El film del cineasta norteamericano Wes Anderson, El Gran Hotel Budapest, estrenado en 2014, intenta capturar la atmósfera y el estilo de las novelas de Stefan Zweig.
Es una comedia que se desarrolla en un lujoso hotel de una república ficticia de Europa del Este, en la década de los años 30 del siglo pasado.
Wes Anderson comenta que lo primero que leyó de Zweig fue La impaciencia del corazón y que le encantó su estructura, que el escritor utiliza habitualmente en sus libros, y que el propio director ha adaptado en su película. Posteriormente leyó su autobiografía, El mundo de ayer y le sorprendió la minuciosidad con que retrataba la cultura europea de su época.
Y es que una de las cosas más interesantes de El Gran Hotel Budapest, puede que la que más, es la traslación en imágenes, tanto en su fondo como sobre todo en su forma, del mundo literario del autor austríaco.
El film no se basa directamente en una novela o relato concreto de Zweig, aunque en los títulos de crédito se citen varias de sus obras como fuente de inspiración. Lo que Wes Anderson hace es generar una cierta atmósfera que puede resultar familiar a los lectores del escritor vienés, así como estructurar la historia de la película de una forma similar a como solía hacerlo el autor en sus trabajos.
De esta manera vemos como el narrador de los hechos, un alter ego de Zweig, encarnado en sus años de juventud por el actor británico Jude Law y ya mayor por Tom Wilkinson, tropieza casi por azar con ciertos acontecimientos que, en tanto que escritor, tiene la necesidad de contarnos. Tal y como sucede en las obras de Zweig, la narración de dichos acontecimientos supone tanto un motivo para la auto reflexión del propio personaje-autor como, por extensión, una invitación a que el lector o el espectador realice consideraciones sobre sí mismo a partir de aquello de lo que va a ser testimonio.
También, como ocurría en el caso de las historias de Zweig, hay en El Gran Hotel Budapest una cierta visión de la Europa de entreguerras, recreada, necesariamente, a partir de los recuerdos de los personajes, con una imaginería que oscila entre lo ensoñador y lo hiperrealista. Así, se nos muestra una época donde la utopía de una Europa unida se hundía frente a la barbarie de los totalitarismos cuya devastadora influencia bien conocemos y que llevaron al mismo Zweig, que era judío, primero al exilio a Brasil huyendo de la persecución nazi y, finalmente, a suicidarse junto a su mujer cuando la Segunda Guerra Mundial se encontraba en su máximo apogeo.
Con todo, Wes Anderson otorga su propia y fuerte personalidad a la película, en parte mediante la ya mencionada creatividad de su puesta en escena y también añadiendo mucho de su humor característico, que funciona sobre todo gracias al excelente trabajo de los actores, con un fantástico Ralph Fiennes al frente.
Aunque lo que definitivamente hermana a ambos creadores (escritor y cineasta) es una cierta visión nostálgica no tanto sobre lo que aconteció en el pasado de los personajes, si no sobre todo aquello que, por los motivos que fuesen, no pudo realizarse o ocurrir con toda la plenitud que hubiesen deseado éstos, de la misma manera que pasa tantas veces en la vida real, y como, en muchos sentidos, experimentó de la forma más cruel el propio Stefan Zweig.
Fuentes:
Cultura y algo más
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