"- Lo bueno de los libros - farfulló Marcelo - es que nos cuentan historias creíbles en este batiburrillo que no hay quien entienda. Eso es lo bueno de los libros: que ponen un poco de orden. Pero lo mejor que tienen es que nos regalan recuerdos..."
El libro de Pedro Zarraluki (Destino, 2008) ha conseguido llenarnos de buenos recuerdos y, sin duda, es ideal para disfrutarlo en verano. Una novela interesante, bien escrita. Un retrato de esos pequeños lugares donde el tiempo parece transcurrir con un ritmo lento y nada parece relevante. Y sobre ese fondo tranquilo, unos cuantos personajes bien perfilados llegados de fuera comprueban cómo sus vidas van sufriendo una rápida evolución. Casi todos ellos son seres que parecen buscar el aislamiento, la soledad, como remedio contra la vida agitada.
"Las guerras tienen una cosa buena, sólo una: nos enseñan con crueldad lo que estamos a punto de perder. La vida misma se muestra como lo que es, un tesoro frágil. En la guerra la vida es sagrada. Y sin embargo ahora, en estos tiempos miserables, la protegemos con cicatería, como el dinero cuando lo metemos en el banco. Ya no sabemos lo complicado, lo difícil, lo maravilloso que es sobrevivir. Eso sólo se sabe cuando se ha vivido una guerra o cuando uno se ha hecho tan viejo que vuelve a necesitar arriesgarse. No quiero una guerra, Dios me libre, pero sí emociones."Con estas palabras resume Tomás, uno de los protagonistas de la historia, a su hijo Ricardo, lo que siente en un momento de su vida en que, harto de la rutina y de las costumbres, decide romper con todo y desaparecer en un pequeño pueblo de la costa gerundense.
Tomás es un arquitecto retirado que un día decide huir de su casa y desaparecer, provocando una gran inquietud en su exmujer y su hijo Ricardo. Este se marcha a buscarlo y afortunadamente lo encuentra en un pueblecito no muy lejos de Barcelona, donde parece ser que Tomás está a punto de iniciar una nueva vida. Las circunstancias personales de Ricardo influyen en la decisión de quedarse en el pueblo con su padre, al principio para asegurarse de que está bien, aunque más tarde descubrirá otras razones para no volver a lo que quedaba de su antigua vida.
Padre e hijo redescubren poco a poco su relación, en un ambiente completamente diferente al ajetreo de la gran ciudad, y rodeados por una serie de personajes que les enseñarán mucho sobre la vida y sobre ellos mismos.
Lola, antigua anarquista arisca, dueña de la pensión donde ambos se alojan, que con el tiempo irá haciéndose mucho más sociable.; la bella mecenas italiana Barbara Baldosa, una mujer adulta, soberbia, elegante a la que su riqueza no le ha proporcionado la inesperada armonía que encuentra al conocer a Ramiro; la joven María, la taxista "oficial" del pueblo, con dudas ante un matrimonio inminente y con el don de "mirar a su alrededor y estar a gusto en ninguna parte"; la pareja formada por Marcelo, un hombre fascinado por la literatura que se jacta de gozar de la amistad de Marcel Proust, de Dafoe, Fitzgerald… y su esposa Paquita, siempre dispuesta a bromear a pesar de su ceguera ("... Soy como Ana Karenina. He durado demasiadas páginas y alguien, ahí arriba, se está cansando de mí") No falta la mirada piadosa hacia los desfavorecidos, como la rusa Daryna, que logra librarse de su silla plegable de camping que está en la carretera.
También es un personaje curioso el de la madre de Ricardo, Cristina, empeñada en seguir manejando los hilos de un matrimonio que, aunque roto en el pasado, sigue en realidad muy vivo, y quizás la única que, conociendo de verdad a Tomás, es capaz de amarlo sin reservas, sin pedirle nada a cambio.
A medida que Tomás y Ricardo se reencuentran, el lector va conociendo la vida pasada de ambos, y las circunstancias que les han llevado a ambos a ser como son.
Así se reordenan las vidas de todos y se deja abierta la incertidumbre acerca del futuro de María, que tal vez requiera también algún día un cambio radical, ya que el autor nos dice quePadre e hijo redescubren poco a poco su relación, en un ambiente completamente diferente al ajetreo de la gran ciudad, y rodeados por una serie de personajes que les enseñarán mucho sobre la vida y sobre ellos mismos.
Camallera, pueblo gerundés, inspiración del autor para la novela |
También es un personaje curioso el de la madre de Ricardo, Cristina, empeñada en seguir manejando los hilos de un matrimonio que, aunque roto en el pasado, sigue en realidad muy vivo, y quizás la única que, conociendo de verdad a Tomás, es capaz de amarlo sin reservas, sin pedirle nada a cambio.
A medida que Tomás y Ricardo se reencuentran, el lector va conociendo la vida pasada de ambos, y las circunstancias que les han llevado a ambos a ser como son.
el cambio es posible, en cualquier momento de nuestras vidas. Sólo tenemos que iniciarlo, atrevernos a dar el paso. Y no se trata de huir físicamente de nuestro entorno, sino de dejar atrás lo que no nos gusta, encontrar el lugar en el que nos corresponde estar, en definitiva, buscar todo eso que tanto nos gusta.
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