Ignatius J. Reilly
1976. Walker Percy abre con desgana el manuscrito. Él es un prestigioso filósofo y escritor, y leer la obra de un don nadie fallecido no le apetece. Pero Thelma Toole, la enlutada madre del autor, le ha acorralado con su insistencia. Percy, con cierta desidia, comienza a pasar las páginas. Y se enamora.
Así que no le
quedó más remedio que convencer a la Universidad Estatal de Luisiana de
que debía publicarla, cosa que sucedió en 1980. Un año más tarde, la obra recibía el Pulitzer.
Resulta imposible resumir la trama picaresca y siempre sorprendente de La conjura de los necios, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos. Su figura central es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius J. Reilly, un ser inadaptado que vive a los 30 años con su madre viuda y que sueña con que el modo de vida medieval, así como su moral,
reinen de nuevo en la sociedad. Para ello, y con la intención de ser
escuchado en un mundo en el que es, en realidad, un incomprendido,
rellena de su puño y letra cientos de cuadernos en los que plasma su
particular visión y así crear su ambiciosa obra maestra. Lo
que comienza con un personaje absurdo, ridículo en todos los aspectos,
en su vestimenta, su aspecto físico, sus pensamientos, sus relaciones,
su edad, su trayectoria, su familia, todo un gran y ridículo esperpento,
va cogiendo forma página a página.
A
partir de un accidente de coche causado por la conducción de su madre
ebria, la extraña pareja asume una deuda monetaria que la ridícula
pensión de la viuda no puede soportar y obliga a Ignatius a salir al
mundo real a buscar trabajo creando situaciones disparatadas.
Darlene, la stripteaseuse de la cacatúa; Burma Jones, el quisquilloso portero negro del cabaret Noche de Alegría, regentado por la rapaz Lana Lee, quien completa sus ingresos como modelo de fotos porno; el patrullero Mancuso, el policía más incompetente de la ciudad; Myrna Minkoff, la estudiante contestataria, amiga de Ignatius; Dorian Greene, un líder de la comunidad gay; la desternillante octogenaria Miss Trixie, siempre enfurecida porque no le dan la jubilación; personajes que se revelan en la novela como un
hallazgo asombroso y que en ningún momento intuyen uno solo de los disparates que van a
ocurrir.
1980. Scott Kramer abre con desgana el libro. Él es un joven ejecutivo en la 20th Century Fox, y leer la obra de un don nadie muerto no le apetece. Pero la editorial de la Universidad de Louisiana, un ente sin presencia en Hollywood, le ha enviado la novela porque él es su único contacto en la meca del cine. Con cierta desidia, comenzó a pasar las páginas. Y se enamoró.
Desde entonces, Kramer ha vivido una odisea tratando de llevar La conjura de los necios a la gran pantalla. Muchos ejecutivos opinan que se trata de una obra difícil de adaptar.
En estas tres décadas, el proyecto ha estado lastrado por la incomprensión. Y por la desgracia. Todos los intentos serios de crear un filme han tropezado con funestos acontecimientos. John Belushi fue el primer actor elegido para encarnar a Ignatius. Falleció por sobredosis un día antes de su reunión con directivos de la productora.
Otros intérpretes que se barajaron para el papel fueron John Candy y Chris Farley. Muertos. El último nombre en saltar a la palestra fue el de Will Ferrell, que encabezaría un reparto en el que figurarían además Drew Barrymore, Mos Def y Olympia Dukakis. Kramer y Steven Soderbergh habían escrito un guión meticulosamente fiel a la novela. Incluso se rodaría el filme en Nueva Orleans. Y entonces llegó el Katrina. La empresa continúa actualmente en punto muerto. "Es la película que todo el mundo en Hollywood desea rodar pero nadie quiere financiar", comentó Ferrell en 2007.
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