"Todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste, incluso mientras lo devoran las llamas”Hant’a lleva treinta y cinco años en un sótano prensando, aproximadamente, unas dos toneladas de papel por mes, le hacen falta cinco años para jubilarse y planea hacerlo junto a su máquina; está ahorrando para comprarla y así ponerla en el jardín de su casa y hacer sus propias obras de arte.
Se
define como “un tierno carnicero, alguien culto, a pesar de sí mismo”.
Toma varias cervezas durante el día y sonríe porque puede llevarse a su
casa una maleta llena de libros que le explicarán algo que desconoce de
su propia vida. Hant’a es el protagonista de “Una soledad
demasiado ruidosa” (1977), del checo Bohumil Hrabal, novela basada en sus propias experiencias laborales
Una vez tiraron en el sótano de Hant’a varios kilos de reproducciones de maestros célebres, como Rembrandt, Manet, Klimt, Cézanne y otros pintores europeos. Entonces decidió embellecer cada una de sus balas de papel prensado con dichas reproducciones y observarlas mientras estas eran llevadas por un montacargas hacia su destino final: el reciclaje.
“Paquetes adornados con Ronda de noche, El desayuno sobre la hierba, La casa del colgado, o el Guernica”.
Además de esto, en medio de cada bloque, pone como ofrenda un libro abierto en una página cuidadosamente elegida, por ejemplo, un Goethe, Schiller, Hölderlin o Nietzsche. "Balas como sepulcros."
Él busca la belleza y la utilidad en algo que ya ha sido descartado por los demás. Transforma algo que ya no tiene valor en algo lleno de conocimiento.
Este el amargo monólogo de un trabajador de almacén de reciclaje de papel frente a un mundo que cambia de manera inexplicable, violenta y poética.
En su casa, en las afueras de Praga, a Hant’a ya no le caben más libros, se ha llevado todos los que ha podido. Ha leído y releído todo lo que cae en su sótano destructor de papel. El único espacio libre en su apartamento es la tasa del inodoro, el vidrio de una ventana y la estufa. Aun así, se siente culpable de no poder llevarse más. Su mayor miedo es morir debajo de todos ellos.
“Sería su venganza por haberlos prensado”, piensa y recuerda a los ratoncitos que mueren, atrapados, dentro de los paquetes que él hace. Vive solo, aunque tuvo dos novias; una menos afortunada que la otra. De la que más quiso, la gitana silenciosa de la cometa, no recuerda su nombre.
Pero el sueño de Hant’a es frustrado y ahora todo el conocimiento que él encerraba, se quedará en su cerebro. El sonido de todas las voces de los libros que él prenso en sus treinta y cinco años se vuelve cada vez más ruidoso en su mente.
Para la última bala que prensó Hant’a eligió a Novalis. Puso su dedo sobre una frase que siempre le había llenado de entusiasmo: “Cada objeto amado es el centro del paraíso terrenal”, y pulsó el botón de aplastar.
Una vez tiraron en el sótano de Hant’a varios kilos de reproducciones de maestros célebres, como Rembrandt, Manet, Klimt, Cézanne y otros pintores europeos. Entonces decidió embellecer cada una de sus balas de papel prensado con dichas reproducciones y observarlas mientras estas eran llevadas por un montacargas hacia su destino final: el reciclaje.
“Paquetes adornados con Ronda de noche, El desayuno sobre la hierba, La casa del colgado, o el Guernica”.
Además de esto, en medio de cada bloque, pone como ofrenda un libro abierto en una página cuidadosamente elegida, por ejemplo, un Goethe, Schiller, Hölderlin o Nietzsche. "Balas como sepulcros."
Él busca la belleza y la utilidad en algo que ya ha sido descartado por los demás. Transforma algo que ya no tiene valor en algo lleno de conocimiento.
Este el amargo monólogo de un trabajador de almacén de reciclaje de papel frente a un mundo que cambia de manera inexplicable, violenta y poética.
En su casa, en las afueras de Praga, a Hant’a ya no le caben más libros, se ha llevado todos los que ha podido. Ha leído y releído todo lo que cae en su sótano destructor de papel. El único espacio libre en su apartamento es la tasa del inodoro, el vidrio de una ventana y la estufa. Aun así, se siente culpable de no poder llevarse más. Su mayor miedo es morir debajo de todos ellos.
“Sería su venganza por haberlos prensado”, piensa y recuerda a los ratoncitos que mueren, atrapados, dentro de los paquetes que él hace. Vive solo, aunque tuvo dos novias; una menos afortunada que la otra. De la que más quiso, la gitana silenciosa de la cometa, no recuerda su nombre.
Pero el sueño de Hant’a es frustrado y ahora todo el conocimiento que él encerraba, se quedará en su cerebro. El sonido de todas las voces de los libros que él prenso en sus treinta y cinco años se vuelve cada vez más ruidoso en su mente.
Para la última bala que prensó Hant’a eligió a Novalis. Puso su dedo sobre una frase que siempre le había llenado de entusiasmo: “Cada objeto amado es el centro del paraíso terrenal”, y pulsó el botón de aplastar.
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