

   Si se atenúa la realidad aparece la farsa y, en un segundo nivel, el esperpento; "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento", aclara Valle-Inclán en la escena doceava. Aquí el espejo cóncavo es una conciencia dolorida y moral que escandaliza o aterra. Resulta patético que quien vea la verdad sea un ciego, Max Estrella.
  En Luces de Bohemia, Ramón María del Valle-Inclán narra las últimas horas de la vida del poeta Máximo Estrella durante las cuales deambula por Madrid junto a su lazarillo Don Latino de Hispalis, presencia varios incidentes, se une a un grupo de escritores bohemios, pasa unas horas en un calabozo, y muere, al amanecer, en la puerta de su casa.   

   La acción de la obra se prolonga con el velatorio y el entierro. En la ceremonia se hallan presentes dos supuestos amigos del poeta fallecido: el ficticio Marqués de Bradomín y el poeta modernista Rubén Darío. La escena final transcurre en la taberna de Pica Lagartos, donde se alude a que Madame Collet, esposa de Max, y Claudinita, hija de ambos, se han suicidado. 
   Esta pieza teatral no fue publicada inicialmente como libro, sino por entregas, en la revista España en 1920; la versión definitiva en libro no apareció hasta 1924. En ella no solo se muestra la madurez de una nueva estética, el esperpento, sino una descarnada visión crítica de algunos de los males de nuestro país que tanto preocuparon a los hombres de esta generación. 
   En efecto, Valle-Inclán desborda estéticamente su dolor por un país que se precipitaba al cataclismo más absoluto. Son los años de la crisis de la Restauración Borbónica con Alfonso XIII, en los que se asiste, por una parte, a los turnos inoperantes de los partidos conservador y liberal que no representaban los intereses de la mayoría; por otra, a la oposición republicana, a la presión nacionalista, a la pujanza de los movimientos obreros, al empobrecimiento de las clases bajas, a la conflictividad social, al poder de la Iglesia y de la oligarquía financiera. Dentro de este alarmante panorama, sobresalen el bajo nivel cultural del país, el desinterés institucional por mejorar la situación, la dura represión policial y, para terminar, la sangrante guerra colonial en Marruecos (1906-1927).
Placa en el Callejón del Gato


   
Es, por lo tanto, normal que el autor, en boca del preso que comparte celda con Max Estrella durante breve tiempo, diga: “En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero". Y que, más adelante, un sepulturero se desahogue con estas palabras: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza". Palabras que demuestran lo lejos que aún está nuestro país de una revolución estructural, pues después de casi un siglo, son muchos los que piensan lo mismo que el preso y el sepulturero. 
  Como muchos escritores, Valle-Inclán también colaboró en algunos periódicos de la época, por lo que conocía muy bien los secretos del oficio y la información que podía o no ser comunicada a los lectores. Así a través de don Filiberto, de la redacción del "El Popular", confiesa: “El Congreso es una gran redacción, y cada redacción, un pequeño Congreso. El periodismo es travesura, lo mismo que la política. Son el mismo círculo en diferentes espacios.”  
   En la escena undécima se retrata claramente la actitud de esta sociedad ante la desesperación de una madre que tiene en brazos a su hijo muerto al que accidentalmente han disparado en una revuelta anarquista. Supone también uno de los mejores ejemplos literarios en el uso de la técnica del distanciamiento. Se acentúa el contraste entre el insoportable dolor de la madre y el cinismo de la mayoría de los que la contemplan. 
   
Escenario que utilizó Valle-Inclán
para el encarcelamiento de Max Estrella
El dramaturgo fue una figura compleja y contradictoria: simpatizante con las ideas socialistas del momento, también fue un nostálgico evocador del mundo perdido de la antigua nobleza  Como ahora, también entonces había quien llamaba democracia representativa a la votación de partidos en bloque, a la falta de separación de poderes y a la monarquía parlamentaria. También había presiones nacionalistas sobre las que se pronunciaban el Congreso y los medios de comunicación con palabras muy similares a las de hoy. Como ahora, el ciudadano también creía que votar ese sistema era fortalecer la democracia. Valle-Inclán, al menos, supo inmortalizar su denuncia en una obra que ha resistido y resistirá, por desgracia, el paso del tiempo.

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