martes, 15 de diciembre de 2020

El mar

Una marea de metáforas

"El pasado supone para mí un refugio", escribe Max Morden, el narrador de El mar (2005), novela de John Banville. "Allí voy de buena gana, me froto las manos y me sacudo el frío presente y el frío futuro".
Fotograma de la película El mar de Stephen Brown

Tras la reciente muerte de su esposa después de una larga enfermedad, el historiador de arte Max Morden se retira a escribir al pueblo costero en el que de niño veraneó junto a sus padres. Allí rememora el intenso verano en el que conoció a los Grace (los padres Carlo y Connie, sus hijos gemelos Chloe y Myles, y la asistenta Rose), por quienes se sintió inmediatamente fascinado, y en el que se inició a la vida y sus placeres, la amistad y el amor, el sexo, pero también el dolor y la muerte. Banville llega a El mar: amable, poético, incisivo, profundo, pero ¿a dónde nos quiere llevar?

Max Morden es el protagonista absoluto de la novela, un personaje que se extiende ante nosotros y nos hace participe de todo lo que ocurre. Piensa para nosotros, incluso por nosotros, es consciente de que hay un público. Nos habla de Anne, su mujer recientemente fallecida y de los Grace pero estas tramas son excusas para tratar lo que verdaderamente importa, la memoria, los recuerdos, el amor, las aspiraciones, la convivencia, las pérdidas, y el envejecimiento, todo con un lirismo impresionante.

La memoria como un viaje en el que se avanza y se retrocede, como el mar. La pérdida de las personas a las que hemos querido y aquellas que sufrimos en nuestro interior. Las aspiraciones que nos convierten en lo que somos o lo que nos hubiera gustado ser. El pasado real y el pasado recordado. Morden se toma su tiempo, se recrea en los recuerdos, en las luces, los reflejos, los olores, sin prisas, sin pausas incluso con un cierto egocentrismo incluso.

Max Morden quiere saber porque los Grace lo asedian todo este tiempo y quiere saber como un hombre viudo se enfrenta a la soledad y al dolor de la pérdida “Soy un virtuoso de la culpa”, nos dice en algún momento. La prosa de Banville es abstracta y sus páginas están llenas de imágenes clarísimas, de sonidos, de olores que funcionan ya que los sentidos forman parte del camino de la memoria. A Max Morden le gusta “el olor barroso del pelo de las mujeres cuando reclama un lavado”. De su hija nos dice que “generalmente no huele a nada”, al contrario que su mujer, “cuyo olor animal, para mí la fragancia a estofado de la vida misma, y que ni el perfume más fuerte podía disimular, fue lo primero que me atrajo de ella”

En clave casi poética a veces, irónica otras y con dosis de novela negra en su recta final, Banville nos sumerge en un universo de personajes abocados a soportar el dolor y el placer que nos ofrece la vida.

La playa, el mar azul del pintor Pierre Bonnard (1867-1947)



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