viernes, 28 de octubre de 2022

Santiago Lorenzo

Esas catilinarias


El mayor temor de Santiago Lorenzo es caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, lugar donde nació en 1964. Hijo de profesores, estudió imagen y guion en la Universidad Complutense y dirección escénica en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. En 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru, Es asunto mío o el aplaudido Manualidades. Porque además de eso, a este artesano siempre le gustó construir maquetas imposibles y montar trenes portátiles.

En 1995, produjo Caracol, col, col, que le valió pisar alfombra roja de los Premios Goya, que ganó en la categoría a Mejor Corto de Animación.

Lorenzo estudió en Bilbao y luego en Valladolid, ciudad a la que siempre ha seguido vinculado. Allí rodó alguno de sus cortos, y parte de sus largos como Mamá es boba (1997). La historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce y podría servir como mito fundacional del post-humor que busca la risa incómoda. Con ella fue nominado al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres.

También rodó en Valladolid, Un buen día lo tiene cualquiera (2007), donde vuelve a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo o un piso en la ciudad.

En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados.

Pero a Santiago Lorenzo, el mundo del cine empezó a hastiarle y decidió cederle sus ideas a la literatura, por lo que en 2010 publicó la novela Los millones (Mondo Brutto), uno de los libros del año con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la lotería primitiva y no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Desde entonces, ha escrito Los huerfanitos (Blakie Books, 2012) en donde ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, "el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción". Fue llevada al teatro por la compañía Traspasos Kultur

La paradoja es que Santiago Lorenzo pasó de cineasta de culto a escritor superventas con Los asquerosos (Blackie Books, 2018), un humorístico alegato del aislamiento, aunque para él su libro preferido es el tercero, Las ganas (Blackie Books, 2014), una novela tierna que el sexo es realmente importante cuando no lo practicas pero lo es más aún el amor.

En la actualidad, Lorenzo vive en una pedanía de Segovia con menos de veinte habitantes. Le gusta la tranquilidad, la austeridad sin tontería y no ser molestado. Es perfeccionista seguramente debido a su afición a las maquetas y no tiene redes sociales, pero sí usa Internet ("es perfecto para estar solo o para estar acompañado").

Mientras busca leña, se hace cafés o come churros escribe libros como Tostonazo (Blackie Books, 2022), que presenta estos días en ciudades que quizá rebosen de mochufa, urbanitas que exportan barullo, un concepto que consiguió introducir en el vocabulario gracias a Los asquerosos. Ahora a esa categoría le sucede otra, los Sixtos, esas personas que lo estropean todo, son los que mandan y encima están ahí por enchufe. Tostonazo, desde su experiencia en el mundo del cine, habla del respeto al que sabe y la del miedo al que manda. La primera es un vínculo de admiración, la segunda lleva a veces al desprecio.
El protagonista es un joven sin oficio ni beneficio que se ve, de repente, trabajando como becario en un film de cierto empaque. El rodaje va a estar mangoneado por un ignorante que manda sobre todos. Después de la experiencia, para olvidarse de la capital, el chico acepta un trabajo en un lugar de provincias. Y justo allí, cerca de la España vaciada , el joven descubre la amistad, la alegría de ser y la vida vivible. ¿Os suena?

Con todo, Santiago Lorenzo a veces echa de menos estar detrás de la cámara. «Sí. Era un oficio maravilloso. En realidad este libro es una declaración de amor al cine, pero como actividad humana y recreativa, no como negocio.»

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