Artículo de Gema Lozano publicado en Yorokobu (eldiario.es)
Fueron varias, al parecer, las cosas que le impresionaron de San Ambrosio, pero San Agustín resalta una en particular en su libro Confesiones:
Cuando estos lo dejaban libre, que era muy poco tiempo, (Ambrosio) dedicábase a reparar las fuerzas del cuerpo con el alimento necesario o las de su espíritu con la lectura. Cuando leía, hacíalo pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra ni mover la lengua. Muchas veces, estando yo presente –pues a nadie se le prohibía entrar ni había costumbre de avisarle quién venía-, lo vi calladamente, y nunca de otro modo…
Era el siglo IV y, por aquellas fechas, la lectura era una actividad que solía practicarse en voz alta. Que aquel al que consideraba su maestro lo hiciera en silencio dejó atónito al futuro Obispo de Hipona. Aunque poco a poco, la práctica se fue extendiendo. En los monasterios y en las bibliotecas de las primeras universidades, la lectura individual y en voz baja se convirtió en habitual.
Los beneficios eran evidentes: cada lector podía zambullirse en el texto sin molestar al prójimo y ahorrar ejercicio a sus cuerdas vocales. De hecho, según cuenta Iñaki Berazaluce (quien califica a San Ambrosio como un early adopter de la lectura silenciosa), San Agustín llegó a la conclusión de que aquel optó por esa modalidad preocupado por «el cuidado de su voz, que la tenía propensa a quiebras continuas».
La mayor concentración que les proporciona leer de este modo, al no tener que atender a aspectos relacionados con la vocalización o entonación es otra ventaja para muchos. Aunque distintos estudios, como los de Reed, Swanson, Petscher, & Vaughn, no encontraron diferencias significativas entre la lectura en voz alta y en silencio, en cuanto aprendizaje se refiere.
Sea como fuere, leer se consolidó como acto silente. Aunque, como recogen Paula Grosman y Alejandra Rogante en el libro Cuatro tramas: orientación para leer, escribir, traducir y revisar la lectura en común se hizo un hueco entre las familias burguesas europeas del XIX entre las que era costumbre rematar la velada con un juego de cartas y la lectura de un libro en voz alta.
Este tipo de lectura desempeñó también un importante papel ideológico. El libro de Grosman y Rogante incluye algunos ejemplos como los de las fábricas de cigarros de la Cuba colonial en las que se leían textos en alto a los trabajadores como vía para la alfabetización pero también para el entretenimiento.
En Buenos Aires, a principios del XIX, se hizo obligatoria la lectura en voz alta de los textos de un periódico local que, entre otros, publicaba extractos de El contrato social de Rosseau para hacer llegar a los feligreses, la mayoría de ellos analfabetos, las ideas relacionadas con la igualdad y la libertad que llegaban desde Europa.
Mientras los índices de alfabetización crecían y los medios de comunicación se popularizaban, la lectura en voz alta se fue circunscribiendo a la familia y a la escuela. Y los niños pequeños que aún no sabían leer se convirtieron en la audiencia casi exclusiva. Los beneficios que escuchar los cuentos de boca de sus padres o profesores aportan a un niño resultaban cada vez más evidentes. «Numerosos estudios han demostrado que leer en voz alta de forma habitual a los niños menores de tres años ayuda a que estos mejoren su compresión del lenguaje y que, posteriormente, su aprendizaje lector sea más fluido», explica Cristina Feliu, editora de Timun Mas Infantil, entre otras editoriales de Planeta.
Desde el punto de vista emocional también aporta ventajas. «Ayuda a crear y fortalecer el vínculo entre el lector y el que escucha. Un vínculo que el niño quiere alimentar y por eso pide cada día el momento de lectura. No es tan importante que el texto esté bien leído o bien interpretado, como que el adulto transmita cariño y pasión por lo que lee».
Un hecho que, según Feliu, favorece el desarrollo de una futura generación de lectores. «Escuchando, el niño relaciona la lectura con una emoción positiva y esto es de gran ayuda porque le apetecerá acercarse a ella cuando empiece a leer por sí mismo».
Berta Rodríguez, profesora de primera e inglés del colegio Antavilla School., coincide con la editora en esto y en la capacidad de fomentar y desarrollar aspectos tan relevantes como la empatía, la capacidad de escucha, la creatividad, la imaginación y la concentración en los niños. Algunos de esos estudios, incluso, aconsejan por ello comenzar con la práctica ya durante el embarazo. En Estados Unidos, la organización Read Aloud insiste en la necesidad de leer, al menos, 15 minutos al día para favorecer el desarrollo de estas competencias en los niños.
En España, la asociación Entrelibros lleva desde 2010 utilizando la lectura en voz alta como un método «terapéutico y alentador» para toda clase de personas, pero en especial las que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad o riesgo de exclusión. Hospitales infantiles, centros penitenciarios o de acogida son algunos de los lugares en los que desarrollan su actividad: «Somos conscientes del valor cívico de la palabra poética y filosófica, de su poder para transformar el mundo, para hacerlo más comprensible y habitable. Hacemos de la lectura nuestro particular modo de intervención social», explican en su web.
Lo que ni Feliu y Rodríguez acaban de comprender es por qué, sabiendo de todos sus beneficios, dejamos de leer a los niños cuando empiezan a hacerlo por sí solos. «Escuchar continúa siendo una experiencia rica que refuerza el vínculo entre las personas que participan en la lectura», añade Feliu.
En un artículo para El Nacional.cat, el filósofo Xavier Antich habla de su etapa como profesor de instituto donde, a partir de su experiencia con sus alumnos adolescentes, se convenció de que «leer en voz alta es aprender a leer de verdad»: «Podemos leer, en silencio, para nosotros, sin comprender lo que leemos: sólo nosotros nos podemos dar cuenta de ello. Pero no es posible leer en voz alta si no entendemos lo que leemos: ¡se nota demasiado!».
Por eso agradece iniciativas como la de Lectura en Veu Alta y sus certámenes intantiles y juveniles que celebra periódicamente en Cataluña. Cristina Feliu, por su parte, alaba la labor de los organizadores los maratones de cuentos que desde hace 25 años se vienen celebrando en Guadalajara.
Pero leer en voz alta aporta ventajas al que lo hace aunque no disponga de audiencia alguna. La mejora de la fluidez lectora, de la ortografía, la ayuda que puede proporcionarnos a la hora de corregir un texto o el “hacer oído” cuando se realiza en otro idioma son algunas de ellas.
Aunque algunos estudios asegura que nuestro cerebro procesa de forma similar lo leído sin importar si lo hacemos en voz alta o en silencio, otras investigaciones realizadas demostraron los favorables efectos que la lectura en voz alta (junto a la resolución de ejercicios aritméticos sencillos) provocaba en personas de edad avanzada.
lunes, 6 de noviembre de 2017
Próxima reunión 7 de Noviembre de 2017 a las 6 en punto
El lector del tren de las 6.27
Jean-Paul Didierlaurent
Guibrando Viñol no es ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Su trabajo consiste en destruir lo que más ama: es el encargado de supervisar la Cosa, la abominable máquina que tritura los libros que ya nadie quiere leer. Al final de la jornada, Guibrando saca de la entrañas del monstruo las pocas páginas que han sobrevivido a la carnicería. Cada mañana, en el tren de las 6.27, se dedica a leerlas en voz alta para deleite de los pasajeros habituales. Un día descubre por casualidad una pieza de literatura atípica que le cambiará la vida.
La amistad une a un grupo de personajes aparentemente anodinos, probables compañeros invisibles de nuestros viajes cotidianos en tren, que esconden mundos extraordinarios donde todo es posible: un vigilante de seguridad que habla en verso, una princesa cuyo palacio es un aseo público, un mutilado que busca sus piernas. En una mezcla insólita de humor negro y dulzura, celebramos con ellos el triunfo de los incomprendidos.
Fuente: Lecturalia
jueves, 2 de noviembre de 2017
Guibrando Viñol
Gente no tan corriente
En El lector del tren de las 6.27, Jean-Paul Didierlaurent cuenta la historia de Guibrando Viñol, operario de la STRN (Sociedad de Tratamiento y Reciclaje Natural) encargado de manejar la trituradora de libros Zerstor 500, más conocida como La Cosa. Cada mañana, durante el trayecto hacia su trabajo en el RER (Réseau Express Régional, el equivalente francés de nuestro tren de cercanías), Guibrando deleita al resto de pasajeros con la lectura de recetas de cocina, extractos del último Goncourt, párrafos de novela negra, páginas que se han salvado de las fauces de La Cosa en cada turno.
Este es el punto de partida de una historia en la que Didierlaurent va incorporando tramas y personajes como Felix Kowalski, el jefe indeseable; Brunner, quien maneja la Zerstor junto a Guibrando y desea por encima de todas las cosas que algún día le permitan poner en marcha la máquina; Yvon Grimbert, dueño y señor de la garita de seguridad que habla en alejandrinos; Giuseppe Carminetti, un mutilado que busca sus piernas; Rouget de Lisle, un pez rojo al que Guibrando cuenta cada día sus cuitas; las hermanas Delacôte, Josette y Monique, seguidoras de las lecturas mañaneras de Guibrando en el RER y que llevan a nuestro protagonista a conocer un lugar muy especial: Las Glicinas y Julie, una princesa cuyo palacio es un aseo público, ausente y presente en los pensamientos de Guibrando tras un casual hallazgo en el RER.
Didierlaurent dice haber querido conceder un poco de visibilidad a quienes considera invisibles hoy en la sociedad. “Mi idea era tomar a este hombre ordinario y convertirlo en un ser extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa pepita de oro que todos llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también son capaces de decir y hacer cosas interesantes”, sostiene el autor.
El escritor francés envuelve temas profundos, como la insatisfacción vital y la alienación laboral, en una trama que en principio puede parecer incluso banal, pero solo hay que rascar un poco para descubrir su verdadero significado. Una historia agradable de leer, utilizando un lenguaje sencillo y fluido.
La crítica francesa ha comparado su libro con Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, pero para Didierlaurent la diferencia radica en que "no es un manifiesto contra la destrucción de los libros", sino que la máquina trituradora es solo un pretexto.
Además, en la novela de Bradbury, los libros "se destruyen y ya está", mientras que en su libro . Si en Fahrenheit 451 los libros eran quemados por razones políticas, en su novela lo son "por motivos económicos”, argumenta Didierlaurent.
"Lo que quería era demostrar que en la monotonía de los días también hay fuentes de felicidad" que "hay que saber buscar con una actitud positiva", reflexiona el autor.
Cuando se le pregunta si su obra es un homenaje a los libros, al escritor le gusta matizar que lo que buscaba era el poder rendir su personal tributo "a las palabras que son un material fantástico". Por eso añadió que las palabras, tanto escritas como habladas, son "los cimientos de los libros".
El éxito del libro provocó una proliferación de la lectura en voz alta espontánea en Francia, según el autor, además de la pugna de las editoriales de todo el mundo por publicarlo y de la rápida adquisición de derechos cinematográficos por la productora francesa Mandarin Cinéma.
Una curiosa historia, un cuento moderno que es a la vez un homenaje a la literatura y al acto de leer.
Fuentes: eldiario.es / El País (2015)
En El lector del tren de las 6.27, Jean-Paul Didierlaurent cuenta la historia de Guibrando Viñol, operario de la STRN (Sociedad de Tratamiento y Reciclaje Natural) encargado de manejar la trituradora de libros Zerstor 500, más conocida como La Cosa. Cada mañana, durante el trayecto hacia su trabajo en el RER (Réseau Express Régional, el equivalente francés de nuestro tren de cercanías), Guibrando deleita al resto de pasajeros con la lectura de recetas de cocina, extractos del último Goncourt, párrafos de novela negra, páginas que se han salvado de las fauces de La Cosa en cada turno.
Este es el punto de partida de una historia en la que Didierlaurent va incorporando tramas y personajes como Felix Kowalski, el jefe indeseable; Brunner, quien maneja la Zerstor junto a Guibrando y desea por encima de todas las cosas que algún día le permitan poner en marcha la máquina; Yvon Grimbert, dueño y señor de la garita de seguridad que habla en alejandrinos; Giuseppe Carminetti, un mutilado que busca sus piernas; Rouget de Lisle, un pez rojo al que Guibrando cuenta cada día sus cuitas; las hermanas Delacôte, Josette y Monique, seguidoras de las lecturas mañaneras de Guibrando en el RER y que llevan a nuestro protagonista a conocer un lugar muy especial: Las Glicinas y Julie, una princesa cuyo palacio es un aseo público, ausente y presente en los pensamientos de Guibrando tras un casual hallazgo en el RER.
Didierlaurent dice haber querido conceder un poco de visibilidad a quienes considera invisibles hoy en la sociedad. “Mi idea era tomar a este hombre ordinario y convertirlo en un ser extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa pepita de oro que todos llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también son capaces de decir y hacer cosas interesantes”, sostiene el autor.
El escritor francés envuelve temas profundos, como la insatisfacción vital y la alienación laboral, en una trama que en principio puede parecer incluso banal, pero solo hay que rascar un poco para descubrir su verdadero significado. Una historia agradable de leer, utilizando un lenguaje sencillo y fluido.
La crítica francesa ha comparado su libro con Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, pero para Didierlaurent la diferencia radica en que "no es un manifiesto contra la destrucción de los libros", sino que la máquina trituradora es solo un pretexto.
Además, en la novela de Bradbury, los libros "se destruyen y ya está", mientras que en su libro . Si en Fahrenheit 451 los libros eran quemados por razones políticas, en su novela lo son "por motivos económicos”, argumenta Didierlaurent.
"Lo que quería era demostrar que en la monotonía de los días también hay fuentes de felicidad" que "hay que saber buscar con una actitud positiva", reflexiona el autor.
Cuando se le pregunta si su obra es un homenaje a los libros, al escritor le gusta matizar que lo que buscaba era el poder rendir su personal tributo "a las palabras que son un material fantástico". Por eso añadió que las palabras, tanto escritas como habladas, son "los cimientos de los libros".
El éxito del libro provocó una proliferación de la lectura en voz alta espontánea en Francia, según el autor, además de la pugna de las editoriales de todo el mundo por publicarlo y de la rápida adquisición de derechos cinematográficos por la productora francesa Mandarin Cinéma.
Una curiosa historia, un cuento moderno que es a la vez un homenaje a la literatura y al acto de leer.
Fuentes: eldiario.es / El País (2015)
Jean-Paul Didierlaurent
El hombre de los cuatro nombres
En 1997, Jean-Paul Didierlaurent (La Bresse, 1962) descubre la existencia de concursos de novelas cortas, lo que le da la idea de lanzarse en sus primeras producciones literarias. Entre éstas, Bruma (Au Diable Vauvert, 2010) le permite ganar el Premio internacional Hemingway, que premia novelas relacionadas con el mundo taurino, en este caso, en torno a la Feria de Nîmes. Didierlaurent vuelve a ganar el mismo premio en 2012 con la novela corta Mosquito, publicada en la misma editorial.
Funcionario de la compañía estatal de telefonía y viviendo una existencia apacible en los Vosgos, cadena montañosa en la Lorena francesa, su vida cambia en 2014 cuando nace su primera novela El lector del tren de las 6.27.
Jean-Paul Didierlaurent reivindica el poder de las palabras para hacer que emerja la mejor versión de las personas más anodinas, una suerte de fábula surrealista aderezada con ternura y humor negro, éxito de ventas en Francia y que se ha traducido a 25 idiomas.
"Quería demostrar que el hábito no hace al monje, que gente que puede parecer muy ordinaria por su trabajo o su aspecto, en el fondo esconde algo extraordinario, lo que pasa es que tenemos que tomarnos tiempo para descubrirlo"
El protagonista de su historia, Guibrando Viñol, ama los libros y su trabajo consiste en destruirlos, al introducirlos en La Cosa, una máquina trituradora cuyo nombre técnico prefiere no recordar.
"¿Para cuándo la novela?", era la pregunta recurrente de los periodistas y conocidos cada vez que presentaba sus anteriores libros de relatos o novelas cortas, recuerda Didierlaurent. Pero al final dio el paso y "El lector del tren de las 6.27", concebido como 'nouvelle' (novela corta, en francés), la ha convertido en 'roman' (novela larga).
Sin embargo, él mismo se sigue considerando "nouvelliste", ya que ha escrito cada capítulo como si de una novela corta se tratara, con tal de conseguir un lenguaje "claro y simple" y rehuir el "vértigo" que le producía el salto.
Después del éxito loco e inesperado de su primera novela publica en 2015 Macadam, una colección de 11 cuentos.
Su última novela, El resto de sus vidas (2017), es una historia encantadora, una tierna road trip sobre la vida y la muerte y la autopista de peaje que las separa.
En 1997, Jean-Paul Didierlaurent (La Bresse, 1962) descubre la existencia de concursos de novelas cortas, lo que le da la idea de lanzarse en sus primeras producciones literarias. Entre éstas, Bruma (Au Diable Vauvert, 2010) le permite ganar el Premio internacional Hemingway, que premia novelas relacionadas con el mundo taurino, en este caso, en torno a la Feria de Nîmes. Didierlaurent vuelve a ganar el mismo premio en 2012 con la novela corta Mosquito, publicada en la misma editorial.
Funcionario de la compañía estatal de telefonía y viviendo una existencia apacible en los Vosgos, cadena montañosa en la Lorena francesa, su vida cambia en 2014 cuando nace su primera novela El lector del tren de las 6.27.
Jean-Paul Didierlaurent reivindica el poder de las palabras para hacer que emerja la mejor versión de las personas más anodinas, una suerte de fábula surrealista aderezada con ternura y humor negro, éxito de ventas en Francia y que se ha traducido a 25 idiomas.
"Quería demostrar que el hábito no hace al monje, que gente que puede parecer muy ordinaria por su trabajo o su aspecto, en el fondo esconde algo extraordinario, lo que pasa es que tenemos que tomarnos tiempo para descubrirlo"
El protagonista de su historia, Guibrando Viñol, ama los libros y su trabajo consiste en destruirlos, al introducirlos en La Cosa, una máquina trituradora cuyo nombre técnico prefiere no recordar.
"¿Para cuándo la novela?", era la pregunta recurrente de los periodistas y conocidos cada vez que presentaba sus anteriores libros de relatos o novelas cortas, recuerda Didierlaurent. Pero al final dio el paso y "El lector del tren de las 6.27", concebido como 'nouvelle' (novela corta, en francés), la ha convertido en 'roman' (novela larga).
Sin embargo, él mismo se sigue considerando "nouvelliste", ya que ha escrito cada capítulo como si de una novela corta se tratara, con tal de conseguir un lenguaje "claro y simple" y rehuir el "vértigo" que le producía el salto.
Después del éxito loco e inesperado de su primera novela publica en 2015 Macadam, una colección de 11 cuentos.
Su última novela, El resto de sus vidas (2017), es una historia encantadora, una tierna road trip sobre la vida y la muerte y la autopista de peaje que las separa.
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