El debut de Marlowe
El sueño eterno (1939) puede parecer a simple vista una obra corta, pero su trama es tan compleja que se hace necesario leerla lentamente. Las escenas se recrean en los ambientes más turbios: oficinas de gánsteres, clubes nocturnos, librerías pornográficas. Y la acción va deslizándose entre asesinatos, chantajes y desapariciones. Pese a todo, debajo de todo ese cinismo, pueden rescatarse una serie de valores ocultos. La lealtad, el respeto por uno mismo, la capacidad de sacrificio e incluso la preferencia por la propia muerte antes que vender a un ser querido.
Seguramente estemos ante la novela fundacional del género negro. La única forma de afrontar esta historia es renunciar a entender o resolver su trama. Y esta historia arranca con una situación sencilla. El investigador privado Philip Marlowe visita la mansión del viejo general Sternwood, paralítico y extremadamente rico, ha recibido una nota de chantaje que concierne a su hija menor, la intensa Carmen. El general Sternwood contrata a Marlowe para que le libre de Geiger, un chantajista que pretende extorsionarle a cuenta de las deudas de juego de su hija Carmen. Pero a Vivien, la hija mayor del general, lo que en verdad le preocupa es averiguar por qué le interesa al detective su exmarido, Rusty Regan, que se ha fugado con la esposa de un hampón local. Pero a partir de aquí… la trama de El sueño eterno se abre y se abre incorporando a más y más personajes. Recorriendo la ciudad desde su despacho en Hollywood Boulevard hasta las mansiones de los barrios residenciales, Marlowe deberá adentrarse en un laberinto de perversidad cada vez más oscuro.
Que una novela alcance la gloria solo se explica por unos personajes vivos, unos diálogos chispeantes y unas descripciones de personajes de lo más ingeniosas. Chandler ofrece una lección magistral de la conversación y el manejo de personajes, de lo que Philip Marlowe es el gran emblema. Ante toda una orgía de individuos procedentes de familias acaudaladas, bajos fondos, policía y crimen organizado, Marlowe siempre tiene la respuesta más ingeniosa y la capacidad para descolocar a su acompañante.
La construcción del personaje Philip Marlowe responde a una mezcla reconocible, aunque a veces arbitraria, de dureza, compasión y agilidad mental. “Si no fuera duro, no podría vivir; si no fuera comprensivo, no merecería la pena vivir”. El carácter referencial de Marlowe para una generación que vivía sumergida en la Guerra Fría, en las decepciones del socialismo real, en la cruda realidad de Estados Unidos como un imperio agobiado por compromisos que no sabía mantener, se explica por la identificación con un personaje que tiene el impulso de buscar la verdad, que sabe que es difícil encontrarla, que entiende que la verdad no es unívoca y que, casi con seguridad, descubrirá que es decepcionante.
Marlowe llegaría a la gran pantalla en 1946 con la cara de Humphrey Bogart. Bajo la dirección de Howard Hawks y guion de William Faulkner, el rodaje de esta historia estuvo lleno de una atmosfera creada por la química entre Bogart y Lauren Bacall, a la que había conocido en Tener y no tener y ya estaban casados. Todo esto ayudó a sentar las bases de un género en el imaginario colectivo.
En su libro El simple arte de matar, Chandler explica que Dashiell Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo llevó al callejón. Hammett eliminó los irreales juegos deductivos y se centró en la vida delictiva callejera. Chandler siguió su camino pero introdujo más lirismo en su prosa. Si sus detectives explican sus estilos: Sam Spade es seco y duro, Marlowe es irónico y cínico. Pero como ya nos enseñó Bogart, no hay que elegir, hay que disfrutar de los dos.
Las secuelas
La serie iniciada con El sueño eterno en 1939 se cierra con Playback en 1958. Siete novelas que, con sus fallos, crean un código, una forma de ver la novela negra y la vida. Su historia a partir de ahí empieza mal porque los herederos encargan tres décadas después a Robert B. Parker que siga con la trama que dejó a medias Chandler antes de morir en 1959. Pero el creador del detective Spenser no acierta ni en Poodle Springs (1989) ni en Perchance to Dream (1991) ya con material propio. El asunto se queda en barbecho hasta que los herederos vuelven a la carga y esta vez eligen mejor: John Banville, alias Benjamin Black, es el encargado de devolver a Marlowe a la vida en La rubia de ojos negros (Alfaguara, 2014) en la que sí da con el tono y con una trama mejor armada que las originales.
El escritor inglés Lawrence Osborne maneja con acierto los resortes de la saga de Philip Marlowe en Solo para soñar (Navona Ficciones, 2020), una nueva continuación del personaje creado por Raymond Chandler con un tono sobrio y toques nostálgicos de fin de fiesta con un anciano Marlowe. Buen conocedor de la obra de Chandler, Osborne, educado en letras clásicas, viajero impenitente, rellena huecos de la biografía del personaje, se inventa casos, proyecta en retrospectiva la vida de nuestro héroe más allá de las novelas de su creador. Sin embargo, los diálogos no tienen la frescura del original, ni tampoco el sarcasmo ni la ironía con que el escritor estadounidense dotó a su detective.
Reinterpretar personajes clásicos es una misión de riesgo. Se haga bien o no, siempre va a haber aficionados irredentos que no quieran que sus personajes vayan más allá de lo escrito por el autor original.
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