lunes, 11 de diciembre de 2023

El peor escenario posible

“Un instante basta para comprender toda la eternidad”


Con El peor escenario posible (Fulgencio Pimentel, 2022), el escritor Alejandro Morellón (Madrid, 1985), resultó ganador en la 50ª edición del Premio Ignacio Aldecoa en 2022, el Premio Euskadi de literatura en castellano y el Premio Setenil de relatos a libro publicado en su 20ª edición, estos dos en 2023.

Esta colección de relatos reflexionan, con un lenguaje rico y propio, sobre la relación "con lo extraordinario y lo maravilloso y sobre la capacidad de adaptación "a situaciones extrañas". Situaciones que pueden llegar a ser lúcidas y de humor negro ante la "inminencia de la tragedia", bien sea global o personal.

Su primer relato, llega como un golpe duro. Con Pájaros que cantan el futuro, Morellón capta a la perfección el ambiente pre-apocalíptico presente. La idea de desastre inminente o futuro incierto está presente en la obra, vista, a veces, con una mirada perpleja. Para él, el nuestro es un mundo extraño.

El autor siempre ha querido que este fuera un libro a la vez divertido y existencialista. Uno en el que se vivieran experiencias dramáticas —tragedias particulares o compartidas— pero en el que se incluyera una situación desconcertante, un elemento fantástico o absurdo, con cierto sentido de la maravilla. Una extrañeza, un desvío, que consigue revelar ciertos aspectos del ser humano y de la sociedad que suelen quedar invisibilizados por la fuerza de la rutina y del sentido común.

A través de estas situaciones inexplicables, aborda la naturaleza contradictoria de nuestra existencia: "cómo puede convivir lo más profundo con lo más pueril, el sufrimiento con la risa, las guerras con los vídeos de gatitos, y describir el modo en el que la catástrofe no está exenta de situaciones absurdas o cómicas"

Los relatos no van sobre el acontecimiento en sí, sino de cómo lo experimentan los protagonistas, cómo los acontecimientos importantes nos transforman. Aquello que se sale de lo ordinario es a veces lo único que nos permite conocer aspectos de nosotros mismos que desconocemos.

Aunque predomina el narrador omnisciente focalizado en un personaje, encontramos también relatos en segunda persona, en primera, narradores objetivos y relatos completamente dialogados. Ese despliegue de técnicas, en cada caso es capaz de extraer de ellas lo que el relato requiere para funcionar a la perfección.

El enigma de Gustave Doré (1871). Uno de los cuadros preferidos de Alejandro Morellón

Once son los relatos que conforman el universo de El peor escenario posible, relatos con un meridiano invisible entre la materia onírica y el realismo distópico.

1. Pájaros que cantan al futuro: Una niña regala a su amigo un peluche (el furby que ilustra la cubierta) que profetiza el colapso de la sociedad y del planeta.

2. Algunas verdades del mundo que me ha tocado vivir: Una mujer que relata -y que es relatada- en vivo y en directo su propia muerte ("Abismada en tu propio pensamiento, desde tu tumba, alzas la cabeza hacia arriba, hacia el sol, y abres mucho los ojos y ya no eres sino luz")

3. La casa de tus sueños: Una casa cuya reforma descubrirá el pasado ignominioso de un matrimonio de oncólogos.

4. Sentimental punk: Un internado en el que conviven, entre otros personajes, "dos chicas" obsesionadas por el sexo, el hombre más bello del mundo, "el adorable", y una chica negra que sabe que está "hecha de miedo"

5. Oppenheimer: El parto de una mujer que no sabe nada de su hijo recién parido, ese "objeto desconocido" que misteriosamente guardará relación con el bombardero Enola Gay, ambos "detonando a la vez".

6. Teddy bear: La caza de un ejemplar de oso convertida en "pura leyenda"

7. Por lo que sé de mi marido: Una mujer descubriendo la vida secreta de su marido minutos antes de regalarle un reloj de alta gama.

8. Otro minuto de silencio: las muertes misteriosas de grandes jugadores de fútbol y su inacabable "minuto de silencio" vivido por un jugador del Getafe B.

9. Cada casa es una tumba: La vida de Carlos narrada desde los 7 hasta los 79 años llema de un terrible presentimiento ("¿cómo se escucha un grito que no se oye?")

10. El impulso heroico: El aterrizaje forzoso de un avión mientras un miembro de la tripulación trata de vender un rasca y gana a los pasajeros.

11. La montaña mágica: Un excremento enorme, descomunal, se planta en una ciudad ante la mirada y curiosidad de los vecinos.

Libro que le hubiera gustado escribir a Alejandro Morellón


Alejandro Morellón

«Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano: por ejemplo, la de un vaso que se rompe en la oscuridad.»


Nacido en Madrid en 1985 aunque pocos años después se mudó con su familia a Palma de Mallorca, Alejandro Morellón, como reconocimiento a su trabajo literario, ha recibido las becas de creación Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores (Córdoba, 2010) y la Citè Internationale des Arts (París, 2016).

También ha participado en el programa «10 de 30», que recoge a escritores españoles de entre 30 y 40 años, por la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), y para el programa europeo CELA (Connecting Emerging Literary Artists), en el que colabora como escritor.

Debido a su trayectoria artística en 2021 fue seleccionado por la revista internacional Granta como uno de los 25 mejores escritores jóvenes en español del mundo. 

En 2013 publicó La noche en que caemos (Eolas) (Premio Fundación Monteleón, 2013) «un compendio de cuentos que «sin ser premeditado», tienen «rasgos similares», ya que todos ellos hablan de la soledad del ser humano y de la búsqueda del yo».

Quedó finalista del Premio Nadal 2015 por su primera novela He aquí un caballo blanco.

Alejandro Morellón consiguió ser reconocido por la crítica a ambos lados del Atlántico con El estado natural de las cosas (Caballo de Troya, 2016), un maravilloso libro de relatos con el que ganó el IV Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez. Una colección de historias donde no solo se pone en tela de juicio lo que entendemos por normalidad, sino también las leyes fundamentales de la física y hasta el buen gusto convencional.

Después de este último libro, Morellón vuelve a la novela con el libro Caballo sea la noche (Candaya, 2019) un texto de prosa poética, desbocada y reflexiva, en el que no sabemos si la noche se prolongará o si la luz revelará por fin esos secretos dolorosos que dan forma a la verdad.Tras las ausencias del padre y del hermano mayor, Alan convive con su madre Rosa en una casa que es refugio y testigo de la desgracia. Esta novela es el comienzo de una reconstrucción familiar.

En 2022 resultó ganador en la 50ª edición del Premio Ignacio Aldecoa por los cuentos recogidos en El peor escenario posible (Fulgencio Pimentel, 2022). Obra que ha obtenido en 2023 el Premio Euskadi de literatura en castellano y el Premio Setenil de relatos a libro publicado en su 20ª edición. La obra está compuesta por 11 relatos, que contienen dosis de humor negro, que reflexionan sobre la relación "con lo extraordinario y lo maravilloso" ante un panorama de futuro incierto.

En ese mismo año, publica el poemario Un dios extranjero (Editorial Gollarín, 2022). con el que recibe el Premio Internacional de Poesía Mística San Juan de la Cruz, dentro del Certamen Literario 'Albacara' de Caravaca de la Cruz.

Algunos de sus textos han aparecido en revistas como Quimera, Prosa inmortal, Eñe o Energehia.

El escritor, que actualmente vive en Madrid, tiene oficio y técnica. Una prosa cuidadísima y, sobre todo, una voz que habla de cosas que importan, que interpela al lector, que lo inquieta, que lo remueve, siempre en perfecta consonancia con la técnica narrativa.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Las leyes de la frontera

El Liang Shan Po

Javier Cercas en Girona

"Cuando vi las fotos de aquellos quinquis muertos, algunos de los cuales podían haber sido mis vecinos, me pregunté: ‘¿Por qué ellos y no yo?". Esta cuestión se la plantea el escritor Javier Cercas, una mañana de final de agosto en el Café Royal de Girona.

Esta reflexión forma parte del argumento de su novela, Las leyes de la frontera (Mondadori, 2014). Una historia absorbente, a ratos dura y a ratos romántica, centrada en las relaciones de tres personajes: el Zarco, un quinqui atracador de bancos que tiene su momento de esplendor en los años 70 y primeros 80 y luego entra en un declive de cárcel y toxicomanías; el Gafitas, un estudiante que se acerca al Zarco en su adolescencia y luego, cuarentones ambos, vuelve a reencontrarlo como abogado, y Tere, la joven que bascula entre uno y otro, independiente, guapa y ceñuda, misteriosa hasta el final. El escenario es Girona, hoy pequeña joya urbana impecablemente restaurada que recibe cada año cientos de miles de turistas, pero que cuando arranca la acción de la novela es una destartalada ciudad de provincias que intenta sacar cabeza en el primer posfranquismo.

En ese verano de 1978, cuando España no ha salido aún del franquismo y no termina de entrar en la democracia y las fronteras sociales y morales parecen más porosas que nunca.
Un adolescente llamado Ignacio Cañas conoce por casualidad al Zarco y a Tere, dos delincuentes de su edad, y ese encuentro cambiará para siempre su vida. Treinta años más tarde, un escritor recibe el encargo de escribir un libro sobre el Zarco, convertido para entonces en un mito de la delincuencia juvenil de la Transición, pero lo que el escritor acaba encontrando no es la verdad concreta del Zarco, sino una verdad imprevista y universal, que nos atañe a todos.

"Jugaba al baloncesto con los chicos del barrio, y un amigo me llevó un día a los albergues provisionales, creados en los 60 para acoger a inmigrantes sin recursos. Me impresionó la miseria que existía tan sólo a cien metros de donde nosotros vivíamos, simplemente cruzando el río Ter. De allí salieron muchachos como los quinquis de mi novela”. A Cercas le sorprendió constatar que, al otro lado de la política, tan predominante en aquella época, siempre aparecían los quinquis. Cogías la revista Interviú y al lado de los debates de la Constitución surgía una historia de sus atracos. Los quinquis salían en la prensa y en el cine, parecía que estaban en todos lados, lo suyo fue un boom. Un tema que se explotó hasta la saciedad y que luego se agotó instantáneamente.

En Las leyes de la frontera, la trama fluye a través de cuatro largas entrevistas: dos con el Gafitas y otras dos con un policía y un director de cárcel, “y me ha llamado la atención que a ninguna de las personas que han leído el libro esta estructura le haya parecido extraña”.

Poco después de la publicación de Anatomía de un instante (2009), apareció el libro de Carles Monguilod Vint-i-cinc anys i un dia. Monguilod es un abogado, al que Cercas conoció, y en la obra rememora sus vivencias como abogado de Juan Moreno Cuenca, el Vaquilla, que de joven había pasado una temporada en los albergues, y ya de mayor en la cárcel de Girona. A Cercas le impacto mucho la historia.

Para documentarse durante la redacción de Las leyes de la frontera, “fui varias veces a la cárcel de Girona, donde está encerrado el Zarco. Una de las primeras cosas que vi fue a una chica de 19 años llorando. No sabía una palabra de español y estaba allí porque había robado un bolso. Pienso que una visita a las cárceles debería ser obligatoria en la enseñanza secundaria. También fui a las de Figueres y Quatre Camins, donde participé en unas charlas sobre literatura con los reclusos”.

Por lo que respecta a la policía, “tengo un asesor extraordinario, un hombre al que conocí casualmente porque había leído mis libros. Se llama Francisco Pamplona y me ayudó a reconstruir una atmósfera que había conocido al dedillo. Mi historia transcurre en Girona, aunque podía haber pasado en cualquier otra ciudad, ya que el fenómeno tuvo lugar en todas partes de España”.

Cercas cuenta que ha pretendido “una desmitificación del delincuente juvenil, de la supuesta búsqueda de la libertad que cantaban Los Chichos en su versión romántica. El Zarco se convierte en un mito de la democracia española debido al uso que hacen de su personaje los medios de comunicación. Un mito de cartón piedra que obedece a determinados intereses. La democracia necesita mitos, y este, en la segunda parte de la novela, se derrumba”.

La adaptación cinematográfica de la novela fue dirigida por Daniel Monzón en 2022 y fue galardonada con 5 premios Goya (incluyendo mejor guion adaptado).

La novela, que fue Premio Mandarache 2014, no concede un instante de tregua, escondiendo su extraordinaria complejidad bajo una superficie transparente, la novela se convierte en una apasionada pesquisa sobre los límites de nuestra libertad, sobre las motivaciones de nuestros actos y sobre la naturaleza intangible de la verdad.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Javier Cercas

Sin pelos en la lengua

En Molina de Segura, en 2010, en el ciclo Escritores en su tinta

El escritor, traductor y periodista Javier Cercas Mena (Ibahernando, Cáceres 1962-) vive su infancia y juventud en Girona, residiendo más tarde en Barcelona donde se licencia en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma. En 1987, Obtiene plaza como lector de español en la Universidad de Illinois, donde permanece dos años, antes de empezar a impartir clases de Literatura Española en la Universidad de Girona.

Su primera obra es el libro de relatos El móvil (1987). La buena acogida por parte de la crítica causada por esta ópera prima queda confirmada con las apariciones de las novelas El inquilino (1989) y El vientre de la ballena (1997)

En 2001 publicó Soldados de Salamina, que constituyó un gran éxito dentro y fuera de España, cosechando encendidos elogios de personalidades tan destacadas como George Steiner, J.M. Coetzee, Mario Vargas Llosa y Susan Sontag. La obra fue llevada al cine en 2003 por el cineasta David Trueba.

Como ensayista ha publicado un volumen de crítica titulado La obra literaria de Gonzalo Suárez (1993), fruto de las investigaciones realizadas para su tesis doctoral presentada en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1991. Es también colaborador habitual en el diario El País, y ha recopilado sus artículos en Una buena temporada (1998), La verdad de Agamenón (2006) y sus crónicas en Relatos reales (2000).

En 2009 publica Anatomía de un instante, novela que es considerada también ensayo, por el que obtiene el Premio Terenci Moix de Ensayo y el Premio Nacional de Narrativa, entre otros. En 2014 recibe el Premio Mandarache de Jóvenes Lectores de Cartagena por Las leyes de la frontera.

Con la publicación de El monarca de las sombras (2017) cierra este formidable ejercicio literario de memoria personal sobre la Guerra Civil Española.

Luego, cambio de tercio y apareció Terra Alta, novela policiaca ganadora del Premio Planeta 2019, primera entrega de la trilogía formada también por Independencia y El castillo de Barbazul -pueden leerse sueltas-, que protagoniza un excelente personaje creado por Cercas: Melchor Marín, un mosso d’esquadra, que tuvo una heroica participación en los atentados yihadistas de Cambrills en 2017. En los tres títulos, subyace el procès catalán que desembocó en el referéndum ilegal promovido por la Generalidad.

Precisamente, la cuestión del independentismo radical catalán se aborda en una de las secciones de No callar (2023), que recoge una extraordinaria recopilación de crónicas, ensayos y artículos publicados por Cercas entre 2000 y 2022, sobre todo en El País, donde es colaborador habitual, seleccionados y ordenados por el editor de Tusquets, Juan Cerezo, y el responsable de no ficción, Josep Maria Ventosa, en el mismo sello.


Sus libros han sido traducidos a más de treinta idiomas y han obtenido numerosos premios nacionales e internacionales, como el Premio al Libro Europeo 2016 por su obra El impostor, el Premio André Malraux 2018 por El monarca de las sombras y el Premio Planeta 2019 por Terra Alta.

La obra de Cercas se caracteriza por la atrevida exploración de los límites entre la realidad y la ficción, para él algunas de sus novelas son “relatos reales”, siempre con las miras puestas en la disección del presente y de sus claves.

lunes, 2 de octubre de 2023

Marianela

Las olvidadas


Rocio Dúrcal en la adaptación cinematográfica de Marianela en 1972

Marianela (1878) es una de las novelas más conocidas y leídas de Benito Pérez Galdós. por la cual él sentía una especial predilección. 
Se engloba dentro de esas primeras obras llamadas Novelas de tesis, que son las publicadas en la década de los setenta del siglo XIX.

Son obras en las que el argumento, los personajes, los temas y el ambiente quedan supeditados a mostrar las ideas del autor, que en Galdós suele ser habitual el carácter reformista y liberal, así como la crítica a la intolerancia religiosa. Sin embargo, algunos expertos conocedores de la obra de Galdós consideran Marianela como una obra muy singular, ya que, más que a la reflexión y al análisis, arrastra al lector hacia el sentimiento.

En este sentido, resultan interesantes las palabras de Emilia Pardo Bazán, con quien Galdós mantuvo una relación sentimental. Calificó la novela como:

«Un género aparte, puesto que ni de política, ni de historia trata; es un drama psicológico, una narración de sentimiento.»

Una novela corta pero bella, narrada de manera impecable, con tintes de romántica, de sentimental, también de realista, naturalista, con elementos simbólicos y de una sencillez y ternura exquisita.

Un libro que esconde profundas reflexiones sobre el comportamiento de la sociedad ante la belleza, la oposición de la brutalidad frente a la delicadeza, la generosidad contra el egoísmo, el engaño contra la virtud, la lealtad frente al interés,  la falta de caridad, o la caridad mal entendida y mal empleada.

El escenario que tenemos en Marianela no es Madrid, como suele ser habitual en las novelas de Galdós, sino que se ambienta en un lugar en el norte de España. La historia transcurre concretamente en una ambientación minera: en las minas de Socartes. Si bien se trata de un topónimo inventado, hay referencias suficientes en la novela como para poder intuir que el lugar en el que transcurre es Cantabria. Hay quien, al unir los datos, ha situado la historia concretamente en las minas cántabras de Reocín.

Margarita Xirgu
Como curiosidad, conviene destacar que Marianela era precisamente una de las novelas más especiales para el propio Galdós, que siempre sintió debilidad por la Nela, el personaje principal. De hecho, se cuenta que, en el estreno de la adaptación teatral de Marianela por los hermanos Álvarez Quintero en 1916, al que acudió Galdós ya anciano y ciego, al escuchar las primeras palabras de Margarita Xirgu, actriz que interpretaba a Marianela, se echó a llorar de la emoción exclamando el nombre de Nela.
Marianela cuenta la historia de María Manuela (a quien también llaman Marianela, simplemente Nela o “la hija de la Canela”), que es una joven de dieciséis años, huérfana y poco agraciada en su físico, pero con un corazón grandísimo. La vida de la Nela está rodeada de tragedia desde su infancia, pues su madre se suicidó y su padre murió abandonado en un hospital. Marianela es acogida por la familia Centeno, que son los capataces de las Minas de Socartes, una familia que es muy ruda y que la tratan con el mayor desprecio, siendo Celipín Centeno, el menor de los hijos, el único que se preocupa por ella.

Marianela tiene muy arraigado el convencimiento de que su apariencia física es fea y de que no sirve para nada. Sin embargo, encuentra la forma de sentirse útil cuando comienza a hacer de lazarillo del joven ciego y de clase alta, Pablo Penáguilas, del que se enamora

.«Divino como un ángel, hermoso como un hombre y ciego como un vegetal.»

Por su parte, Pablo, que no puede ver a Nela, solo concibe que su amiga tiene un espíritu hermoso y un gran corazón, dice que ella son sus ojos, pues la guía a todas partes y le explica cómo son las cosas. Pero todo cambia con la llegada de Teodoro Golfín, un cirujano ocular que viene para visitar a su hermano, Carlos Golfín, el ingeniero de esas minas. Para Pablo, una esperanza, para la Nela, un sufrimiento.

En Marianela, las escenas dramáticas están contadas sin excesivo dramatismo, pero con una plasticidad descarnada. Los diálogos, intencionados y ricos en matices, gestos y caracterizaciones, fluyen por la novela construyendo a sus personajes, enfrentándolos. Existe un narrador que pasea su omnisciencia con miradas al lector en las que adivinamos a don Benito al tender la mano a sus personajes. En los diálogos y monólogos, los constantes guiños al panorama político de la época nos dejan metáforas únicas donde aflora esa acida crítica del autor para con la época que le tocaba vivir.

La obra de Galdós es toda una declaración de amor y respeto hacia esas personas que al ser consideradas diferentes, acaban invisibilizadas bajo una etiqueta ramplona —la tonta del pueblo, el retrasado, el que «le falta un hervor»…—, humanizándolas y rompiendo una lanza por sus virtudes y sobre todo por su dignidad.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Benito Pérez Galdós

Lo galdosiano

Considerado uno de los novelistas más sobresalientes de la literatura española, Benito Pérez Galdós fue un hombre cordial, liberal, laico y un republicano amigo de conservadores y progresistas. Pero sus últimos años los pasó enfermo y acuciado por problemas económicos.

El 4 de enero de 1920, el escritor moría en Madrid a consecuencia de la mala salud que arrastraba tras sufrir en 1905 una hemiplegia. El creador de obras tan emblemáticas como Doña Perfecta, La dama desheredada, Fortunata y Jacinta o los Episodios Nacionales, académico de la Lengua desde 1897 y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1912, había sido operado de cataratas dos veces, en 1911 y 1912. Un año después, y a consecuencia muy posiblemente de una sífilis terciaria, perdió la vista, a lo que se añadió arterioesclerosis e hipertensión.

Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843. Estudió en el Colegio de San Agustín de su ciudad y colaboró en el periódico local El Ómnibus. Al terminar sus estudios en 1862, se traslada a Tenerife para estudiar el Bachiller en Artes. Galdós fue un hombre solitario y tímido, que en las tertulias y en el Parlamento hablaba muy poco, pero escuchaba mucho. A pesar de que en sus memorias, Pérez Galdós no hace alusión alguna a que hubiera una mujer en su vida, y, a pesar de ser un hombre enamoradizo, siempre rechazó el compromiso. Pero quienes lo conocieron bien, hablaron del primer y único amor del escritor: una prima suya cubana llamada María Josefa Washington Galdós Tate, más conocida por Sisita, un amor que lo marcaría de por vida. Cuando la madre del joven, doña Dolores, se dio cuenta del enamoramiento y de los efectos que provocaba en el joven Benito, lo envió a Madrid nada más terminar el bachillerato, en 1862, para que estudiara Derecho y, de paso, para que se alejara de Sisita. La decisión de su madre causó a Galdós una amargura que le duraría muchos años. El autor confesó más tarde: "Al llegar a Madrid estuve algún tiempo atortolado, sin saber qué dirección tomar, bastante desanimado y triste". En Madrid, acude a las tertulias del Ateneo y los cafés Fornos y Suizo, donde frecuenta a intelectuales y artistas de la época y escribe en los diarios La Nación y El Debate. Allí conocería a don Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, quien le alentó a escribir y le orientó hacia el krausismo.

La Fontana de Oro (1870), La sombra (1871) y El audaz (1871) fueron los títulos de sus primeras novelas, que revelan todavía una influencia del Romanticismo.
En 1873 inicia la publicación de la primera serie de los Episodios Nacionales con Trafalgar.
Publicó artículos políticos en la Revista de España y algo de ellos, así como el ataque al régimen anterior a la Revolución de 1868 y el inmovilismo de la tradición, se plasma en sus obras de tesis de la misma época: Doña Perfecta (1876), Gloria (1877), La familia de León Roch (1878) y Marianela (1878).
Abre el camino al Naturalismo con La desheredada (1881), la primera de sus novelas contemporáneas a la que le seguirán El doctor centeno (1883), Tormento (1884) y La de Bringas (1884). El amigo manso (1882) es una de las creaciones más originales de Galdós. Lo prohibido (1884-85) es la novela galdosiana más impregnada de Naturalismo. Fortunata y Jacinta (1886-7) es un vasto mural donde la historia, la sociedad y el perfil urbano de Madrid sirven de fondo a un argumento que presenta a dos jóvenes enamoradas del mismo hombre.

Al final de la década de los 80 y a comienzos de la siguiente publica Miau (1888), La incógnita (1889), Torquemada en la hoguera (1889) y Ángel Guerra de (1891), en donde experimenta una nueva manera de novelar. Los problemas éticos aparecen en Tristana (1892), Nazarín (1895), Halma (1895) y Misericordia (1897).


Su popularidad ante los lectores durante la década de los 90 va creciendo con su segunda serie de los Episodios nacionales. Aparte de Madrid, Galdós pasa largas estancias en su casa de Santander, conocida como “San Quintín” y viaja por Europa como corresponsal de prensa, conociendo así corrientes literarias del momento como el realismo y el naturalismo. Su obra tiene influencias de los franceses Honoré de Balzac, Émile Zola, Gustave Flaubert y el inglés Charles Dickens, entre otros.

Galdós tuvo relaciones estables con varias mujeres: Concha-Ruth Morell, Lorenza Cobián, Teodosia Gandarias... Pero hubo una mujer en su vida con la que mantuvo una relación más que especial, y ésta sería la escritora gallega Emila Pardo Bazán, una mujer decidida, apasionada, inteligente, trabajadora e impulsiva, conocida tanto por sus éxitos literario como por su intensa vida amorosa. Lo de la aristócrata gallega empezó como un acto de admiración hacia el escritor canario, admiración que desembocaría en una pasión desmedida que se puede seguir a través de las cartas que, desde 1881, se enviaron (93 por parte de ella por una sola de él).
Pero Emilia Pardo Bazán no fue fiel a Galdós y esas infidelidades afectaron mucho a Galdós, y lo reflejaría en su obras La incógnita y Realidad, las dos de 1889


Los últimos años de Galdós estuvieron marcados por su pérdida de visión y por sus problemas económicos. También tuvo tiempo para compaginar sus actividades en la política y en la dramaturgia. Como representante del partido republicano, Galdós fue elegido representante de las cortes por Madrid en 1907.
En 1914, incluso estando enfermo y ciego, Galdós ganó su candidatura como diputado republicano por Las Palmas de Gran Canaria. Este hecho coincidió con la creación de la Junta Nacional de Homenaje a Pérez Galdós integrada por ilustres personajes, entre escritores, políticos y aristócratas, como Eduardo Dato, José de Echegaray, el conde de Romanones, Jacinto Benavente, Mariano de Cavia... Esta iniciativa tenía como objetivo recaudar fondos para ayudar a la maltrecha economía del famoso escritor. 

Pobre, enfermo y en soledad, Pérez Galdós, un genio de la literatura realista del siglo XIX, llegó a decir: "Mientras más libros vendo, menos dinero gano. Voy a ser el único editor que se haya arruinado a fuerza de vender muchas ediciones".

La labor de Benito Pérez Galdós fue la de transformar el panorama novelesco español de aquella época. Dejó al lado el romanticismo y avivó el realismo español, dotando tanto de una gran expresividad a la narrativa como de nuevas formas aptas para el entendimiento del mundo y de la obra.

lunes, 4 de septiembre de 2023

Todo cuanto amé

El simbolismo de lo cotidiano


Todo cuanto amé (2003) es una novela de personajes, de seres humanos. Siri Hustvedt consigue trasmitir un río de sentimientos, centrándose casi exclusivamente en dos familias con un hijo cada una de ellas.

Todo cuanto amé es una novela compleja, que peca de un elitísmo intelectual, con muchos temas de fondo: la creación artística y la interpretación del arte, los encuentros y desencuentros de las parejas, la dificultad y la responsabilidad de educar a los hijos, la amistad y sus goces, la pérdida y el duelo, la traición, el trabajo intelectual y la vida cotidiana.

Personajes formados en las mejores universidades, atractivos, que viven en un Nueva York no descrito, en un mundo aparentemente idílico que se topa con la tragedia.

En 1975 el historiador de arte Leo Hertzberg descubre un cuadro extraordinario de un pintor desconocido, Bill Weschler, en una galería de Nueva York. Tras décadas de amistad con el artista y de recuerdos guardados en un cajón, Leo decide contar su historia, que también es la historia de sus obras, de las mujeres de su vida, Érica, Lucille y Violet, de sus hijos Matt y Mark y de los caminos que cada uno de ellos tomó.

Leo es el único narrador de esta historia, y el único de los cuatro personajes adultos que seguirá en el mismo lugar a lo largo del tiempo. Leo es la memoria. Él, en primera persona, estructura la novela en tres partes, muy propio de un temperamento ordenado y racional como el suyo.

«Las historias que relatamos sobre nosotros mismos sólo pueden narrarse en pasado. El pasado se remonta hacia atrás desde donde ahora nos encontramos, y ya no somos actores de la historia sino espectadores que se han decidido a hablar.»

El amor y la amistad son los grandes temas en esta novela. Nos encontramos con una fuente inagotable de sentimientos que fluyen de manera natural. La elegancia es una característica de la prosa de Hustvedt. Abundan escenas conmovedoras, el contacto físico y el cariño que ilumina y sosiega.

Las vacaciones compartidas, las conversaciones sobre los trabajos de cada uno: histerismo, problemas de alimentación, en el caso de Violet; los libros de historia del arte que escribe Leo, la obra plástica de Bill y su búsqueda: cuadros, esculturas, montajes, vídeos; las investigaciones de Érica y sus publicaciones sobre Henry James, todo eso tenía gran importancia para el grupo porque había un auténtico interés por el trabajo de cada uno y un auténtico respeto por el otro.

El dolor también se expresa con la misma fuerza que se experimenta. No sólo cuando hay muertes, también detectamos dolor, por ejemplo, en el reconocimiento de la culpa que confiesa Bill al pensar en las posibles consecuencias que su divorcio pudo causar en su hijo. Es, también, desgarradora la escena en clase, cuando frente a un cuadro de Chardin, la contención de Leo se quiebra ante la visión del agua (hijo ahogado) y se pone a llorar en público sin su característico control. O el afán de acudir al llamado/trampa de Mark en ese absurdo viaje de Leo a Minnesota, Iowa, y Nashville, que sólo puede interpretarse como un acto de amor y lealtad a los vínculos.

Vaso de agua con cafetera de Jean Siméon Chardin

El arte es un tema compartido por todos: Bill crea, Violet inspira y provee contenido, Leo interpreta y saca sus propias conclusiones del arte producido por otros artistas vivos y muertos, Érica es profesora de lengua Inglesa en Rutgers y luego Berkeley. Sin embargo serán las artes plásticas la rama tratada con más profundidad. La producción de cajas de Bill es analizada y valorada por Leo, el amigo crítico será su gran baluarte en el medio, y también importante estímulo. Por otro lado, las exposiciones de Bill nos plantean el tema del comercio del arte: las galerías, los coleccionistas, los precios, la fama. Con el personaje del artista provocador Teddy Giles, la escritora pone sobre la mesa el mercantilismo del arte, el valor de las nuevas técnicas y la violencia expuesta sin pudor ni límites.

Obra del pintor y escultor estadounidense Joseph Cornell, pionero del Arte del Assemblage,
proceso artístico de juntar objetos tridimensionales para crear una obra de arte.

La imaginación de Siri no tiene fin y leerla supone un esfuerzo adicional: hay que prestar atención a absolutamente todo lo que menciona porque nada es casual, que sí causal. Plasma con fuerza unas personalidades tan complejas y cambiantes, contradictorias, humanas. Una mujer que no solo goza de una gran inteligencia y cultura sino que además tira de la inteligencia de quien la lee.

jueves, 31 de agosto de 2023

Siri Hustvedt

La mirada científica


De madre noruega y padre estadounidense, Siri Hustvedt nació en 1955 en Northfield, un pequeño pueblo en el sur de Minnesota. La mayor parte de su vida temprana la pasó allí junto a sus padres y sus tres hermanas menores, Liv, Asti (la académica y autora de Medical Muses) e Ingrid.

Siri visitó Noruega por primera vez en 1959 cuando su madre las llevó a ella y a su hermana Liv a una visita de verano. En el año académico 1967-1968, la familia vivió en Bergen. Las cuatro niñas se inscribieron en la escuela Rudolph Steiner y pasaron el verano siguiente en Reykjavik, Islandia. Un verano en donde Siri lee con avidez y decide convertirse en escritora.

En 1977 regresa a Estados Unidos y se gradúa con una licenciatura en historia.

Trabajó durante un año en su ciudad natal como camarera, ahorró dinero y volvió a Nueva York en 1978 para estudiar inglés en la Universidad de Columbia con una beca. Continuó escribiendo poesía, fue asistente de investigación del poeta Kenneth Koch, profesor de inglés en Columbia, y trabajó en varios trabajos ocasionales: camarera, investigadora de un historiador médico, modelo de grandes almacenes y asistente de estudio de artista. En 1982 comenzó a enseñar como asistente de posgrado en Queens College. Su primer poema apareció en The Paris Review en 1981.

Ese mismo año, conoció al escritor Paul Auster en una lectura de poesía en 92nd Street. Se casó con él el Bloomsday, el 16 de junio de 1982.

En la primavera de 1986, Hustvedt defendió su disertación doctoral sobre el lenguaje y la identidad en Dickens: "Figuras de polvo: una lectura de Our Mutual Friend de Charles Dickens" . La visión del yo es una de las preocupaciones que interesan a Hustvedt tanto en su ficción como en su no ficción.

Su hija, la cantautora Sophie Hustvedt Auster, nace en 1987.

Después de recibir su doctorado, se dedicó a la ficción y comenzó a trabajar en su primera novela, Los ojos vendados (1992). A esta le siguieron cinco novelas: El hechizo de Lily Dahl (1996), Todo cuanto amé (2003), Elegía para un americano (2008), El verano sin hombres (2011) y Un mundo deslumbrante (2014).

A la escritora le agrada la definición de ella como «novelista de ideas», ya que impregna con un irónico sentido del humor los tres pilares que sustentan su trabajo: feminismo, arte y ciencia. Tampoco es ajena a elementos como la neurociencia, el psicoanálisis, la filosofía o las relaciones familiares, ámbitos que transita con naturalidad, haciendo difícil encajarla en un único espacio creativo.

Comenzó a escribir sobre arte en 1995, con el ensayo, "La anunciación de Vermeer", donde aboga por una interpretación de Mujer con un collar de perlas como una anunciación en lugar de una imagen eucarística, lo que alteró permanentemente las percepciones académicas de la imagen. Continuó escribiendo sobre arte visual y, en 2006, publicó una colección de sus escritos sobre pintura con Princeton Architectural Press. Ha dado conferencias en los Museos del Prado y Metropolitano, y en enero de 2010 en la Academia de Artes Visuales en Munich, pronució su conferencia: "Visiones encarnadas: ¿qué significa mirar una obra de arte?"

Desde finales de los noventa, ha estado inmersa en la neurociencia y los dilemas filosóficos de los debates mente-cerebro. Comenzó a asistir a conferencias de neurociencia en el Instituto Psicoanalítico de Nueva York y posteriormente fue invitada asistir al Grupo de Discusión de Neuropsicoanálisis Mortimer Ostow, al que asistió durante dos años hasta que el grupo se disolvió después de la muerte de Ostow en 2006. Fue instructora voluntaria de escritura para pacientes psiquiátricos hospitalizados en la Clínica Payne Whitney del Hospital de Nueva York durante cuatro años. En 2006, sufrió una violenta sacudida mientras pronunciaba un discurso en memoria de su padre, un síntoma que se convirtió en el tema de su libro: La mujer temblorosa o Una historia de mis nervios. El libro es tanto un relato personal de la experiencia de Hustvedt como paciente con un síntoma inexplicable como una exploración de las ambigüedades del diagnóstico a través de la historia médica, el psicoanálisis, la neurociencia o la filosofía.

Doctora honoris causa por la Universidad Stendhal de Grenoble (2015), en 2004 recibió el Premio de los Libreros de Quebec por Todo cuanto amé y en 2012, el Premio Internacional Gabarrón de Pensamiento y Humanidades gracias a su labor investigadora.

En la entrega del Premio Princesa de Asturias 2019 en Oviedo

La Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019 considera que su mayor placer es pasar tiempo con su familia, su esposo y su hija, pero también con sus tres hermanas y sus familias. La muerte de su madre, en 2019, marca el inicio de la vía libre a sus recuerdos, que plasma en su último trabajo, Recuerdos del futuro, en el que es posible acercarse a la biografía de su propia familia, manteniendo su habitual profundidad reflexiva y un alto nivel intelectual, que profundiza en las causas y consecuencias del entorno cotidiano y los hechos que suceden en ese ámbito íntimo.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Bizcocho y chocolate



Al principio en un club de lectura, igual que en el de los niños, conversamos sin saber de dónde vienen ni quiénes son las demás personas, lo que tenemos en común en ese momento es la curiosidad y las ganas de compartir, lo que nos une partiendo de la lectura de una obra.

En el pasado encuentro de clubes de lectura celebrado este año en Alcantarilla, una de las ponencias era sobre un club de lectura juvenil. En ella se presentaba un vídeo en donde los jóvenes lectores alababan los beneficios de pertenecer a un club de lectura. "Se aprende mucho", "es muy divertido" y además "hay bizcocho y chocolate".

Eso provocaba risas entre el público, consciente de que lo que motoriza la actividad no es únicamente el interés por los libros sino también la atmósfera cordial, afectiva que va estrechando el vínculo entre lectores. Aún cuando puedan existir diferencias en cuanto a la aceptación o rechazo de determinados libros, lo que mantiene al grupo unido es un creciente lazo de estima.

Tanto para lectores como para coordinadores, los resultados suelen ser gratificantes. Nadie sale de un club de lectura sin sentir que algo en su universo se ha modificado para mejor.

Para contribuir más a esa sensación, esta es la programación 2023-2024 del nuevo curso. Ah y prometo bizcocho y chocolate



domingo, 11 de junio de 2023

Kentukis

Leer con los dientes apretados

Imagina unos peluches, tipo Furby. Unas mascotas mecánicas con forma de animales, de colores estridentes de no más de 30 cm y unas pequeñas ruedas debajo de sí. Unos artefactos dirigidos por otros humanos elegidos al azar que pueden observarte e interactuar contigo pero no hablarte y de los que nada sabes en un principio. La conexión es entre dos personas: quien adquiere el Kentuki (el “amo”) y quien lo controla de manera remota (el “ser”). Los hay dragones, cuervos, osos pandas, topos, conejos y lechuzas.
Esta es la idea estrambótica en la que se mueve la novela Kentukis (2018) de la escritora argentina Samanta Schweblin. Pero a lo mejor la idea no es tan estrambótica y es más real de lo que parece.
 
Las relaciones mediadas por Kentukis presentan dos particularidades. En primer lugar, no hay forma de preseleccionar a los seres humanos que establecerán la conexión. Algún tipo de algoritmo desconocido, establecerá una conexión azarosa entre una persona y otra, que bien puede estar en otra parte del mundo o en el piso de al lado. Puede ser un niño, un anciano o una adolescente, y puede tener las más variadas motivaciones y formas de ser, como en la vida misma. En este comienzo, ninguno de los conectados puede saber nada sobre las respectivas identidades ni ubicaciones, estableciéndose una relación completamente anónima. La segunda particularidad es que dicha conexión será la única que podrá transitar ese Kentuki durante su vida útil. Si la conexión no gusta, el ser (controlador) puede elegir desconectarse; mientras que el amo (poseedor) puede romper el bicho en mil pedazos o simplemente dejar que la batería del Kentuki se descargue completamente. En cualquiera de esos casos, la conexión habrá finalizado para siempre. Ese Kentuki no servirá nunca más y deberá comprarse otro para establecer una nueva conexión y ver si, esta vez, se tiene mejor suerte con el alma y/o escenario que ha tocado.

Pues esos son los Kentukis, adorables peluches que forman parte de esta obra coral, en la que se intercalan relatos de gente. Las vidas de distintos tipos de personas; ancianas, niños, adultos, oportunistas, malintencionados, pervertidos, gente buena y gente mala, seres a los que su vida les parece poco y otros que se consideran dignos de ser admirados. Y partiendo de estos personajes, Schewblin orienta la narración hacia las distintas necesidades de dichas personas para tener/ser un Kentuki y la manera en que estos cambian su existencia. Sin duda, nada es impensable.

Once historias, unas acabadas en pocas páginas, otras continuadas en párrafos salteados, algunas cuyo protagonista es amo; otras, ser. Emilia, Alina, Marvin, Enzo, Luca o Grigor nos hablarán de esos vínculos, tematizando y problematizando variadas aristas de las relaciones mediadas por Tecnologías Digitales.

El estilo único, el ritmo rápido y la narración increíblemente compacta hacen de Kentukis, una novela especial que permanecerá en nuestra mente mucho después de cerrar el libro. Lo genial no es lo que dice Schweblin, sino cómo lo dice. Tiene un diseño tan enigmático y disciplinado que el libro parece pertenecer a un nuevo género literario.


El rol de la mirada, en esta sociedad en que hace tiempo, “años quizás”, no se ve “ a alguien con los ojos cerrados” ; los límites a la exposición de la intimidad, las relaciones de poder entre quien mira y quien es mirado, los riesgos y las virtudes de las relaciones anónimas, la soledad, el afecto, la necesidad creciente de gran parte de la población de vivir con mascotas y nuestra adicción a las redes sociales en las que podemos exhibirnos o “cotillear” a los demás sin pudor alguno, son muchos de los temas que tratan la novela.

En Kentukis, la tecnología está ahí, ha llegado a los hogares y la sociedad se apropia de ella. A través de las historias vemos los usos y diferentes grados de desarrollo de las potencialidades tecnológicas de los Kentukis que dependen siempre de las motivaciones y valores de sus personajes, de sus acciones y omisiones, y de los límites o libertades que estos les impongan.

En este imaginario, las TD tienen un fuerte rol afectivo en las sociedades actuales. La sociedad de kentukis se encuentra, respecto de las TD, en ese exacto momento, en el del cuestionamiento, el de las preguntas. Lo que está claro es que se encuentran en proceso de transformación. Finalmente, aun siendo las TD parte importante de la trama, está va orientada a problematizar la forma en que nos relacionamos con ellas, dejando poco espacio a las preguntas por el cómo y el quién de su construcción, diseño y posible transformación.

En todas las historias, el pesimismo hace que lleguemos a pensar que la oscuridad, las ambivalencias en los límites, aquellos elementos que han llevado al destino fatídico de las historias no están en otro lado más que adentro nuestro, incluso cuando tenemos “buenas intenciones”.

Los protagonistas de la novela no son los kentukis, sino los seres humanos. Salimos de la obra, tan lesionados como fascinados.

miércoles, 7 de junio de 2023

Samanta Schweblin



Descrita como una de las mejores cuentistas argentinas de las últimas décadas, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978-) estuvo entre los 11 y los 12 años sin hablar porque se enojó mucho con el lenguaje. El desencadenante fue una riña con una amiga que le sirvió para constatar el fracaso de la palabra hablada. A falta de interlocutores, encontró en la lectura que practicaba, un sucedáneo de la conversación. Un bloqueo clave para entender sus miedos y una manifiesta necesidad de escribir.

Estudió la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires, y se especializó en el área de guion cinematográfico.

La escritora argentina escribe en el género de cuento y novela, siendo premiada por ambos en distintas ocasiones: los libros de relatos El núcleo del disturbio (2002) y Pájaros en la boca (2008) obtuvieron, entre otros, los premios Fondo Nacional de las Artes y Casa de las Américas. En 2015 es galardonada con el Premio Tigre Juan por su primera novela Distancia de rescate (2014).

También ha participado en antologías publicadas por las editoriales Siruela: Cuentos argentinos y Norma: La joven guardia y Una terraza propia.

Samanta Schweblin, que reside en Berlín desde 2012 donde dirige talleres literarios, sigue asombrándose del cuerpo a cuerpo con la palabra. “La literatura sucede durante la lectura y estoy convencida de que es algo que sucede de a dos. Está el que escribe, y está el que lee; si alguno de los dos está ausente, no hay literatura”.

En 2018, publica Kentukis, su segunda novela, donde desvela el mundo inquietante de las nuevas tecnologías. La obra se compone de varias historias en las que distintos personajes de diversos países, de alguna manera, tienen contacto con los «kentukis», una especie de peluches tecnológicos con cámaras incrustadas los cuales, una vez comprados, pueden ser controlados por un usuario desde cualquier parte del mundo.

Entre sus temas recurrentes, encontramos la opacidad del lenguaje que impregna los cuentos de Siete casas vacías (2015), libro premiado con el National Book Award 2022, donde los personajes tienen problemas para expresarse, como si hubiera siempre una conversación pendiente que empantanara la esfera privada.

También habla de lo que llamamos normalidad y sus malentendidos. Sus libros se leen con los dientes apretados porque ponen a prueba nuestros prejuicios y las rarezas de lo doméstico. La irritabilidad que nos provoca, lo que se sale de lo común.

miércoles, 24 de mayo de 2023

EL CABALLERO DE LOS LEONES

En el capítulo anterior. después de la riña en la venta, don Quijote le dice a Sancho que cree que el "castillo" está embrujado porque mientras conversaba con la hija del señor del castillo, le atacó un gigante. Por eso cree que "el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí". Sancho le responde que tampoco debe de ser para él porque más de 400 moros lo atacaron a él.

En ese momento, vuelve el cuadrillero con su candil y ve que don Quijote no está muerto. Le pregunta cómo está, pero don Quijote le responde que no le está hablando con el respeto que merece un caballero andante. El cuadrillero se ofende y le pega a don Quijote en la cabeza con el candil. Llegan a creer que el cuadrillero es un moro hechizado, y don Quijote le dice a Sancho que no hay que darle mucha importancia a los encantamientos y fantasmas.

Sancho le pide al ventero aceite, vino, sal y romero para que don Quijote haga el bálsamo de Fierabrás para curar las heridas. Mezcla todos los ingredientes y allí en frente de todos, bendice la mezcla. Don Quijote bebe un poco del bálsamo e inmediatamente comienza a vomitar, pero tras una larga siesta se despierta sintiéndose mucho mejor y por esa razón cree que el bálsamo fue muy efectivo. Sancho también prueba un poco del bálsamo, pero se pone enfermo y maldice el brebaje. Su amo le dice que no toleró bien el bálsamo porque no es caballero andante como él.

Aunque Sancho está enfermo, don Quijote se siente mucho mejor y quiere irse ya de la venta, así que ensilla a los animales, y le ayuda a Sancho a vestirse y montarse en su asno. Al despedirse, el ventero le pide a don Quijote que pague por la noche que pasó en su venta así como la paja y cebada de los animales. Don Quijote se queda asombrando al enterarse de que en realidad no es castillo sino venta y le dice al ventero que no tiene la obligación de pagarle nada ya que es caballero andante y tiene derecho a alojamiento. Sale de la venta y el ventero trata de cobrarle a Sancho, quien se había quedado atrás, pero el escudero tampoco le paga.

En la venta hay un grupo de hombres alegres y juguetones que se les ocurre mantear a Sancho. Don Quijote oye los gritos de Sancho mientras lo tiran al aire y vuelve a la venta para acudir en su ayuda. Cuando llega no puede apearse de Rocinante por lo dolorido que está y siguen manteando a Sancho hasta que se cansan.



De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente
acabada aventura de los leones

Cuenta la historia que cuando don Quijote daba voces a Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos requesones que los pastores le vendían y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos, y por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado volvió a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo:

—Dame, amigo, esa celada, que o yo sé poco de aventuras o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar y me necesita a tomar mis armas.

El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas partes y no descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos venía, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a entender que el tal carro debía de traer moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don Quijote, pero él no le dio crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras, y, así, respondió al hidalgo:

—Hombre apercebido, medio combatido. No se pierde nada en que yo me aperciba, que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer.

Y volviéndose a Sancho, le pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba. Tomóla don Quijote, y sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho:

—¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo: sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos.

Calló Sancho y diole un paño, y dio, con él, gracias a Dios de que su señor no hubiese caído en el caso. Limpióse don Quijote, y quitóse la celada por ver qué cosa era la que, a su parecer, le enfriaba la cabeza, y viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las llegó a las narices, y, en oliéndolas, dijo:

—Por vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y malmirado escudero.

A lo que con gran flema y disimulación respondió Sancho:

—Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré. Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡Hallado le habéis el atrevido! A la fe, señor, a lo que Dios me da a entender, también debo yo de tener encantadores que me persiguen como a hechura y miembro de vuesa merced, y habrán puesto ahí esa inmundicia para mover a cólera su paciencia y hacer que me muela como suele las costillas. Pues en verdad que esta vez han dado salto en vago, que yo confío en el buen discurso de mi señor, que habrá considerado que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa que lo valga, y que si la tuviera, antes la pusiera en mi estómago que en la celada.

—Todo puede ser —dijo don Quijote.

Y todo lo miraba el hidalgo, y de todo se admiraba, especialmente cuando, después de haberse limpiado don Quijote cabeza, rostro y barbas y celada, se la encajó, y afirmándose bien en los estribos, requiriendo la espada y asiendo la lanza, dijo:

—Ahora, venga lo que viniere, que aquí estoy con ánimo de tomarme con el mesmo Satanás en persona.

Llegó en esto el carro de las banderas, en el cual no venía otra gente que el carretero, en las mulas, y un hombre sentado en la delantera. Púsose don Quijote delante y dijo:

—¿Adónde vais, hermanos? ¿Qué carro es este, qué lleváis en él y qué banderas son aquestas?

A lo que respondió el carretero:

—El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que el general de Orán envía a la corte, presentados a Su Majestad; las banderas son del rey nuestro Señor, en señal que aquí va cosa suya.

—¿Y son grandes los leones? —preguntó don Quijote.

—Tan grandes —respondió el hombre que iba a la puerta del carro—, que no han pasado mayores, ni tan grandes, de África a España jamás; y yo soy el leonero y he pasado otros, pero como estos, ninguno. Son hembra y macho: el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de atrás, y ahora van hambrientos porque no han comido hoy; y, así, vuesa merced se desvíe, que es menester llegar presto donde les demos de comer.

A lo que dijo don Quijote, sonriéndose un poco:

—¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían.

—¡Ta, ta! —dijo a esta sazón entre sí el hidalgo—. Dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos.

Llegóse en esto a él Sancho y díjole:

—Señor, por quien Dios es que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos.

—Pues ¿tan loco es vuestro amo —respondió el hidalgo—, que teméis y creéis que se ha de tomar con tan fieros animales?

—No es loco —respondió Sancho—, sino atrevido.

—Yo haré que no lo sea —replicó el hidalgo.

Y llegándose a don Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo:

—Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de todo en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza. Cuanto más que estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados a Su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje.

—Váyase vuesa merced, señor hidalgo —respondió don Quijote—, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio. Este es el mío, y yo sé si vienen a mí o no estos señores leones.

Y volviéndose al leonero, le dijo:

—¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!

El carretero, que vio la determinación de aquella armada fantasma, le dijo:

—Señor mío, vuestra merced sea servido, por caridad, de dejarme desuncir las mulas y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan quedaré rematado para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas.


—¡Oh hombre de poca fe! —respondió don Quijote—, apéate y desunce y haz lo que quisieres, que presto verás que trabajaste en vano y que pudieras ahorrar desta diligencia.

Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a grandes voces:

—Séanme testigos cuantos aquí están como contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro antes que abra, que yo seguro estoy que no me han de hacer daño.

Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal disparate, a lo que respondió don Quijote que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba.

—Ahora, señor —replicó don Quijote—, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo.

Oído lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento y la temerosa de los batanes y, finalmente, todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida.

—Mire, señor —decía Sancho—, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león cuya debe de ser la tal uña es mayor que una montaña.

—El miedo a lo menos —respondió don Quijote— te le hará parecer mayor que la mitad del mundo. Retírate, Sancho, y déjame, y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto: acudirás a Dulcinea, y no te digo más.

A estas añadió otras razones, con que quitó las esperanzas de que no había de dejar de proseguir su desvariado intento. Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote; el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.

Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro. Viendo, pues, el leonero que ya los que iban huyendo estaban bien desviados, tornó a requerir y a intimar a don Quijote lo que ya le había requerido e intimado, el cual respondió que lo oía y que no se curase de más intimaciones y requirimientos, que todo sería de poco fruto, y que se diese priesa.

En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie que a caballo, y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que Rocinante se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo; y desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro encomendándose a Dios de todo corazón y luego a su señora Dulcinea.

Y es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera historia exclama y dice: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada, y no de las del perrillo cortadoras, con un escudo no de muy luciente y limpio acero, estás aguardando y atendiendo los dos más fieros leones que jamás criaron las africanas selvas. Tus mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto, por faltarme palabras con que encarecerlos».

Aquí cesó la referida exclamación del autor, y pasó adelante, anudando el hilo de la historia, diciendo que visto el leonero ya puesto en postura a don Quijote, y que no podía dejar de soltar al león macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula, donde estaba, como se ha dicho, el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula donde venía echado y tender la garra y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro. Hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Solo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos.

Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera.

—Eso no haré yo —respondió el leonero—, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en su mano está salir o no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada; ningún bravo peleante, según a mí se me alcanza, está obligado a más que a desafiar a su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia y el esperante gana la corona del vencimiento.

—Así es verdad —respondió don Quijote—. Cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio en la mejor forma que pudieres lo que aquí me has visto hacer, conviene a saber: como tú abriste al león, yo le esperé, él no salió, volvíle a esperar, volvió a no salir y volvióse a acostar. No debo más, y encantos afuera, y Dios ayude a la razón y a la verdad y a la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña.

Hízolo así el leonero, y don Quijote, poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, comenzó a llamar a los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza a cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero alcanzando Sancho a ver la señal del blanco paño, dijo:

—Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias, pues nos llama.

Detuviéronse todos y conocieron que el que hacía las señas era don Quijote; y perdiendo alguna parte del miedo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de don Quijote que los llamaba. Finalmente, volvieron al carro, y en llegando dijo don Quijote al carretero:

—Volved, hermano, a uncir vuestras mulas y a proseguir vuestro viaje; y tú, Sancho, dale dos escudos de oro, para él y para el leonero, en recompensa de lo que por mí se han detenido.

—Esos daré yo de muy buena gana —respondió Sancho—, pero ¿qué se han hecho los leones? ¿Son muertos o vivos?

Entonces el leonero, menudamente y por sus pausas, contó el fin de la contienda, exagerando como él mejor pudo y supo el valor de don Quijote, de cuya vista el león acobardado no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un buen espacio abierta la puerta de la jaula; y que por haber él dicho a aquel caballero que era tentar a Dios irritar al león para que por fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y contra toda su voluntad había permitido que la puerta se cerrase.

—¿Qué te parece desto, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.

Dio los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero a don Quijote por la merced recebida y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo rey, cuando en la corte se viese.

—Pues si acaso Su Majestad preguntare quién la hizo, diréisle que el Caballero de los Leones, que de aquí adelante quiero que en este se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del Caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querían o cuando les venía a cuento.

Siguió su camino el carro, y don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán prosiguieron el suyo.

En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera parte de su historia, que si la hubiera leído cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura; pero como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto. Y decía entre sí: «¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones?».

Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole:

—¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero armado de resplandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares o que lo parezcan entretienen y alegran y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos estos parece mejor un caballero andante que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, solo por alcanzar gloriosa fama y duradera. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo a una viuda en algún despoblado que un cortesano caballero requebrando a una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares ejercicios: sirva a las damas el cortesano; autorice la corte de su rey con libreas; sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa; concierte justas, mantenga torneos y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano sobre todo, y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones. Pero el andante caballero busque los rincones del mundo, éntrese en los más intricados laberintos, acometa a cada paso lo imposible, resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos; no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar estos, acometer aquellos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios. Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y, así, el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad esorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad: pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario que no que baje y toque en el punto de cobarde, que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que el avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía; y en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen «el tal caballero es temerario y atrevido» que no «el tal caballero es tímido y cobarde»

—Digo, señor don Quijote —respondió don Diego—, que todo lo que vuesa merced ha dicho y hecho va nivelado con el fiel de la misma razón, y que entiendo que si las ordenanzas y leyes de la caballería andante se perdiesen, se hallarían en el pecho de vuesa merced como en su mismo depósito y archivo. Y démonos priesa, que se hace tarde, y lleguemos a mi aldea y casa, donde descansará vuestra merced del pasado trabajo, que si no ha sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansancio del cuerpo.

—Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor don Diego —respondió don Quijote.

Y picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba «el Caballero del Verde Gabán».