El espejo
Nada es para siempre y cualquier derecho puede desaparecer.
Antonio Muñoz Molina ha escrito ya sobre su barrio, sobre sus padres, sobre su pueblo, sobre algunos de sus amigos; ha escrito sobre la Luna, sobre Nueva York, sobre el arte, sobre lo que le concierne y también sobre lo que le resulta contingente u olvidable, pero que en algún momento le importa y le produce desánimo o alegría. Ha escrito sobre cine, muchísimo sobre literatura, ha escrito de personas y de ideas, y, sobre todo, nunca ha dejado de escribir.
Hace 12 años de la publicación de este ensayo y después han pasado muchas cosas. Desde la distancia del tiempo vemos como nos sorprende los cambios que se vivieron en esa época. Pero es que en la actualidad, después de 2013, la sensación es que todo lo que era sólido ahora es líquido.
El escritor analiza las décadas anteriores a la crisis, los años de la furia, los del exceso, los días en los que España era “el país donde más rápido uno se puede hacer millonario”. Los años del gasto y del desgaste, aunque fuéramos incapaces de apreciarlo. Hace un repaso de los años de democracia, casi desde el inicio de la misma, y separa cada átomo de nuestra sociedad para analizarla desde una perspectiva ética, económica y social.
Ética porque interpreta los años vividos desde su propio modelo moral dando así sentido a todos los hechos que relata. porque la ética puede ser relativa y cambiar con el tiempo. Sabíamos que lo que se hacía (y todavía se hace) estaba y está mal, pero nos beneficiábamos de ello y nos dejábamos mecer por un cinismo ético que nos acunaba entre contratos y beneficios más o menos confesables.
Económica porque hoy todo es economía, todo se ve afectado de un modo u otro por el beneficio y la transacción.
Social porque el libro habla de una sociedad, de toda ella, aunque se centre en grupos concretos. Y eso es lo que asusta, su descripción global de modos y formas de entender las relaciones éticas y económicas, es decir, sociales. No hay culpa individual, ni siquiera de un grupo concreto, sino que es una culpa colectiva, de la que todos participamos alegremente porque todos esperamos ese beneficio.
El libro de Muñoz Molina no es un reproche al capitalismo, pero si habla de una época de excesos y pone ejemplos que vistos ahora nos resultan vergonzantes pero que en su momento se vendía, y así lo creíamos, como ejemplo de la pujanza mundial de España. Muestra muy claramente esa separación entre los hechos y la moral, entre el hacer y la interpretación de ese hacer, y cómo podemos llegar a instalarnos en el cinismo de la conveniencia para separar interpretaciones contradictorias de lo que creemos (lo que consideramos moralmente aceptable) y de lo que hacemos (que sabemos que no se corresponde con nuestra moral).
Todo lo que era sólido (2013) nos sirve para reflexionar, no es un libro para estar de acuerdo, sino para disentir si es menester, o para estar de acuerdo si así lo creemos. Es un libro incómodo porque nos enfrenta a nosotros mismos y nos pone frente a nuestras decisiones y acciones. Y es un libro optimista porque como dice el propio Muñoz Molina “quedan cosas sólidas que proteger” y “no estamos entregados al desorden”.
Es probable que aquella España que se aprestó a vivir la fiesta de la democracia no sintió que también tenía que aprestarse a comportarse como un país maduro, cuyas instituciones, políticas, culturales, institucionales, sociales, sirvieran de baluarte contra la corrupción de las costumbres. Eso no ocurrió; y no fueron solo los políticos, también los periodistas, los jueces, fueron todos aquellos que, teniendo la obligación de prevenir, de denunciar no lo hicieron.
El valor del libro no es únicamente el de la denuncia. Es una denuncia y es una advertencia. Pero, es también la consecuencia escrita de una actitud que durante años ha mantenido Muñoz Molina ante lo que ve: esa voz suya, queda pero vigorosa, es la que siempre lo ha acompañado como espectador con un ritmo inconfundible “Escribo dejándome llevar. El propio acto de escribir desata a veces los argumentos y los recuerdos. La urgencia de comprender y de intentar explicarme a mí mismo el presente me devuelve fragmentos del pasado”.
Este ensayo nos convoca: «hace falta una serena rebelión cívica» y nos apremia: «hay cosas inaplazables». Todo lo que era sólido es un espejo en el que todos debemos mirarnos, no importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; una llamada para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito de actuación, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente, a nuestros gobernantes. Nos coloca a todos ante nuestros espejos personales de responsabilidad colectiva. Un libro de culpa, de culpa colectiva pero también de culpa personal.