lunes, 25 de noviembre de 2013

A sangre fría

Sangre, sudor y lágrimas   
   
   Cuando ese genio llamado Truman Capote terminó A sangre fría, su novela cumbre, no dudó en afirmar con la vanidad que le caracterizaba que acababa de inventar una nueva forma de literatura. El caso es que el escritor estadounidense estaba en lo cierto. Al menos ese libro publicado en 1966 cambió el concepto que hasta ese momento se tenía de lo que debía ser un libro de no-ficción o periodístico. Capote escribió un libro impresionante sobre un terrible suceso que conmocionó a la América, sobre todo, profunda. Pero lo hizo sumergiendo al lector de lleno tanto en el lugar de los hechos como en el perfil psicológico de los implicados. A sangre fría es una obra imprescindible a la que la polémica ha perseguido hasta nuestros días.
   Los trágicos hechos tuvieron lugar en Holcomb, un tranquilo pueblo de Kansas, el 15 de noviembre de 1959, cuando el matrimonio
Herbert y Bonnie Clutter y dos de sus hijos, Kenyon y Nancy fueron hallados asesinados de manera violenta. 
   Los crímenes eran, aparentemente, inmotivados, y no se encontraron claves que permitieran identificar a los asesinos. Cinco años después, Dick Hickcock y Perry Smith fueron ahorcados como culpables de las muertes.   


   Capote sigue paso a paso la vida del pequeño pueblecito, esboza retratos de los que serían víctimas de una muerte tan espantosa como insospechada, acompaña a la policía en las pesquisas que condujeron al descubrimiento y detención de Hickcock y Smith y, sobre todo, se concentra en los dos criminales psicópatas hasta construir dos personajes perfectamente perfilados, a los que el lector llegará a conocer íntimamente.
   Truman Capote leyó el caso e inmediatamente decidió indagar sobre lo sucedido animado por su gran amiga la escritora Harper Lee, siendo ayudado por ella durante toda la investigación, y se traslado en persona a aquella localidad en la que, pese a lo que cabría esperar ante alguien tan extravagante para la época y el lugar, fue acogido de manera excelente. Para realizar la investigación, tuvo poco apoyo de la policía, buscó por su cuenta y halló. Obtuvo una gran cantidad de información cuando compró las transcripciones de las grabaciones de todo el proceso judicial, pues si se tiene eso, se tiene toda la historia. 
   Dicen que jamás pudo recuperarse tras el desgaste emocional que supuso la investigación y escritura de A sangre fría, el largo tiempo que pasó en Kansas redundó pronto en un tenso conflicto con su amante, el escritor Jack Dunphy y cayó en una profunda depresión por el subsiguiente periodo de espera durante el que Smith y Hickock apelaron ante la Corte Suprema repetidamente y hasta el final contra sus respectivas sentencias de muerte, sólo para que se revocaran definitivamente. Aquellos hombres fueron ahorcados, y tras seis años de dura labor, por fin se ultimó el libro.

   También hay quien afirma que el escritor fingió la amistad con Perry Smith, que rayaba la obsesión, para obtener entrevistas exclusivas, que pisó Holcomb el tiempo justo posible y que sobornó con suculentos contratos en Hollywood a la esposa de Alvin Dewey, el agente encargado del caso al que también prometió dejar en el privilegiado papel de héroe en la novela si le proporcionaba información confidencial. Se acusa a Capote de inventar ciertos pasajes de la historia, algo que él mismo no dudó en confesar que hizo con el fin de realzar aún más la parte literaria.Tras la publicación del libro, muchos de sus colegas del elitista círculo literario en el que se movía pusieron en tela de juicio sus motivos así como la manera en que llevó sus pesquisas y entrevistas, y se centraron innecesariamente en la moral y los métodos.
   Hace casi un año los cuerpos de dos hombres ejecutados por los asesinatos fueron exhumados en el marco de una investigación por un cuadruple homicidio ese mismo año en Florida. Los detectives de Florida quieren comprobar si el ADN de Richard Hickok y Perry Smith se corresponde con alguna prueba en el asesinato de Cliff y Christine Walker y su familia en Osprey, Florida, en 1959.
    Resulta llamativo que conociendo el resultado final y hasta ciertos detalles de la historia real, la narración no pierda interés e incluso la intriga. Además del estilo narrativo fácil y sin adornos superfluos, refleja perfectamente la brecha entre dos Norteaméricas: el país seguro y protegido que los Clutter conocían y el país amoral y desarraigado en el que vivían los asesinos.

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