sábado, 16 de abril de 2011

                                                    
Manuscrito de 'Suite francesa'
       Suite francesa empieza con sonidos, como su título musical indica; los alemanes bombardean París. Siguen las notas de una fuga; la de los personajes que huyen cargando sus más ligeros miedos, que se cruzan sin encontrarse, se roban comida y gasolina, se reconocen o se niegan, raudos unas veces y ralentizados y silenciosos otras siguen, buscan, temen, se aman deprisa, se separan. Némirovsky los observa a todos desde la misma distancia, para ello se vale de la descripción de lo cotidiano. 
   Llegan a una aldea francesa que será el escenario principal de esta novela y Némirovsky cuenta el encuentro entre los parisinos y los aldeanos que los acogen y que siguen su vida apacible; los hombres jóvenes se han ido al frente, pero los que quedan se sientan a la puerta de sus casas al atardecer; conocemos a algunas jóvenes y algunos viejos que rememoran la guerra anterior.
    Las tropas alemanas que ocuparon París, de retirada hacia Rusia, hacen una larga escala en la aldea. En cada casa se aloja un alemán y entre los personajes se establecen otra vez gestos y luego lazos que van individualizando a los recién llegados hasta hacer secundarios, difícilmente entendibles, los uniformes, los bandos y las nacionalidades.
   Suite francesa es ante todo un libro testimonial, Irène Némirovsky lo escribió mientras acaecían los hechos que describe y no pudo terminarlo porque su condición de rusa y judía fueron suficientes para que los nazis, sin tiempo para los detalles, la hicieran desaparecer en un campo de concentración. 
   Irène Némirovsky soñaba con una obra de la magnitud de Guerra y paz, con unas mil páginas y cinco partes: Tempestad en junio, Dolce, Cautividad, Batallas y La paz, ese sueño se truncó por ese crimen y lo único que la autora legó a la posteridad fueron las dos primeras piezas.
   Concibió su obra como un retrato de la sociedad francesa de su tiempo ante unos acontecimientos convulsos que está viviendo o acaba de vivir, como son la humillante derrota frente a Alemania en 1940 y la posterior ocupación de su territorio por parte del III Reich.
   Mención aparte merece la historia del manuscrito de esta obra, la autora fue escribiendo este libro en un cuaderno de notas y en una letra minúscula, para ahorrar papel, durante el tiempo que estuvo residiendo en Issy-l’Évêque, pueblo ocupado por un destacamento de la Wehrmacht.
   Al ser detenida y enviada a Auschwitz en 1942, el manuscrito pasa a manos de su marido, que sería detenido y deportado por las autoridades nazis meses después. Nunca se volvió a saber nada más de ellos.
Denise Epstein, hija de Irène Némirovsky
Sus dos hijas, gracias al valor de su niñera, pudieron huir a tiempo y refugiarse en un internado católico y, a punto de ser descubiertas, en una bodega. Con ellas viajaba, inseparable, el famoso cuaderno. Durante mucho tiempo, la hija de la autora, Denise Epstein, no se atrevió a abrirlo, ya que le traía recuerdos muy dolorosos.
Muchos años después, junto a su hermana Elizabeth, decidió donarlo al 'Instituto para la Memoria de la Edición Contemporánea'. Poco a poco, al ir descifrando las palabras con la ayuda de una gran lupa, empezó a aparecer ante sus ojos no un diario íntimo, como ella esperaba, sino ante un retrato violento, lúcido y realista de la Francia y de los franceses de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
   La novela muestra cómo la vida es siempre más rica y sutil que las convicciones políticas y las ideologías y cómo puede a veces sobreponerse a los odios, las enemistades y las pasiones e imponer la sensatez y la racionalidad.
    Leyendo las notas de Irène es evidente que pretendía hacer una gran obra, una obra que trascendiese: "No olvidar nunca que la guerra acabará y que toda la parte histórica palidecerá. Tratar de introducir el máximo de cosas, de debates... que puedan interesar a la gente en 1953 o en 2052"

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