viernes, 30 de mayo de 2025

Teru Miyamoto y su Kinshu

Nacido en 1947 en Kobe, Teru Miyamoto trabajó como redactor publicitario antes de dedicarse por completo a la escritura en 1970. Se graduó en la facultad de letras de la Universidad Otemon Gakuin. Desde los 20 años vive atormentado por su delicado estado de salud y un trastorno de pánico causado por su vida laboral, así que toma la decisión de hacerse escritor en los años 70, gracias a su experiencia con la lectura, ganando rápidamente un gran reconocimiento.

Con novelas sensibles y profundamente humanas, que abordan temas como la familia, la pérdida, la redención y la búsqueda de sentido en la vida cotidiana, el estilo de Miyamoto se caracteriza por una prosa lírica y una fuerte conexión emocional con los personajes.

En 1977 logra el premio Dazai Osamu con El rio de barro, un retrato de la pobreza en la posguerra japonesa desde la mirada de un niño. La obra fue muy elogiada y fue adaptada al cine en 1981 por el director Kohei Oguri. A continuación el premio Ryunosuke Akutagawa con El río de las luciérnagas (1978). Posteriormente consigue el premio Eili Yoshikawa con Oración (1987) .

Además de Kinshu. Tapiz de otoño (1982) que se reeditó en España en 2012 (Editorial Alfabia), Premio de Literatura de la Academia Japonesa, del mismo autor se han publicado además en nuestro país Gente de la calle de los sueños, en 2012, Los sueños de la primavera (2022) y Lo que nos gustaba (2025).

Miyamoto se distingue por su retrato delicado de las emociones humanas, su enfoque en las relaciones familiares y los lazos rotos, el tono melancólico, introspectivo y a menudo esperanzador de su relato y una profunda conexión con la naturaleza y el entorno japonés.

Aunque no tan ampliamente traducido como Haruki Murakami o Yukio Mishima, algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán y español. Su literatura ha sido muy valorada por su autenticidad emocional y su retrato del Japón moderno desde una óptica íntima.

Kinshu. Tapiz de otoño

Kinshu (錦繍) es una palabra japonesa poética que puede traducirse como “bordado de brocados” o “hermoso bordado”, y en un sentido más figurado, se refiere a los colores otoñales, como una metáfora visual del otoño, colores rojizos, dorados, cobrizos, extendiéndose sobre un paisaje como si fuera un fino bordado de seda.

En la novela de Teru Miyamoto, el título no es solo estético, sino que contiene el tono lírico y reflexivo, ya que simboliza la belleza y la complejidad de las emociones humanas, entrelazadas como hilos en un bordado, el otoño como metáfora del cambio, la madurez y la melancolía, una etapa de transición en la vida de los protagonistas y la posibilidad de redención o reconstrucción emocional, así como la aceptación del pasado.

¿Es posible expiar los errores del pasado? ¿Se puede limpiar el recuerdo sucio por el rencor y plantear un futuro a partir de un presente en el que el resentimiento haya dado paso a la calma y el perdón?. Ésta es la idea que subyace tras las últimas páginas de Kinshu. Tapiz de otoño (1982), de Teru Miyamoto (1947), una novela epistolar de delicado trazado en el que el escritor japonés explora los abismos del dolor y la capacidad curativa del afecto y la comprensión.

La historia abarca casi un año de intercambio epistolar entre una antigua pareja que se divorció diez años atrás debido a un dramático incidente. El detonante de esas cartas es un encuentro casual de los protagonistas, Aki y Yusuaki, durante una visita al monte Zao, un volcán cercano a la ciudad de Sendai, la «ciudad de los bosques». Tras ese momento inesperado, y conmovida por los recuerdos y el no haber sabido el uno del otro durante una década, Aki decide iniciar el envío de varias cartas en las que rememora con su ex marido su vida en común y el dolor ante el fin del matrimonio, motivado por un suceso que les cambió completamente: el adulterio de Yusuaki con un antiguo amor del instituto que, mientras dormían juntos, intentó cometer un doble suicidio con él.

Kinshu. Tapiz de otoño es una novela de singular belleza, que, construida como una relación epistolar, aborda las huellas del pasado, de los errores y del amor frustrado, evocando con melancolía y tristeza lo que los personajes fueron en un pasado y ya no pueden recuperar. Son cartas. algunas muy largas, que muestran dos personalidades en las que, pese a todo, se mantiene la honestidad, donde se intercambian no reproches, sino sentimientos como las dudas, el miedo, la esperanza o las ansias de encontrar la felicidad.

El intercambio de cartas progresa en dos direcciones: el esclarecimiento del incidente decisivo y cómo han seguido adelante unas vidas salidas de un carril que parecía su hábitat natural. Aki perdida en un matrimonio infeliz con un hijo discapacitado y Yasuaki hilvanando relaciones sentimentales vacías mientras fracasa en cada negocio que emprende.

Teru Miyamoto infunde a su texto un ritmo pausado, temperado, reflejo de la templanza de la pareja, que transmite al lector paz y armonía. Lector que se plantea temas como la culpa, el karma, la relación entre pasado, presente y futuro en la vida del individuo y un análisis de sentimientos como la compasión y el respeto.

Tapiz de otoño es una novela triste, una ironía de la vida que desplazan a las personas de las vidas que pudieron vivir. Pero también maneja emociones más sutiles como la esperanza, la redención, el perdón, el olvido, la comprensión, la perseverancia o la resignación, o según el simbolismo que maneja la novela: la madurez baraja sentimientos tan variados como los colores de las hojas en otoño. Miyamoto ha escrito una novela conmovedora.

martes, 27 de mayo de 2025

Colección de poetas: Matsuo Bashō


Matsuo Basho (Ueno, 1644 - Osaka, 1694) Poeta y prosista japonés del período Edo, célebre por sus haikus y sus libros de viajes. Dotado de una sensibilidad particular para captar la sutil belleza de lo cotidiano, Basho es el poeta japonés por excelencia. Ocupa un lugar muy destacado en la literatura japonesa no solamente por su misma obra, sino también por su personalidad ejemplar que sirvió de modelo a generaciones enteras de poetas, y también por haber convertido el haiku, género hasta entonces artificioso y convencional, en una efusión directa llena de sutileza entre el mundo natural y el alma del poeta, efusión que es revivida y sentida de nuevo por el lector.

El haiku deriva directamente del hokku, o estrofa inicial y más importante del haikai no renga, serie de versos ligados y compuestos por más de un autor. Desde el punto de vista métrico, el haiku es una composición muy breve, de solamente tres versos que suman diecisiete sílabas, dispuestos al modo del terceto francés de 5-7-5 sílabas. Basho desarrolló un estilo poético en el que confluían la soledad contemplativa y la humilde percepción de lo cotidiano. Sus poemas constan por lo general de dos elementos separados por una cuña que los articula: el primero da cuenta de una realidad o situación y el segundo incorpora una sensación repentina o una intuición fulminante. Todo ello con un lenguaje sencillo, universal, impregnado de imágenes inmediatas y simples como la luna de agosto, el salto de una rana o las moscas sobre una mesa.

¡Ah, el viejo lago!
Y cuando una rana se zambulle,
el ruido que hace el agua!

Los poemas de Basho están inspirados por el respeto y fraternal comprensión hacia todas las formas de la vida, y rebosan del más profundo amor a la creación; es por esta razón que se le puede comparar, hasta cierto punto, con San Francisco de Asís. Su soledad completa y apacible frente a la naturaleza le conduce al borde mismo de una especie de éxtasis panteísta cuya expresión es siempre mesurada y discreta, no ofreciendo a los lectores más que algunos elementos esenciales, algunos jalones, a partir de los cuales se puede reconstruir el sentimiento experimentado. Cada palabra está plena de significación, de impresiones, y bajo cada palabra palpita un mundo de fantasías y de participación del que aquéllas dan la clave.

En cierto modo, Basho concebía la poesía como un camino vital, una forma de iluminación, una búsqueda de la elegancia espiritual. Durante sus diez últimos años de vida emprendió numerosos viajes, gracias a los cuales amplió el repertorio de temas e imágenes de su poesía y se dedicó a escribir haibun, es decir, unos singulares diarios de ruta como Recuerdos de un esqueleto expuesto a la intemperie (1684) o su obra maestra La senda del norte (Oku no hosomichi, 1694), en los que aunaba poesía y prosa. En 1649 hubo de interrumpir uno de sus viajes por enfermedad; se detuvo en Osaka, donde sus discípulos le cuidaron con devoción y ternura. El poeta tuvo una dulce agonía; ya en trance de muerte compuso su último haiku. Fue enterrado en el jardín del templo de Yoshinakadera, en Osaka, y sobre su tumba plantaron un banano.

Este es probablemente su haiku más famoso gracias a la traducción que hizo de él Octavio Paz:
この道や
行く人なしに
秋の暮れ
Kono michi ya
yuku hito nashi ni
aki no kure
Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo
(trad. Octavio Paz)
HAIKUS

  • Al sentirme enfermo durante el viaje
    soñé que vagaba
    sobre un campo de hierba seca.

  • La primera nieve Las hojas de los narcisos apenas se inclinan

  • Una rana se sumerge en el viejo estanque... el ruido del agua

  • Vestido de escarcha cubierto de viento un niño abandonado

POEMAS

Las sendas de Oku

No hablaron una palabra
el anfitrión y el huésped,
y el blanco crisantemo.

Ah, este camino
que nadie recorre
excepto el crepúsculo.

El camino de la muerte
a pesar del sol de otoño,
¿quién querría emprenderlo?

Primavera

Ved bajo la lluvia de primavera
la entrevista de ese abrigo
y ese paraguas.

El escenario de la primavera
¡Está casi preparado:
la luna y las flores del ciruelo.

Se oscurece el mar:
gritos de gaviotas
apenas blancos.


Verano

Preso en la cascada
un instante:
ya comienza el verano.

¡Ay, perlas de verano!
Eso es todo lo que queda
del sueño de los héroes.

Las lluvias de mayo
no te atacan ya,
templo de oro.

Otoño

Tal y como me parece
El País de los Muertos es así:
una noche de otoño.

Este otoño
qué viejo me hago:
¡Ah, las nubes, los pájaros!

Riguroso otoño;
mi vecino
¿cómo vive?

Invierno

¡Qué cortesía!
Hasta la nieve es fragante
en Minamidani.

Una helada noche de lágrimas:
el sonido del remo
golpeando la ola.

El año toca a su fin:
aún llevo
mi kasa y mis sandalias de paja.

lunes, 5 de mayo de 2025

Todo lo que era sólido

El espejo


Nada es para siempre y cualquier derecho puede desaparecer.


Antonio Muñoz Molina ha escrito ya sobre su barrio, sobre sus padres, sobre su pueblo, sobre algunos de sus amigos; ha escrito sobre la Luna, sobre Nueva York, sobre el arte, sobre lo que le concierne y también sobre lo que le resulta contingente u olvidable, pero que en algún momento le importa y le produce desánimo o alegría. Ha escrito sobre cine, muchísimo sobre literatura, ha escrito de personas y de ideas, y, sobre todo, nunca ha dejado de escribir.

Hace 12 años de la publicación de este ensayo y después han pasado muchas cosas. Desde la distancia del tiempo vemos como nos sorprende los cambios que se vivieron en esa época. Pero es que en la actualidad, después de 2013, la sensación es que todo lo que era sólido ahora es líquido.

El escritor analiza las décadas anteriores a la crisis, los años de la furia, los del exceso, los días en los que España era “el país donde más rápido uno se puede hacer millonario”. Los años del gasto y del desgaste, aunque fuéramos incapaces de apreciarlo. Hace un repaso de los años de democracia, casi desde el inicio de la misma, y separa cada átomo de nuestra sociedad para analizarla desde una perspectiva ética, económica y social.

Ética porque interpreta los años vividos desde su propio modelo moral dando así sentido a todos los hechos que relata. porque la ética puede ser relativa y cambiar con el tiempo. Sabíamos que lo que se hacía (y todavía se hace) estaba y está mal, pero nos beneficiábamos de ello y nos dejábamos mecer por un cinismo ético que nos acunaba entre contratos y beneficios más o menos confesables.

Económica porque hoy todo es economía, todo se ve afectado de un modo u otro por el beneficio y la transacción.

Social porque el libro habla de una sociedad, de toda ella, aunque se centre en grupos concretos. Y eso es lo que asusta, su descripción global de modos y formas de entender las relaciones éticas y económicas, es decir, sociales. No hay culpa individual, ni siquiera de un grupo concreto, sino que es una culpa colectiva, de la que todos participamos alegremente porque todos esperamos ese beneficio.

El libro de Muñoz Molina no es un reproche al capitalismo, pero si habla de una época de excesos y pone ejemplos que vistos ahora nos resultan vergonzantes pero que en su momento se vendía, y así lo creíamos, como ejemplo de la pujanza mundial de España. Muestra muy claramente esa separación entre los hechos y la moral, entre el hacer y la interpretación de ese hacer, y cómo podemos llegar a instalarnos en el cinismo de la conveniencia para separar interpretaciones contradictorias de lo que creemos (lo que consideramos moralmente aceptable) y de lo que hacemos (que sabemos que no se corresponde con nuestra moral).

Todo lo que era sólido (2013) nos sirve para reflexionar, no es un libro para estar de acuerdo, sino para disentir si es menester, o para estar de acuerdo si así lo creemos. Es un libro incómodo porque nos enfrenta a nosotros mismos y nos pone frente a nuestras decisiones y acciones. Y es un libro optimista porque como dice el propio Muñoz Molina “quedan cosas sólidas que proteger” y “no estamos entregados al desorden”.

Es probable que aquella España que se aprestó a vivir la fiesta de la democracia no sintió que también tenía que aprestarse a comportarse como un país maduro, cuyas instituciones, políticas, culturales, institucionales, sociales, sirvieran de baluarte contra la corrupción de las costumbres. Eso no ocurrió; y no fueron solo los políticos, también los periodistas, los jueces, fueron todos aquellos que, teniendo la obligación de prevenir, de denunciar no lo hicieron.

El valor del libro no es únicamente el de la denuncia. Es una denuncia y es una advertencia. Pero, es también la consecuencia escrita de una actitud que durante años ha mantenido Muñoz Molina ante lo que ve: esa voz suya, queda pero vigorosa, es la que siempre lo ha acompañado como espectador con un ritmo inconfundible “Escribo dejándome llevar. El propio acto de escribir desata a veces los argumentos y los recuerdos. La urgencia de comprender y de intentar explicarme a mí mismo el presente me devuelve fragmentos del pasado”.

Este ensayo nos convoca: «hace falta una serena rebelión cívica» y nos apremia: «hay cosas inaplazables». Todo lo que era sólido es un espejo en el que todos debemos mirarnos, no importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; una llamada para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito de actuación, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente, a nuestros gobernantes. Nos coloca a todos ante nuestros espejos personales de responsabilidad colectiva. Un libro de culpa, de culpa colectiva pero también de culpa personal.

sábado, 3 de mayo de 2025

Antonio Muñoz Molina

El artesano de las palabras

"Creo que el escritor continúa el oficio inmemorial de los narradores de cuentos, que daban forma mediante relatos orales a la experiencia compartida del mundo. Contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual: es un rasgo universal de la condición humana, que está en todas las sociedades y arranca en la primera edad de la vida. Quizás por eso no me atrae mucho la literatura que se vuelca sobre sí misma, que tiene al escritor y a la escritura como focos principales de atención. Cervantes y Galdós, Virginia Woolf y James Joyce, Borges y Onetti, Proust y Flaubert, entre tantos otros, me han enseñado lo mismo, de muy diversas maneras: a buscar la forma más eficaz de contar la realidad visible del mundo y la invisible de la conciencia humana. Pero también aprendo mucho de la música y de la pintura, y del cine, aunque lo frecuento menos que cuando era más joven"
Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda, Jaén en 1956 en la buhardilla que sus padres alquilaron al casarse. La llamaban “el cuarto de la viga”. Su padre trabajaba en una huerta y vendía hortalizas en el mercado de abastos. Su madre se dedicaba "a sus labores”. Aprendió a leer, escribir y hacer cuentas en una escuela de las que llamaban “de perra gorda”. "Nos sentábamos en pequeñas sillas de anea que habíamos traído de nuestras casas y escribíamos en pizarra individuales con marcos de madera, con pizarrines de tiza blanca que se partían si uno apretaba demasiado".

Le gustaban mucho los tebeos, los libros, las películas, los seriales de la radio y los programas de discos dedicados. Cerca de su casa había un cine de verano. Todas las películas le gustaban, salvo las “de llorar”, que eran melodramas mexicanos en blanco y negro. En la radio no se cansaba de oir los folletines de Guillermo Sautier Casaseca y las canciones populares que reinaron en ella hasta la irrupción de la música pop anglosajona y sus derivados: Lola Flores, Juanito Valderrama, Antonio Molina, Joselito, Marisol.

Hacia los once años empezó a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. El primer personaje que le produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Después vinieron, desordenadamente, Cervantes, Bécquer, García Lorca.

Empezó Periodismo en Madrid pero el sueño no duró casi nada. Madrid era una ciudad demasiado grande y demasiado hostil para su apocamiento pueblerino, la grandiosamente bautizada como Facultad de Ciencias de la Información resultó un fraude y su beca apenas daba para comer. A finales de curso volvió a Úbeda, y en otoño de 1974 comenzó Geografía e Historia en la Universidad de Granada. Y se quedó allí casi 20 años.

"En 1982 me había casado en Úbeda con Marilena Vico. Hijos y libros se suceden y alternan en los años siguientes: Antonio, 1983; El Robinson Urbano, 1984; Beatus Ille y Arturo, 1986; El invierno en Lisboa, 1987; Beltenebros y Elena, 1989. Mi primer matrimonio duró hasta 1991. En el otoño de ese año me dieron el premio Planeta por El jinete polaco. En enero de 1992 empecé a vivir en Madrid con Elvira Lindo y con Miguel, que tenía 6 años. Ahora me asombra el vértigo de que me sucedieran tantas cosas en tan poco tiempo. En 1993 viví por primera vez una temporada en los Estados Unidos, dando clases en la universidad de Virginia. En diciembre de 1994 Elvira y yo nos casamos en El Escorial"

Muñoz Molina es además miembro desde 1995 de la Real Academia Española, en la que ocupa el sillón “u”. Su labor periodística le lleva a obtener en 2003 el Premio González-Ruano de Periodismo y el Premio Mariano de Cavia.El 5 de junio de 2013 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras convirtiéndose en el autor más joven a lo largo de sus treinta y tres ediciones pasadas del premio.

En 2004 le nombraron director del Instituto Cervantes de Nueva York, en el que se comprometió a quedarse dos años. En el otoño de 2006, yendo y viniendo en tren por la orilla del Hudson, empezó a imaginar la novela que ha escrito, la más larga de todas, La noche de los tiempos (2009).

En estos años ha escrito unas cuantas novelas más, un largo ensayo sobre arte –“Rondas del Prado”-, una crónica de los tiempos del covid – “Volver a dónde”-, no sé cuántos artículos, siempre queriendo observar lo que sucede a su alrededor e inventar lo que poría suceder o haber sucedido. Deja Nueva York en 2017 y en 2018 empieza a pasar temporadas intermitentes en Lisboa. De ese cambio nació su novela Tus pasos en la escalera (2019)
"Dentro de unas semanas se publicará la última novela que he escrito, “No te veré morir”. La mezcla de ilusión e inseguridad es la misma de siempre. El trabajo solitario va a convertirse una vez más en exposición pública. Y de pronto me acuerdo que hace justo cuarenta años, en el verano de 1983, cuando arrancó de verdad la escritura de mi primera novela, “Beatus ille”. Parece mentira."