miércoles, 2 de septiembre de 2015

La Templanza

Solo las grandes historias, 
despiertan grandes emociones.

     
   Nada hacía suponer a Mauro Larrea que la fortuna que levantó tras años de tesón y arrojo se le derrumbaría con un estrepitoso revés. Ahogado por las deudas y la incertidumbre, apuesta sus últimos recursos en una temeraria jugada que abre ante él la oportunidad de resurgir. Hasta que la perturbadora Soledad Montalvo, esposa de un marchante de vinos londinense, entra en su vida envuelta en claroscuros para arrastrarle a un porvenir que jamás sospechó.
     De la joven república mexicana a la espléndida Habana colonial; de las Antillas al Jerez de la segunda mitad del XIX, cuando el comercio de sus vinos con Inglaterra convirtió la ciudad andaluza en un enclave cosmopolita y legendario. Por todos estos escenarios transita La Templanza, una novela que habla de glorias y derrotas, de minas de plata, intrigas de familia, viñas, bodegas y ciudades soberbias cuyo esplendor se desvaneció en el tiempo. Una historia de coraje ante las adversidades y de un destino alterado para siempre por la fuerza de una pasión.
   La Templanza es, efectivamente, el nombre de una viña jerezana que pasa del último heredero del extinto clan bodeguero de los Montalvo a las manos de Mauro Larrea. Pero el título tiene además una doble lectura: la templanza también es una deseable virtud cardinal de la que el protagonista anda muy escaso a lo largo de la mayor parte de la trama.
   La novela combina la agilidad narrativa con escenarios envolventes y personajes atractivos y poderosamente seductores. Habla de pasiones humanas, de intrigas de familia, de coraje ante las adversidades, de afán de superación, de complicidad, amistad y amor… "Aunque se trata una historia radicalmente distinta, creo que contiene muchos de los ingredientes que sedujeron a los lectores de mis anteriores novelas" comenta su autora, María Dueñas


Los personajes de La Templanza



Mauro Larrea
«No mantenía intacto el vigor de aquellas épocas de bronco laboreo y en sus sienes se habían multiplicado las hebras plateadas pero, como si su organismo quisiera rendir un tributo a los titánicos esfuerzos de entonces, el paso del tiempo no le había castigado en demasía. A sus cuarenta y siete años, a parte de un buen puñado de huellas de heridas, de la notoria cicatriz de la mano izquierda y el par de dedos machacados, conservaba fibrosos los brazos y piernas, el abdomen contenido y la misma recia espalda que nunca pasaba desapercibida ante sastres, adversarios y mujeres.»
Criado por su abuelo, un mísero herrero en Otano, Navarra. Casado muy joven con Elvira, padres de dos hijos, Mariana y Nicolás. Viudo desde el parto del segundo, tras el cual decide emigrar a América. Allí empieza a trabajar como un simple minero, hasta que un accidente casi le cuesta la vida. Arranca entonces a luchar en pos de un futuro mejor. Tenaz, pragmático, luchador.

Soledad Montalvo
«A punto estaba de preguntarle y usted cómo demonios lo sabe cuando una ráfaga de repentina lucidez le paró. Claro que lo sabía, imbécil, cómo no iba a saberlo. Sol Claydon sabía que la pareja de sirvientes llegaría a su nueva residencia porque ella misma se había encargado de que así fuera: ella fue quien decidió que adecentaran el decrépito caserón de su familia para que él pudiera vivir con mediana comodidad, quien ordenó que alguien le preparara comidas calientes y le lavara la ropa, quien se aseguró de que la vieja criada armonizara con Santos Huesos.

Soledad Montalvo lo sabía todo porque, por primera vez en su vida, a aquel minero vivido, bragado, fogueado en mil batallas, se le había cruzado en el camino una mujer que, al socaire de sus propios intereses y sus propias urgencias, iba siempre tres pasos por delante de él.»
Hermosa jerezana, refinada, mundana. Nieta de un poderoso bodeguero, hija de un padre bala perdida. Casada muy joven por decisión del patriarca con un maduro marchante de vinos inglés, residente habitual en Londres, gran conocedora del negocio.
Hábil negociadora, llena de recursos, por delante siempre.

Las ciudades de La Templanza

   El México independiente de la década de 1860, con la presidencia de Benito Juárez, las continuas guerras internas entre conservadores y liberales, y las tensiones externas con Francia, Inglaterra y España.
   La próspera Cuba aún dependiente de la corona española, con sus inmensos beneficios derivados del cultivo del azúcar, la esclavitud plenamente aceptada y escasos afanes independentistas. Y dentro de ella, La Habana, tumultuosa, rica, ostentosa y desprejuiciada.
   El Jerez de los bodegueros, endogámico y bullente, con el esplendor del negocio vinatero propiciado por las cuantiosas exportaciones de vino a Gran Bretaña y por la implicación en el sector vitivinícola local de capitales extranjeros. Destacan entre ellos los comerciantes del vino británicos (wine merchants) y los «capitales de regreso» de las antiguas colonias, en manos de ricos indianos que retornan a España en busca de prósperas oportunidades de negocio tras la independencia de los países latinoamericanos. Mauro Larrea será erróneamente tomado por uno de ellos.
   Cádiz tras la pérdida de las colonias, con las consecuencias económicas que supone.
  España durante el reinado de Isabel II, en una época de cambios, atraso y revueltas. Sociedad rural empobrecida. Penosa educación. Escasa modernización en comparación con otros países europeos. Jerez en este entorno es una excepción.

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