lunes, 10 de noviembre de 2025

Cristina Sánchez-Andrade


De la mano de Cristina se descubre una Galicia rural mágica, plagada de mujeres fuertes y de historias crudas que te removerán las entrañas. Sus libros se huelen y sus historias duelen.

Escritora, crítica literaria, traductora española y nacida en Santiago de Compostela, Cristina Sánchez-Andrade es licenciada en Ciencias de la Información y en Derecho por la UNED, además de haber realizado un máster en Derecho Comunitario por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha trabajado como profesora visitante en diversas universidades estadounidenses. Compagina su labor como traductora con la escritura y la coordinación de talleres de narrativa.

Comenzó escribiendo relatos, algunos de ellos premiados, hasta que en 1999 publicó Las lagartijas huelen a hierba, su primera novela. Desde entonces ha publicado Bueyes y rosas dormían (2001), Ya no pisa la tierra tu rey (2004), Premio Sor Juana Inés de la Cruz, Las Inviernas (2014), una fábula carnavalesca divertida como engañosa, la fiesta de la inventiva Alguien bajo los párpados (2017) y Habitada (2025), donde esquiva el realismo común y da vía libre a una creatividad absoluta.

Sánchez-Andrade es también autora del libro de cuentos El niño que comía lana (2019), galardonado con el XVII Premio Setenil al mejor libro de relatos, en donde despliega originalidad, mala leche, destilados surrealistas y una mirada cáustica, del breve ensayo Fámulas y del libro de poesía Llenos los niños de árboles (2019).

Las inviernas. Dolores y Saladina. El libro más bonito del mundo


Pero esa misma noche, mientras dormían, creció un mar en la habitación de las dos mujeres

El geodestino A Terra Chá abarca los ayuntamientos de Abadín, Begonte, Castro de Rei, Cospeito, Guitiriz, Muras, A Pastoriza y Vilalba. Esta es una tierra como no hay otra igual. En contraste con el típico paisaje gallego, A Terra Chá es una inmensa llanura, la más grande de Galicia. Una llanura de prados siempre verdes surcada por numerosos ríos y lagunas, como el Miño del que unos dicen que tiene su nacimiento en la laguna de Fonmiñá en el municipio de A Pastoriza. Es topográficamente llana como indica su nombre y oscila en su mayor parte entre los 400 y 500 m de altitud. Está rodeada de conjuntos montañosos que la aíslan del mar. Este escenario rural gallego casi actúa como un personaje más. Es un mundo cerrado, con su propio lenguaje, mitos y rituales, donde lo cotidiano y lo fantástico se entrelazan.

Las Inviernas, de Cristina Sánchez-Andrade, es una novela publicada en 2014 por la editorial Anagrama. Es una obra que mezcla realismo mágico, costumbrismo rural y humor negro, con una prosa muy cuidada y una atmósfera entre lo poético y lo inquietante.

La historia comienza cuando las hermanas Dolores y Saladina, conocidas en su pueblo como las Inviernas, regresan a su aldea gallega natal después de muchos años de ausencia. Su vuelta despierta la curiosidad, el recelo y las habladurías de los vecinos, que intentan averiguar por qué se fueron y qué las trae de vuelta. A partir de este punto, la novela va desvelando poco a poco los secretos del pasado familiar, los traumas silenciados y las tensiones entre el deseo de pertenecer y la necesidad de escapar.

A través de ese regreso, la autora explora los secretos del pasado, las tensiones familiares y el peso del qué dirán en una comunidad cerrada, marcada por la superstición, la pobreza y la represión de la posguerra española.

Cristina Sánchez-Andrade tiene una escritura rica en metáforas, musical, cargada de imágenes, irónica y profundamente sensorial. La novela destaca por su lenguaje rural cargado de humor y crueldad, y por su capacidad para retratar lo grotesco y lo tierno al mismo La autora recrea con precisión el habla popular, las supersticiones y los códigos morales de una aldea gallega de posguerra. El resultado es una lectura sensorial, donde cada frase parece tener textura, color y olor.

Entre los temas principales se encuentran la memoria, la identidad, el aislamiento, el poder del rumor y de la palabra en comunidades pequeñas y la condición femenina en un entorno opresivo.

La novela fue muy bien recibida por la crítica, destacando su estilo singular y su atmósfera hipnótica. Se la ha comparado con la escritora Carmen Martín Gaite y los escritores Juan Rulfo o García Márquez, por su tratamiento del realismo mágico y su mirada sobre lo rural.

Las Inviernas es una historia sobre los fantasmas del pasado, la fragilidad humana y la dificultad de reconciliarse con uno mismo. Su lenguaje y su universo invitan a una lectura lenta, casi ritual, donde cada página revela un secreto y cada voz esconde otra debajo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Colección de Poetas: Rosalía de Castro


Considerada una escritora clave del siglo XIX, Rosalía de Castro devolvió al gallego su estatus de lengua culta, ya que hasta ese momento sólo se asociaba a las clases más bajas de la sociedad, la ignorancia y el atraso. y fue precursora tanto de la poesía española como del pensamiento feminista.

Nacida en 1837 en Santiago de Compostela, fue bautizada como hija de padres incógnitos, siendo en realidad hija de la hidalga María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía y del sacerdote José Martínez Viojo.

Sus obras fundamentales son los libros de poemas en gallego Cantares Gallegos (1863), revulsivo de la dormida cultura gallega, y Follas Novas (1880); y la obra en castellano En las orillas del Sar (1884). Rosalía recibió el influjo del Romanticismo, de Espronceda, de Bécquer y admiró a Fernán Caballero, como mujer escritora.

La obra de Rosalía de Castro rezuma ansiedad y angustia ante extraños presentimientos. Poseedora asimismo de una sensibilidad desgarradora, describe de un modo inigualable el paisaje gallego, al que muestra como una naturaleza misteriosa rodeada de un halo de indefinible tristeza y melancolía. Muchos describen a Rosalía de Castro como una persona infeliz y desconfiada en muchos aspectos. Maximino Teijeiro, su médico de cabecera, la llegó a llamar cariñosamente: "Mi eterna enferma".

Sin embargo, la verdadera valoración de la obra de Rosalía de Castro no llegaría hasta la aparición de los modernistas y la Generación del 98. Fue entonces cuando se reconoció a Rosalía como una creadora afín a su espíritu. Su importancia como escritora no sólo tiene que ver con su obra, sino con su forma de enfrentarse a la vida.

En 1858 se casó con el escritor e historiador Manuel Murguía, con el que tuvo siete hijos, que más tarde fallecieron sin dejar descendencia. En 1885 falleció en su casa de A Matanza, en Iria Flavia, y fue enterrada en el cementerio de Adina. En 1981 sus restos fueron trasladados al “Panteón de Galegos Ilustres”, situado en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela.

En 1947 se crea el Patronato Rosalía de Castro para recuperar la Casa da Matanza, en Padrón, y convertirla, en 1971, en un museo dedicado a su memoria. La casa, donde residió hasta su muerte en 1885, conserva prácticamente inalterada su estructura original. Se pueden contemplar en el museo fotos de la poetisa, de sus familiares y amigos, recuerdos personales, escritos y multitud de objetos cotidianos de la Galicia del siglo XIX.

Poemas

Busca y anhela el sosiego

Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

Era apacible el día

Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

Hora tras hora, día tras día

Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?

Sed de amores tenía

Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.
¡Lo ignorabas…, y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.
No volverá te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.