lunes, 1 de octubre de 2018

El extranjero de Camus

El sol que rompió la ley natural

   Meursault es un tipo desapegado. Su comportamiento se relaciona con el resto de su entorno apenas de forma superflua. Lo mismo le da formar parte de un grupo de amigos o de conocidos. Es un sujeto apático de lo que en él sucede, al menos en primera instancia.

"Entonces comprendí que había roto el equilibrio del día, el silencio de una playa en la que fui feliz"

   Meursault se siente deslumbrado por el sol de un verano y dispara cuatro veces más contra el cuerpo del árabe. Acaba de entrar en la puerta de la desgracia.
   Al igual que otros textos, la novela "El extranjero" de Albert Camus, publicada en 1942 por Gallimard, es una reflexión acerca del momento histórico en el que fue escrita. Meursault es la representación de lo absurdo. Nada le es significativo ni lo alienta a formar parte de un todo en el que la amistad, el matrimonio o la muerte funcionan como instituciones. Construida a partir de un laberinto moral y psicológico, es la historia de un personaje que observa la vida desde una parsimonia disimulada.
   Europa y el mundo se acercaban peligrosamente a la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces Camus estaba a punto de entrar en el periódico de izquierdas L’Alger Republicain, en el que destaca ya que brilla en las crónicas judiciales que luego le ayudarán a completar con precisión un importante trecho de la segunda parte del libro. Quizás sea Camus quién observa a Meursault desde la sala del juzgado.
   Para Camus, la sociedad cumple una serie de ritos. Hay que enterrar a los seres queridos, las mujeres son hermosas, el trabajo sirve para sobrevivir y en la cotidianidad real de la primera mitad del siglo XX lo políticamente correcto aún no existe, por eso Meursault ayuda a su vecino Raymond cuando este maltrata a una de sus chicas y por lo mismo no duda en decirle a Marie que si ella quiere casarse lo hará aunque le de lo mismo porque todo continuará igual hasta que un día, la irrupción del astro rey desbarata ese ordenamiento.

   Hasta ese momento todo ha transcurrido a unas leyes no escritas. En la segunda parte la justicia conduce la trama hacia la convención que destruye el libre albedrío al existir una serie de valores a cumplir impresos en el código penal. Sin embargo lo que se castiga no es tanto el asesinato violento del árabe sino el comportamiento existencial de Meursault, insensible por dormirse y aceptar un café con leche mientras vela, entre la duermevela, el cadáver de su madre, a quien encima no llora.
   Aun sentado en el banquillo de los acusados, Mersault se muestra despreocupado. Indiferente ante una situación que lo condena y lo señala. ¿Cuántas veces no nos contemplamos a nosotros mismos en una situación adversa, y de frente a los hechos ya inevitables, simplemente nos dejamos conducir por el momento, resignados?

    La condena a muerte y ese final con la idea de los aplausos ante el cadalso dio a la novela, publicada hace 75 años por Gaston Gallimard, esa definición de existencialista que su autor refutó 
    Tras su publicación en 1942 llegaron las críticas, entre las favorables, un extenso ensayo de Sartre y una sorprendente acogida entre los lectores que se acrecentó con la aparición de "El mito de Sísifo".

"...Me levanté en seguida porque tenía hambre, pero ella me dijo que no la había besado desde la mañana. Era cierto y, sin embargo, habría querido hacerlo. "Ven al agua", me dijo. Corrimos para lanzarnos sobre las primeras olas. Dimos algunas brazadas y ella se pegó contra mí. Sentí sus piernas enroscadas y la deseé." 


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